Los mundos de la pandemia y la privatización de las ciencias sociales

Lavapies. Madrid. AGHM

Si los académicos se sienten ignorados y los gobiernos sólo confían en los estudios que les llegan avalados por corporaciones privadas, nuestra sociedad tiene un problema muy serio. Si sólo escuchamos a los think tanks y a las grandes consulting, si todas las ciencias sociales se convierten en cómplices del statu quo seremos testigos de una transformación que llevará décadas reparar

ANTONIO LAFUENTE


La pandemia reveló múltiples dimensiones

La pandemia hizo visibles las costuras (y remiendos) de nuestro mundo.  Y puede que nos haga algo más sabios el encuentro con esta indisimulada vulnerabiliad. Lo primero que descubrimos es que no estábamos ante un episodio exclusivamente biosanitario. La centralidad inicial de los aspectos médicos, bioquímicos y y farmacológicos, pronto fue sustituida por una conciencia más compleja del problema. Eran muchos los mundos que fueron emergiendo por mor de la covid-19.

El más obvio e inmediato fue el desplome económico y la secuela interminable de malas noticias que afectaba al empleo, el consumo o la fiscalidad. De pronto los imaginarios de la situación se saturaron de gráficas, porcentajes y curvas descendentes. Los medios se llenaron de datos y de información sobre su procedencia y fiabilidad. Todos, desde el principio, fuimos sorprendidos por la aparición de matemáticos que nos mostraban modelos predictivos que anticipaban una evolución de la pandemia de mucha duración y por olas sucesivas.

Antes de que entendiéramos nada, dispusimos de una imagen acreditada del maldito bicho. El 11 de febrero de 2020 el virus chino, como lo llamó D. Trump, pasó a llamarse SRAS-Cov-2 y la enfermedad Covid-19.  El bautizo llegó después de su presentación en sociedad mediante una imagen poderosa y enigmática.

Cuadro de texto: Primera  en  3D  del  SARS-CoV-2 y de dominio público,  realizada en el Center for Disease Control and Prevention (CDC) por Alissa  Eckert y Dan Higgins y publicada el 30 de enero de 2020 en la Public Health Image Library  (PHIL). https://phil.cdc.gov/details.aspx?pid=23312

Conscientes de la ubicuidad que tendría, el influyente CDC norteamericano encargó una figura que no dejara a nadie indiferente. Y así nació esa alarmante esfera de espinas. Sus diseñadores lo tenían claro: querían inspirar respeto por una presencia tan rotunda y, en paralelo, inducir un optimismo asentado en el hecho de que la ciencia ya podía trazar con claridad los perfiles del monstruo. Solo era una construcción artística, basada en evidencias, que sería mil veces manipulada para que, por ejemplo, sus colores encajaran mejor con la cabecera o marca del programa que la emitía.

No tardamos mucho en descubrir que el coronavirus era tan clasista como el mundo que arrasaba. Ser pobre, viejo o inmigrante era complicado. El hacinamiento, la soledad o la desnutrición eran factores decisivos de riesgo. Y, como ocurre siempre en las catástrofes, las víctimas son fruto de una combinación inquietante entre el azar y el diseño.  Los más desfavorecidos son arrollados por la corriente como si fueran elegidos.

Las desigualdades son históricas e interesadas

Lo sabíamos, pero ahora se nos mostraba de forma obscena. Las desigualdades no son de ahora ni naturales sino históricas e interesadas. Por eso se reclamó el uso de la noción de sindemia antes que de pandemia. Lo que sucede tiene un origen viral común para todos los humanos y un desarrollo desigual que acentúa las injusticias, las asimetrías y las disparidades. Pero los gobiernos se sentían incómodos con esa palabra y los noticiarios, puede que tras calificarla de académica, la expulsaron de las pantallas.

Hubiera sido muy incómodo explicar la pandemia también en términos de racismo, insolidaridad y privilegios.  No faltaron, en medio del ruido y la desgracia,  quienes, con desvergüenza comparable a los alardes negacionistas, la consideraron una conspiración china, farmacéutica o de Bill Gates.  Hay gente pa tó, como dijo el Gallo cuando conoció al filósofo Ortega y Gasset.

Lo que sucede tiene un origen viral común para todos los humanos y un desarrollo desigual que acentúa las injusticias, las asimetrías y las disparidades.

Fue emocionante descubrir el valor de los trabajos esenciales. Podíamos parar el país, pero siempre que las enfermeras, las cajeras, los camioneros y los reponedores, entre otras y otros, continuaran con sus tareas. Los cuidados emergieron como una actividad cuya importancia en lo doméstico se acrecentaba al comprobar que eran ocupaciones de las que no podíamos prescindir.

Los aplausos en las terrazas eran expresión de una gratitud sin condiciones y quizá probaba también la importancia de lo espontáneo, lo vecinal y lo compartido. Por las ventanas afloraba una especie de redescubrimiento de lo común y, al principio, de lo público.

Se canalizó esa gratitud hacia el personal sanitario, pero también se incluía al personal que trabajaba en las panaderías, los autobuses, las tiendas de barrio y, en fin, todos y todas esas personas con trabajos que fueron calificados de imprescindibles. ¿A dónde fue a parar, como se preguntaba el poeta Westphalen, todo ese canto del mundo? ¡Cuánta inteligencia colectiva despilfarrada!

Desde las primeras semanas, se hizo evidente que queríamos hacer algo y ser mejores amigos, mejores vecinas y mejores colegas.  Los correos siempre contenían frases de aliento, muestras de cordialidad y deseos de salud. Surgieron muchas iniciativas ciudadanas para paliar el dolor de quienes estaban sólos, eran dependientes o necesitaban acompañamiento. Como había falta de mascarillas y de respiradores, se hicieron hackatones, mapeos de recursos, redes de makers y convocatorias de voluntarios que querían prototipar soluciones de urgencia, entre las que destacó Frena la curva.

Los cuidados emergieron como una actividad cuya importancia en lo doméstico se acrecentaba al comprobar que eran ocupaciones de las que no podíamos prescindir.

Diferencias de opiniones

Los medios, sin embargo, fueron complacientes con la imagen biocéntrica de la pandemia. Concentraron la atención en los anticuerpos, las neumonías bilaterales, los PCR, los aerosoles, los coronavirus y las vacunas.  Algunos científicos parecían de la familia, especialmente en los momentos de riguroso confinamiento. Les escuchábamos con cierta veneración. Margarita del Val y Luis Enjuanes eran los abuelos del pueblo, tan sabios como cordiales.

Querían cuidarnos y mostrarse cercanos. Nos explicaban todos los días por qué debíamos seguir las instrucciones del gobierno y mantener la distancia social, prescindir de las reuniones familiares y recluirnos temprano. Los propios gobiernos repetían que sólo seguían las directrices dictadas por los expertos. Parecían fiables por subirse a hombros de gigantes. Era muy extraña esa complicidad entre autoridad científica y autoridad política. Parecía sacada de otras épocas, siempre coincidentes con movilizaciones de guerra, pues los mensajes eran imperativos, las calles abandonadas y las noches prohibidas.

Pero lo cierto es que el idilio entre ciencia y política era precario y de circunstancias. Los ciudadanos descubríamos que había discrepancias entre unas naciones y otras. Los medios se poblaron de debates en donde no tardaron los científicos (y científicas!) en mostrarse discrepantes o contradictorios. La ciencia no tenía una sola opinión.

Los medios se poblaron de debates en donde no tardaron los científicos (y científicas!) en mostrarse discrepantes o contradictorios.

Necesidad social en pandemia

Antes de la navidad de 2020 ya se hablaba de fatiga pandémica. Estábamos cansados de portarnos bien y no se veía salida. Seguíamos hablando de muertos y contagios, pero para entonces nos preocupaban otras muchas cosas.  La convivencia en los hogares se enrarecía, especialmente allí donde había niños sin colegio, machos que amenazaban a sus mujeres o dependientes en situación de relativo abandono. El teletrabajo expandía sus horarios invadiendo eso que antes se llamaba vida privada.  La vida doméstica podía convertirse en una olla a presión. Comenzó a hablarse mucho de depresión, angustia y sufrimiento mental.

Abrir los colegios fue una bendición. Los padres pudieron respirar algo más tranquilos. La jornadas laborales se regularizaron en parte. En la tele, sin embargo, no cambiaron mucho las cosas. La prioridad informativa seguía siendo una cierta manera de ver los asuntos pandémicos, más biocéntrica que sociosanitaria. Y la paciencia fue saturándose. Se hablaba mucho de los laboratorios de genética y virología, pero sabíamos poco de investigaciones focalizadas en la educación, la cultura, el desánimo, la diversidad, la exclusión, el abandono, la adolescencia, la discriminación o la violencia en tiempos de pandemia. Era obvio que la medicina y la biología no bastan: necesarias sí, pero no suficientes.

Los científicos sociales se sentían desdeñados. De pronto volvieron a contarnos algo que supimos casi desde el principio: no saldríamos del pozo sin conocer mejor los matices que diferencian a unos humanos de otros, ya sea por cuestión de raza, clase o género, ya sea por asuntos de vivienda, educación o trabajo.  Hubo un Comunicado suscrito por las Asociaciones nacionales de antropólogos, geógrafos, sociólogos, politólogos y comunicólogos donde manifestaban su desconcierto por semejante despilfarro de recursos públicos. Tenemos decenas de facultades dedicadas a dar títulos a nuestros científicos sociales, pero el gobierno no supo incorporar tales capacidades a la lucha contra la sindemia.

La vida doméstica podía convertirse en una olla a presión. Comenzó a hablarse mucho de depresión, angustia y sufrimiento mental.

Ciencias sociales en la política

Todo esto ocurría mientras éramos testigos de un doble fenómeno. Primero que los científicos sociales descubrieron modos de hacerse presentes y ser útiles. De los 900 artículos publicados por The Conversation en 2020,  el 54% estaban escritos por investigadores de la ciencias sociales o humanas.  Todo esto ocurría mientras no dejaban de aparecer noticias basadas en informes sobre la situación social o económica producidos por influyentes think tanks privados (gabinetes de estudio, consulting, fundaciones).

Los académicos tenían ganas, pero los gobernantes desconfiaban. ¿Desconfiaban?  Todo indican que usaban datos originados en fundaciones que presumen de cultivar una experticia independiente, pero que en realidad se muestran dóciles a las políticas gubernamentales, interesados en la gobernanza de lo público y siempre proveedores de respuestas rápidas.

La situación era más grave de lo que parece, pues los estudios cualitativos fueron tan ignorados que ni siquiera estuvieron nunca en el radar de las políticas públicas.  Los análisis cuantitativos contaron con recursos y ese deslinde merece un comentario. Para emprender un análisis cuantitativo basado en datos observables hay que modelizar previamente el problema y elegir cuáles son las variables que consideramos importantes.

Las otras diferencias que nos separan son ignoradas. Esto sólo es un problema cuando no somos conscientes de la naturaleza aproximada y la condición reduccionista de nuestros conclusiones. Y eso es justamente lo que sucede cuando se elaboran diagnósticos basados en generalizaciones que legitiman políticas públicas.

los estudios cualitativos fueron tan ignorados que ni siquiera estuvieron nunca en el radar de las políticas públicas

Riesgo de las ciencias sociales: perder enfoque crítico

La urgencia, la eficacia y el negocio eliminan los matices y crean un mercado para las ciencias sociales del que son expulsados la académicos y el espíritu crítico. Como ya pasó con la llamada arqueología de urgencia en momentos de especulación inmobiliaria, quienes toman decisiones solo quieren estudios que les den la razón, les ahorren costes, quepan en resúmenes ejecutivos y se hagan con los ritmos que impone el mercado.

Lo peor de las ciencias sociales llega cuando salen de la academia y se convierten en una especie de ingeniería social basada en ciencia de urgencia, pues tiende a ser sesgada, incompletas y bajo demanda. Quienes les negamos ese derecho a ciudad a quienes irrumpen en la fábrica de lo social como un bisonte en una exposición de porcelana china, defendemos que la función de los científicos sociales no es hacer mapas que sustituyan al territorio, ofrecer modelos que reemplacen la realidad o ser complacientes con quienes la encargan, sino acompañar procesos para que sean los propios concernidos quienes identifiquen, nombren, articulen  y comuniquen sus problemas.

Más que actuar como hiciera Procusto e imponer soluciones deberían dejarse afectar por los concernidos, acompañar situaciones de subordinación y facilitar su inteligencia pública. Los científicos sociales saben que todos deberíamos replantearnos esa pulsión solucionista a la que tantas veces les empujamos y admitir con modestia que les necesitamos para entender la increíble complejidad que habitamos.

Si los académicos se sienten ignorados y los gobiernos sólo confían en los estudios que les llegan avalados por corporaciones privadas, nuestra sociedad tiene un problema muy serio. Si sólo escuchamos a los think tanks y a las grandes consulting, si todas las ciencias sociales se convierten en cómplices del statu quo seremos testigos de una transformación que llevará décadas reparar. El espíritu crítico (es decir, la ciencia lenta –slow science, emancipatoria respecto del tutelaje corporativo y empática con los subalternos) abandonará la academia, se hará underground y se estrechará el espacio público hasta hacerse irrespirable.  Habremos desaprovechado la crisis de la pandemia para crecer de forma inclusiva y solidaria. Estaremos despilfarrando toda la inteligencia que anida en esas disciplinas hoy desdeñadas.


PROYECTO: “COVID19 en español: investigación interdisciplinar sobre terminología, temáticas y comunicación de la ciencia”, financiado por el CSIC


Antonio Lafuente

ANTONIO LAFUENTE

Investigador Científico, Instituto de Historia, CSIC, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC)

Espacios de Educación Superior está dirigido a poner en contacto a las personas e instituciones interesadas en la sociedad del aprendizaje en Iberoamérica y España.