¿Cómo dar 56 respuestas por semana?

The Conversation representa un modelo de negocio exitoso basado en la uberización de la ciencia. La idea es muy simple y se puede describir con pocas palabras: los académicos españoles pueden publicar artículos breves si pertenecen a una de las instituciones que aportan una pequeña cantidad al año para sostener la infraestructura digital, material y personal de esta franquicia española de una organización nacida en Australia en 2011

ANTONIO LAFUENTE


El éxito de The Conversation

La pandemia ha generado una nueva constelación de ganadores. The Conversation está entre ellos. Las cifras lo confirman sin fisura. El número de artículos, autores, temas y lectores se multiplicó de forma extraordinaria a partir de marzo de 2020. La declaración de pandemia por la OMS disparó la demanda de información fiable. Y aunque todos los medios se han esforzado al límite, The Conversation ha mostrado una agilidad desconocida. Los académicos enseguida detectaron la oportunidad de hacerse presentes y ser útiles. Lectores y autores disponían de un entorno donde encontrarse con la fluidez que la situación reclamaba. Ciencia y ciudadanía se codeaban de una manera imprevisible.

The Conversation representa un modelo de negocio exitoso basado en la uberización de la ciencia. La idea es muy simple y se puede describir con pocas palabras: los académicos españoles pueden publicar artículos breves si pertenecen a una de las instituciones que aportan una pequeña cantidad al año para sostener la infraestructura digital, material y personal de esta franquicia española de una organización nacida en Australia en 2011.

The Conversation cuenta con la sala de redacción más grande del planeta, pues todos los profesores y científicos acreditados pueden ser parte de la plantilla. Y sí, exacto, no cobran nada. Son parte de la nueva economía gig. Han convertido las microtareas en un recurso que puede movilizarse con éxito. También en la cultura científica hay un mercado emergente que involucra a nuestros científicos. El columnismo científico llegó para quedarse. Todo el mundo parece contento.

The Conversation ha sabido hacer de lo abierto, de la cultura libre, no sólo una seña de identidad, sino una empresa virtuosa y admirable

Modelo de negocio

Los autores se hacen populares y sus instituciones hacen marca. Escriben por vanidad personal, por lealtad institucional o por compromiso público.  El motivo no importa. Todo el mundo obtiene mucho a cambio de poco. Así es como los académicos van de bolos, como antes sólo hacían los músicos y los cómicos, y su trabajo crea muchas expectativas. Hay bolos en The Conversation que congregan a decenas de millones y hay artistas que ya están ganando “discos platino”. Pronto quizás aparezcan los clubs de fan, los 40 principales y los festivales de verano. Pronto el modelo de negocio se expandirá emulando a sus mayores. ¿Por qué el modelo TED no podría expandirse en otras direcciones? Es cuestión de tiempo.

The Conversation no es un medio nuevo en el panorama informativo en español. Es una plataforma. Y la diferencia es muy importante, porque 2/3 de sus lectores leen los contenidos que publica en sus periódicos locales. Y es que la republicación de sus contenidos por los medios que lo deseen es una de las claves del modelo de negocio. The Conversation ha sabido hacer de lo abierto, de la cultura libre, no sólo una seña de identidad, sino una empresa virtuosa y admirable.

Google nos enseñó el camino. Pero, como sabemos, no es gratis. La mercancía que venden somos nosotros.  De nuestras huellas en la red han hecho un negocio gigantesco. No conocemos el algoritmo de The Conversation lo suficiente como para saber qué hacen con los datos de quienes acuden a consumir sus contenidos.  Declaran que es una empresa sin fines de lucro, pero hemos visto que las donaciones institucionales no bastan para asegurar la calidad del empeño, pues la empresa matriz australiana está invitando a los lectores a hacer donaciones que permitan asegurar la independencia del medio. 

Quieren respuestas tan rápidas como francas son sus preguntas. Y útiles, cosas que sirvan para algo. Lo ideal es que los autores actuaran como las personas que nos dan tiempo, porque lo que necesito saber es qué ropa ponerme y si debo dejar tendida la lavadora

Las instituciones que operan integran el partenariado tienen la tentación de imaginar que su donación les da derechos. Muchos profesores se enfadan cuando se les rechaza un texto o se les obliga a modificaciones importantes.  Algunos protestan y amenazan. Lo sabemos porque para escribir este texto hemos tenido varias entrevistas con los editores y nos lo han contado. Y es que, en efecto, The Conversation es un proyecto que debe ser defendido si no quiere convertirse en otro chiringuito académico.

The Conversation quiere ser útil a la gente. Y, según nos confesaron, quieren contactar con nuestras tías, esas mujeres ocupadas, abiertas, espontáneas y que tienen el don de la levedad, que nos escuchan hasta que nos volvemos pedantes, espesos y largos. Quieren respuestas tan rápidas como francas son sus preguntas. Y útiles, cosas que sirvan para algo. Lo ideal es que los autores actuaran como las personas que nos dan tiempo, porque lo que necesito saber es qué ropa ponerme y si debo dejar tendida la lavadora.

Los editores han descubierto que todos estamos un poco angustiados por los acontecimientos y que necesitamos información contrastada. Y, sin duda, los científicos siguen siendo uno de los colectivos más fiables de nuestra sociedad. El desafío era sacarlos de la vilipendiada torre de marfil y ofrecerles un lugar donde expresarse sin mediación. Mostrarles que, en efecto, la gente quiere leerlos. Más aún, que los necesitamos. Que además de elegir la ropa cada mañana para nosotros y nuestros hijos antes de salir de casa, también tenemos que tomar un sinfín de decisiones basadas en evidencias. Necesitamos acertar y, con frecuencia, nos sentimos perdidos.

No quieren textos de opinión. La opinión es perseguida.  Y esta idea tan sencilla de formular como difícil de gestionar, nos la han explicado como si fuera el Santo Grial y la han convertido en un mantra que repiten y repiten

Importancia de la mediación

Hablar a nuestras tías no es fácil. Saben mucho y están conectadas entre sí. A la menor tontería que escuchen desconectan. Y no hablemos si tienen que tragarse una ristra de bachillerías. Por eso en The Conversation le dan mucha importancia a la mediación. No es fácil para un periodista dedicarse a corregir los textos de los demás y hacer un trabajo anónimo e invisible. El tiempo les dará la razón y ojalá les recompense. Porque eso es lo que hacen: recibir textos de académicos, leerlos con atención y convertirlos en más legibles. Hacer las frases más cortas, quitar los palabros menos justificados, solicitar que aclaren cosas mediante paréntesis, introducir listados o convertir una afirmación en la respuesta a una pregunta.

El autor ideal, según los editores, es el que le responde preguntas a mi tía. Y eso explica que los académicos estén aprendiendo a escribir con eficacia.  Han convertido a los profesores en gente que puede ser leída en la peluquería o en el metro. Es fascinante ver cómo nuestros académicos pueden ser mundanos. Nos parece increíble que este encuentro entre las habilidades de periodista y las del científico hayan podido materializarse de una manera tan rápida como exitosa.

Los editores se enfrentan a algo nuevo que tampoco saben bien cómo manejar.  Pero tiene algunas claras. No quieren textos de opinión. La opinión es perseguida.  Se han entrenado para olfatearla desde las primeras líneas. No quieren autores que hablen sobre cosas que no investigan. Si un bioquímico quiere tratar un problema jurídico le dicen aquello del zapatero a tus zapatos.  Le niegan el derecho a tener voz. Y esta idea tan sencilla de formular como difícil de gestionar, nos la han explicado como si fuera el Santo Grial y la han convertido en un mantra que repiten y repiten.

Comunicación científica

Dicen que su intermediación es equilibrada, pero es mayor de la los lectores perciben. Cambiar la longitud de los párrafos para convertirlos en listados, transformar una afirmación en una respuesta que llega precedida por una pregunta, suprimir frases subjetivadas o construcciones condicionales, son gestos que agradecen nuestras tías. 

Cierto, los públicos de la ciencia pueden crecer mucho más y llegar a lectores y espacios que nunca habíamos imaginado. Pero ese éxito no nos ciega. Los gestos mencionados no son inocentes.  Tienen consecuencias. Quizás estemos simplificando demasiado. Estamos dando vida a un género nuevo que, a su vez, está llegando a públicos diferentes: han inventado un mercado donde antes solo había vagas declaraciones.

The Conversation todavía no ha acertado a construir una verdadera conversación con los púbicos.  Ya existe entre los académicos, si consideramos a toda la comunidad universitaria parte de esos lectores. Hay muy pocos comentarios y la mayoría de los que se publican son prescindibles: aportan poco, están mal escritos, construyen un reproche o parecen improvisados. Tampoco se ve actividad en las redes sociales, ni parece haber becarios que se ocupen de agitar la opinión. Las controversias parecen ser eludidas y los conflictos evitados. Y eso sería una simplificación que banaliza el modelo.

los públicos de la ciencia pueden crecer mucho más y llegar a lectores y espacios que nunca habíamos imaginado

Hay varias formas de ser útiles. Una seguiría el modelo del hombre del tiempo: dar respuestas claras y distintas para asuntos ordinarios y urgentes; otras posibilidades también se nos ocurren como, por ejemplo, ayudarnos a construir preguntas que luego podamos nosotros responder con otros. O, dicho de otra manera, mostrarnos que a veces las respuestas simples se basan en evidencias inaceptables, aunque sean nacidas en el laboratorio.

Todos tenemos mucho que aprender.  También todos necesitamos muchas respuestas que no sabemos dónde buscar. Hubo un momento en la entrevista en la que para dimensionar su justificado orgullo nos explicaron que la Agencia SINC sacaba 2-3 artículos de opinión a la semana, mientras que ellos publicaban 56. Sí, les llamaron de opinión. No importa, porque si estuvieran aquí ahora, dirían que ellos nunca darán la palabra a tertulianos cercanos a una ideología, ni a publicitarios pagados por una corporación. En The Conversation, agregarían, solo opina gente que sabe de lo que habla.  Y es que para tener 56 soluciones por semana ha tenido que inventar un mundo que antes no existía.


ANTONIO LAFUENTE

Investigador Científico, Instituto de Historia, CSIC, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC)

Espacios de Educación Superior está dirigido a poner en contacto a las personas e instituciones interesadas en la sociedad del aprendizaje en Iberoamérica y España.