«El desafío consiste en dar relevancia a los estudiantes sin hipertrofiar su condición de clientes. No se trata de mejorar el modelo de negocio, sino de modificar la cultura imperante en los campus. Aprender a tratar a los estudiantes como verdaderos agentes cognitivos…Se acabó el modelo que los asimilaba a espectadores, receptores o consumidores de saberes. Todo indica que debemos imaginar escenarios donde se fundan las tareas del hacer con las del aprender y donde entender algo implique atreverse a modificarlo. Donde no baste con saber y sea necesario intervenir«
ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA
El estudiantado como creador de conocimiento
La proximidad del centenario de la concesión del Premio Nobel de Literatura al político, poeta y dramaturgo irlandés Willian Butler Yeats nos invita, además de a releerle, a recordar una frase reiterada en las graduaciones de las universidades anglosajonas cuya autoría se le suele atribuir: “Education is not the filling of a pail, but rather the lighting of a fire”
Con independencia de que la cita sea de Yeats o de Plutarco, «La mente no es un recipiente que debe llenarse, sino un fuego que debe encenderse» parece que escribió el historiador, nos sirve para reivindicar el sentido de la educación y de la Universidad en un momento el que tanto desde las Naciones Unidas, como desde las asociaciones de universidades se clama por su transformación.
En el periodo de transición que vivimos hacia la que podríamos denominar sociedad del aprendizaje, se hace inevitable plantear una renovación del contrato social de las universidades, como reconoce la UNESCO en el informe “Hacía un nuevo contrato social en la Educación”, cuya lectura resulta imprescindible. Una propuesta que nos propone revisar la relación de la Universidad con la sociedad, desde una doble premisa: el convencimiento de que todos los implicados en la Universidad son aprendices y de que todos aprendemos de todos y entre todos, tanto dentro como fuera de la Universidad. Estamos ante un nuevo contrato con una enorme trascendencia dado que no podemos olvidar que contar con universidades autónomas y socialmente integradas es una condición del Estado social y democrático de Derecho.
Una propuesta que nos plantea revisar la relación de la Universidad con la sociedad desde el convencimiento en que todos los implicados en la Universidad son aprendices, así como en que aprendemos entre todos, tanto dentro como fuera de la Universidad
En esta situación de cambio, las universidades en el siglo XXI emergen y tienden a expresarse como instituciones esencialmente educadoras. Instituciones cuyo futuro, con independencia de las tan reiteradas y necesarias transformación digital o transición ecológica, se vincula al marco de relación que sean capaces de construir con el estudiantado. La “transformación posible” de las universidades viene propiciada por el cambio en el papel que corresponde al estudiantado.
La Universidad ha encontrado y encuentra la razón de su ser en el ejercicio de la autonomía dirigida a la formación de ciudadanos capaces, libres y responsables. Sabemos que reinventar la relación universidad-estudiante, superando viejas dicotomías entre los que enseñan y los que aprenden, es un reto complejo, que atañe a toda la sociedad y carece una única solución infalible. Como que repensar la vida universitaria desde una mayor implicación de los estudiantes obligará a atender a un cambio profundo en todos los ámbitos imaginables del sistema.
Señalaba el investigador Antonio Lafuente en la Cocina Cívica “Los estudiantes como creadores de conocimiento” del Observatorio de Espacios de ES que “el desafío consiste en dar relevancia a los estudiantes sin hipertrofiar su condición de clientes. No se trata de mejorar el modelo de negocio, sino de modificar la cultura imperante en los campus. Aprender a tratar a los estudiantes como verdaderos agentes cognitivos…Se acabó el modelo que los asimilaba a espectadores, receptores o consumidores de saberes. Todo indica que debemos imaginar escenarios donde se fundan las tareas del hacer con las del aprender y donde entender algo implique atreverse a modificarlo. Donde no baste con saber y sea necesario intervenir”.
La “transformación posible” de las universidades viene propiciada por el cambio en el papel que corresponde al estudiantado
Como recordaba el profesor Juan Ignacio Pozo en la lección inaugural de la Universidad Autónoma de Madrid del curso académico 2018-2019, “conocer no es acumular información, ni siquiera mapas complejos y elaborados para los más diferentes fenómenos, conocer requiere cambiar la mente de esas personas, promover el cambio de mentalidad necesario para la convivencia y la racionalidad en una sociedad abierta y compleja… una continua reconstrucción de mapas y territorios, un ir y venir de la teoría a la práctica y viceversa, en lugar de viajar siempre en una misma dirección”.
Pensar hoy la educación superior es repensar el papel del estudiantado.
Las universidades, hoy en día, desarrollan múltiples funciones en las que participan un sinfín de actores que reclaman su centralidad en el proyecto, y que deben tenerla. Profesores, investigadores, bibliotecarios, personal técnico, gestores, empresas, activistas, administraciones, artistas, el tercer sector o las minorías y los afectados, todos desarrollan actividades de gran impacto social desde las universidades.
Ahora bien, reposicionar y poner en valor a las universidades en la sociedad del siglo XXI como instituciones que puedan vertebrar y atender las demandas de verdad y convivialidad que emergen de una realidad que se nos presenta crecientemente como ajena e insostenible, por privatizada e inevitable, posiblemente sólo sea viable si lo hacemos desde y con el estudiantado.
El estudiantado es la piel de la Universidad; la limita y relaciona con el mundo. Los estudiantes son la mayor fuente de energía, de información, contexto y propósito de la que puede disponer cualquier organización. Conseguir su atención cambiaría el mundo.
Seguramente siempre haya sido así, aunque el relato público sobre la Universidad haya preferido destacar los grandes descubrimientos, el vínculo con las empresas globales, los rankings de investigación y las vidas de sabios. Elementos que han permitido dar naturalidad a una jerarquía entre universidades justificada por funciones sociales no explicitadas.
Por otro lado, nos enfrentamos a un estudiantado que está sufriendo y sufrirá profundos cambios en los próximos años. Nuevos públicos con una diversidad y unas posibilidades de relación con la sociedad y de generar conocimiento nunca antes vistas llaman a la puerta de la Universidad.
De una parte, jóvenes con experiencias y expectativas radicalmente diferentes a las generaciones anteriores. Por otra, colectivos para los que, por razones de edad, origen socioeconómico, situación laboral, ambición del aprendizaje, procedencia racial, o lugar de nacimiento, la Universidad ha estado fuera de sus expectativas vitales. En definitiva, nuevos públicos que demandan nuevas prácticas y entornos de aprendizaje; una nueva cultura de relación académica e institucional, así como de servicio con la sociedad.
Los estudiantes son la mayor fuente de energía, de información, contexto y propósito de la que puede disponer cualquier organización. Conseguir su atención cambiaría el mundo
A lo que nos enfrentamos entonces es a un cambio cultural capaz de devolver a la Universidad su papel central de liderazgo en la toma de decisiones frente a los desafíos que plantea el siglo XXI. Un cambio que, para todos los actores, pero de manera especial para el estudiantado, como recuerda el profesor Ricardo Rivero en su libro, “El futuro de la Universidad”, supondrá la incorporación de nuevos derechos, pero también de nuevas obligaciones tanto para con la institución como para la sociedad.
Todo para los estudiantes, pero sin los estudiantes.
El criterio de “todo para los estudiantes, pero sin los estudiantes” condena a la irrelevancia a las universidades, en el largo plazo. De facto, limita sus posibilidades de reacción, tanto frente a los intereses de los grandes grupos empresariales que pujan por el mercado global del aprendizaje desde posiciones inaccesibles para las universidades, como frente a las ideologías iliberales que han hecho de la Universidad uno de sus antagonistas preferidos.
Circunstancias externas como son la plataformización del aprendizaje, el paradigma de la empleabilidad, el credencialismo, la insuficiencia presupuestaria o el negacionismo científico, u otras internas, véase la pérdida de relevancia de la docencia, la cultura de la cancelación, el incremento de los costes, el gerencialismo, las carencias en la rendición de cuentas o el desencanto y la precarización del profesorado, han favorecido el desapego entre la Universidad y la sociedad. Repensar estas situaciones desde la perspectiva del estudiantado ofrece las mejores alternativas posibles.
El criterio de “todo para los estudiantes, pero sin los estudiantes” condena a la irrelevancia a las universidades a largo plazo
Bien es cierto que, según la UNESCO, a comienzos del año 2000 se contabilizaron 100 millones de estudiantes universitarios repartidos por todo el planeta, 20 años después, alrededor de 380 millones y en el 2040 se espera que haya cerca de 600 millones, seis veces más que cuando el empezó el siglo XXI. De esta proyección de la demanda es posible prever que el futuro de las universidades esté garantizado, prácticamente, independientemente de las decisiones que tomen.
Pero también es posible pensar que estamos ante una usurpación del nombre, la función y el prestigio de la Universidad como institución educadora. El surgimiento en este periodo de más de 20.000 instituciones que se denominan universidades y el crecimiento descontrolado del aprendizaje en línea, soportados en una oferta descomunal de titulaciones de capacitación profesional invitan a esta reflexión.
Conviene recordar las palabras del profesor Francisco Esteban “¿son sus títulos la prueba de que son universitarios? Decía el filósofo Michael Levine que «tener hijos no lo convierten a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista». Eso mismo puede decirse sobre este asunto. Encontrar universitarios en el mundo laboral tampoco es pan comido, no consiste solo en localizar a personas tituladas por alguna institución universitaria”.


La reivindicación de la Universidad como garante del derecho a la educación a lo largo de la vida es una propuesta de enorme transcendencia. Una sociedad del aprendizaje justa y sostenible necesita de universidades competentes y comprometidas.
En esta dirección podemos destacar el documento “Ideas for designing an Affordable New Educational Institution” del MIT (la Abdul Latif Jameel World Education Lab). Su propuesta pasa preservar el valor de la educación superior mientras cambian las normas del mundo académico. “Por el convencimiento de que existe una diferencia fundamental entre educación y formación, entre las habilidades vitales y laborales, y entre operar en el mundo y crearlo. Si la universidad deja ahora un vacío en estos aspectos, es posible que las soluciones que surjan desdibujen estas líneas y, como consecuencia obtengamos una sociedad más pobre”.
La transformación de las universidades es la transformación de las sociedades que las acogen. Un reto común que demanda ilusión, compromiso y propósito, y que ofrece esperanza en un futuro en libertad más justo y sostenible. Desde la Asociación espacios de ES creemos que no caben demoras y que debemos continuar escuchando y atendiendo al estudiantado.
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Un punto neutro y abierto a la comunicación de los estudiantes entre sí, así como con la sociedad y los demás actores universitarios.




ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA
Presiente Asociación ESdeES