La Universidad, en definitiva, no es un asunto de profes y de gestores. Ese modelo no funciona. No aguanta más. Nadie parece contento. Transmitir saberes, producir textos, administrar titulaciones, recoger adolescentes y asignar recursos no son tareas suficientes. Siguen siendo cruciales, pero se necesitan otras visiones. Lo más seguro es reconstruirla entre todxs con un doble movimiento de, por un lado, ensanchar los vínculos afectivos con la comunidad que la sostiene y, por el otro, darle la voz, preguntarles qué clase de institución necesitamos y qué están dispuestos a hacer para sostenerla. Y, en fin, por si todavía no ha quedado claro el espíritu de estas líneas: no sobran lxs expertxs, sino que faltan nuevxs actorxs.
ANTONIO LAFUENTE
Entre la Tradición y la Transformación
Pocas organizaciones son tan resilientes como la Universidad. Ningún siglo, territorio o ideología ha sido bastante fuerte para resistir su arraigo local. Las hay de todas clases y predominan las que operan como la principal empresa de su ciudad. No estamos diciendo que esa presencia haya sido fácil, sino que más bien estamos refiriéndonos a un patrón de transmisión y gestión del saber de mucho éxito y reconocida influencia.
La Universidad representa un modelo de gobernanza singular. Su organización por especialidades, departamentos y asignaturas constituye su seña de identidad más clara y generalizada. Pero dado que los problemas no se presentan por fragmentos del saber, estamos autorizados a sospechar que su estabilidad podría originarse en esta habilidad para vivir al margen de lo que sucede en su entorno. Los tiempos han cambiado y no son pocos los que hablan de pedagogías basadas en los retos que encaramos como sociedad o los servicios que demanda la comunidad donde se asienta.
En todos los casos se están reclamando cambios dominados por los imaginarios de lo interdisciplinar, lo abierto y lo solidario. Se reclama a las Universidades el desarrollo de nuevas capacidades que favorezcan la emergencia de prácticas más híbridas, más afectivas y más extitucionales. No es que sobre lo que ya hacen o que sean erróneas sus infraestructuras docentes, investigadoras, comunicativas o de evaluación. Lo más probable es que sigan resistiendo el paso de los tiempos, aunque tengan que resignificarse para escuchar de otro modo lo que (nos) pasa.
Se reclama a las Universidades el desarrollo de nuevas capacidades que favorezcan la emergencia de prácticas más híbridas, más afectivas y más extitucionales
Abrir la Universidad al rum-rum que la circunda implica no confundir lo abierto con lo accesible. No basta con facilitar el acceso al saber (contenidos, datos o protocolos), pues también deben abrirse los decididores a una conversación que discuta la pertinencia de los indicadores que miden el éxito, como también deben ser discutidas la forma en la que establecen las prioridades, se asignan los recursos, se nombran los jurados y se validan los saberes.
Abrir la Universidad implica también preguntarse si sus iniciativas podrían alcanzar al conjunto de la población en lugar de concentrarse en una estrecha banda de edad, la que empieza tras la adolescencia y se termina alrededor de los 30 años. Ahora que se habla de formación durante toda la vida es extraño que la Universidad no tenga una oferta creíble que hacernos.
Abrir la Universidad implica también ser capaz de escuchar el entorno que la rodea y hacer suyos los problemas de la comunidad que la sostiene. Y eso implica mejorar los dispositivos de escucha y admitir que las soluciones que se le demandan deben ser coproducidas, incorporando el saber experto de sus profesores y el experiencial de los concernidos. No basta con saber mucho, pues se reclaman otras maneras de saber.
Y ese es el objetivo de este texto: tratar de esbozar brevemente seis desafíos a los que las Universidades tendrán que hacer de frente de forma urgente. Lo hemos estructurado según dos grandes apartados: el primero está pensado para asegurar una Universidad con más presencia y el segundo para insinuar actividades que garanticen otros modos de proyectarse en su entorno: más Universidad y otra Universidad son los títulos que hemos puesto a cada una de las partes que a continuación describimos con brevedad, pues su objetivo se limita a iniciar una conversación necesaria y prospectiva que nos permita imaginar futuros posibles y quizás deseables.
Más Universidad
Se proponen tres modos de ensanchar lo universitario: cuidar mejor de sus empleados, abrirse a nuevos usuarios y construir una comunidad expandida. El ensamblaje virtuoso de las tres medidas puede movilizar nuevos activos y alumbrar diferentes valores organizacionales.
01 La Universidad deseada
Son muchas las críticas que ha recibido el modo gerencialista, neoliberal y maquínico de administrar la Universidad. Los indicadores que definen el éxito, acierto o idoneidad de sus empleados, así como de las políticas y prácticas institucionales, deben ser revisados. Si un indicador es un dispositivo destinado a hacer visible algo que consideramos valioso, ha llegado la hora de preguntarnos si habría otras dimensiones de la vida académica que también deben hacerse visibles y puestos en valor. No hablamos de un sistema de indicadores alternativo, pues quizás baste con imaginar uno complementario.
Lo importante en todo caso es que los nuevos indicadores, además de mostrar un mundo tan ignorado como frágil, tienen un carácter performativo, pues nos ayudan a construir el mundo que queremos habitar. Construir la Universidad que deseamos sin hacer borrón y cuenta nueva, ni destruir la herencia recibida, implica identificar cuáles son las prácticas que queremos incentivar y cuáles son los objetivos que intentamos alcanzar. Y, obviamente, eso tenemos que hacerlo entre todxs. Implica un proceso constituyente y podemos darnos todo el tiempo que sea necesario. Nadie nos obliga a unos plazos que nos hagan descarrilar, ni a unos protocolos que aumenten la desafección de los participantes.
02 La Universidad para todxs
Aunque parezca increíble, la Universidad sigue aferrada a un segmento de la población muy reducido: minoritario, joven y socialmente privilegiado. La literatura sobre la necesidad de imaginar la educación como un proceso que no se interrumpe con el primer empleo es abrumadora. El paradigma de la educación a lo largo de toda la vida es canónico, pero la Universidad parece desentenderse de esta demanda.
Las ventajas, sin embargo, son obvias. La más importante viene del hecho de que al ensanchar su oferta también se hace más robusto su asentamiento social. Pensar una oferta para otras edades le obligará a imaginar otros formatos, otros horarios, otros espacios, otros contenidos y otras fuentes de financiación. Y no solo hablamos de capacitación profesional, sino también de objetivos menos profesionales y más lúdicos, informales o amateur.
La Universidad entonces puede imaginarse como una institución menos académica y más de cuidados. Y eso no debería experimentarse como una degradación de su función histórica, sino como un redescubrimiento, ahora secularizado, de sus orígenes cuando nació vinculada a las instituciones religiosas. En el mundo antiguo y moderno la salud, la educación y el préstamo eran asuntos de la incumbencia de la Iglesia que perdió con las revoluciones liberales. Pero no es de historia de lo que queremos hablar, sino de cuidados. Lo económico y lo afectivo no deberían estar reñidos; al contrario, podrían complementarse para que lo académico no se extrañe en lo abstracto y lo afectivo no se disuelva en lo psicológico.
Construir la Universidad que deseamos sin hacer borrón y cuenta nueva, ni destruir la herencia recibida, implica identificar cuáles son las prácticas que queremos incentivar y cuáles son los objetivos que intentamos alcanzar
03 La Universidad expandida
Pensar la Universidad como una comunidad expandida en el tiempo equivale a imaginarla compuesta por sus actuales usuarios y por los que alguna vez se beneficiaron de sus servicios, lo que no solo incluye a sus alumnos, sino también a los visitantes extranjeros, los integrantes de tribunales, comisiones o consorcios y las distintas formas de partenariado que se han desarrollado en su historia. La creación de un alumni fuerte puede garantizar la supervivencia de un modelo de educación pública que está amenazado. Cometeríamos un grave error si pensáramos que la Universidad pública tiene asegurada su continuidad. Y quede constancia que también tienen severas responsabilidades públicas las instituciones que nacen con fines de lucro.
Son muchos los indicios de que ese futuro es más nebuloso de lo que reconocemos. Las llamadas guerras culturales, el descrédito de las titulaciones oficiales, la presencia de las grandes corporaciones educativas, el ascenso de los partidos autoritarios o el abandono de los centros públicos por parte de las élites, son tendencias que debemos tomarnos en serio.
Ensanchar la comunidad universitaria alrededor de valores liberales y democráticos y hacia actores que ya no habitan la burbuja académica podría reportar innegables beneficios. Entre ellos merecen destacarse los derivados de esta apertura al mundo de los negocios reales, los problemas concretos y los conflictos vividos. Entender mejor lo que (nos) pasa, nos ayudará a mejorar la oferta y nos acercará a diseños situados. Una comunidad ampliada también garantizará prácticas de lobbyng menos clientelares o menos corporativas y más democráticas.
Otra Universidad
Se proponen tres actuaciones de acupuntura institucional que podrían tener amplias resonancias, pese a la pequeñez de la intervención. Nos referimos a la posibilidad de imaginar algunas aulas como talleres, algunos aprendizajes en clínicas ciudadanas y parte de la investigación en modo disruptivo, ya sea por interdisciplinar, ya lo sea por jovial.
La Universidad entonces puede imaginarse como una institución menos académica y más de cuidados
04 La Universidad taller
La Universidad solo concibe al alumno como receptor de conocimiento, jamás lo imagina como productor. La dualidad profesor- alumno es una construcción moderna menos natural de lo que parece, aunque esté completamente naturalizada. Todo funciona como si las cosas no pudieran ser de otro modo. Todo está organizado para que los aprendizajes sean individuales y los procesos formativos jerarquizados. Todo funciona de arriba abajo, desde el profesor hasta el alumno, tanto si pensamos en la transmisión, como si nos detenemos en la evaluación.
Contamos sin embargo con experiencias que hablan de apuestas radicales por el aprendizaje en equipos, como también sabemos que la mejor manera de aprender algo consiste en atreverse a cambiarlo. Y cuando hablamos de cambiar algo, estamos refiriéndonos también a la posibilidad de pensarlo de otro modo o de imaginarlo como parte de ensamblajes más baratos, más populares, más estéticos, más inclusivos, más elegantes, más simples, más igualitarios, más abiertos o más robustos.
Más que transmitir contenidos, la Universidad podría concebirse como un lugar donde se va a aprender. Y aprender a aprender tiene que ver con hacer cosas, inventar problemas, encontrar buenas preguntas, buscar respuestas situadas y, en definitiva, contribuir a que algo cambie. No importa tanto la magnitud del cambio, como la percepción de que las cosas podrían ser de otra manera y mejores. No estamos hablando de una Universidad resultadista, aunque ya lo sean algunas de sus facultades más técnicas (derecho, ingeniería, medicina y economía), sino de una institución que es muy enfática en los procesos y que, por tanto, valora el resultado como una parte significativa pero no decisiva de la actividad promovida.
05 La Universidad clínica
Fueron los médicos los primeros en inventar que los aprendizajes podían hacerse a pie de cama, en al hospital y junto al enfermo. Más que en las bibliotecas, el conocimiento podíamos encontrarlo en los hospitales. Les siguieron los juristas que también sospecharon que la lección magistral no era la mejor manera de aprender cómo abordar un caso real. Y lo que hicieron, emulando la experiencia de las enseñanzas médicas, fue crear clínicas jurídicas donde los estudiantes abordaban casos reales acompañados por sus profesores. Los ingenieros y arquitectos siempre le han dado mucha importancia al proyecto fin de carrera donde buscaban respuestas profesionales y originales para problemas reales.
Hablamos entonces de prácticas muy experimentadas y eficientes. Nos referimos a mejoras pedagógicas que deberían generalizarse al conjunto de los estudiantes. Abogamos aquí por la creación de las clínicas ciudadanas para que los estudiantes busquen soluciones acreditadas para problemas reales que les lleguen desde su entorno, llevados hasta las aulas por los propios concernidos. Así, cualquier colectivo ciudadano que experimente un problema podría dirigirse al directorio clínicas ofertado y solicitar acompañamiento en la búsqueda de soluciones situadas, sostenibles y coproducidas.
Las clínicas ciudadanas serían un nuevo, ordinario y obligatorio dispositivo de aprendizaje, donde los alumnos aprenden entre sí, junto a los concernidos, de problemas reales en términos concretos. Las clínicas ciudadanas, desde la perspectiva de la Universidad, serían una manera realista de pensar la extensión universitaria que, antes que ser diseñada por el departamento correspondiente, nace de las iniciativas de la propia ciudadanía. Las clínicas ciudadanas entonces operarían como un dispositivo de escucha que nos ayuda a entender mejor el mundo que vivimos y a conectar la Universidad a su entorno, de una manera menos artificiosa que el tradicional ciclo de conferencias o la clásica exposición divulgativa.
No importa tanto la magnitud del cambio, como la percepción de que las cosas podrían ser de otra manera y mejores
06 La Universidad jovial
La Universidad tiene una complejidad tan grande que se ha convertido en una institución profundamente burocratizada. Quienes se sintieron atraídos a sus aulas, auditorios y laboratorios por amor al conocimiento, acaban atrapados en una infinidad de tareas administrativas capaces de diluir las pasiones del primer encuentro. El amor se convierte en rutina. Lo peor es que nos dicen que es inevitable. Hay que luchar contra ese destino desgraciado.
Proponemos la creación del aLAB, un laboratorio (de lo académico) donde darle una oportunidad a las propuestas más atrevidas, inauditas e improbables. Un espacio habitado por quienes tengan tempo para lo imposible, lo arriesgado y lo inimaginable. Podrían ser gentes que aprovechen su sabático para recuperar las pasiones del primer amor, ese que nos animó a buscar el ingreso en alguno de los templos del saber y la proximidad a alguna de las personas que no sólo son de papel. El aLAB sería el lugar donde experimentar oros modos de ser académico, asociados con lo interdisciplinar, lo indisciplinar y lo inverosímil.
El aLAB es un espacio para el cacharreo maker, la experimentación radical y las prácticas joviales. Es un lugar donde lo normal es fracasar y donde fracasar no es frustrante. Al aLAb llega quien le gusta arriesgar y sabe disfrutar del fracaso. El aLAB es el lugar donde la interacción entre artistas, ingenieros, antropólogos, feministas y poetas es posible. Y, por supuesto, cualquier otra combinación de saberes que movilice nuevamente la pasión por aprender y el amor al conocimiento. El aLAB es un lugar para perder el tiempo y no aburrirse. El aLAB será el lugar más interesante de la Universidad porque nunca serás juzgado, jamás se abordarán tareas competitivas y siempre encontrarás mentes dispuesta a lo imposible. El aLAB será el lugar para el diseño especulativo y donde inventaremos otra Universidad posible.
Las clínicas ciudadanas operarían como un dispositivo de escucha que nos ayuda a entender mejor el mundo que vivimos y a conectar la Universidad a su entorno…El aLAB será el lugar más interesante de la Universidad porque nunca serás juzgado, jamás se abordarán tareas competitivas y siempre encontrarás mentes dispuestas a lo imposible
Coda: nuevo pacto social por la Universidad
Decir que con seis iniciativas podemos imaginar otra Universidad es muy arriesgado. Si me atrevo es porque la propuesta no reclama la destrucción de nada. Se propone explorar el potencial de seis nuevas alianzas: una con la ciudadanía para que la academia incluya en su agenda los problemas concretos de salud, habitación, violencia, desigualdad, educación y cualquier otro que ponga en riesgo la convivialidad. También se sugiere ensanchar las competencias universitarias para que alcance a toda la población. Y no estamos hablando de más títulos, exámenes y rigores burocráticos; podemos intentar que esta apertura cree un espacio tan hospitalario como útil.
El ensanchamiento de la comunidad cuidando la formación de un alumni, podría ser la mejor herramienta para que quienes un día fueron profes, administrativos o estudiantes, puedan seguir vinculados, acompañando los procesos de formación que demande la ciudadanía. No será fácil, porque ya estamos cansados de que todos los listillos del mundo quieran aprovecharse de nuestro tiempo, conocimientos y generosidad en su provecho. Las nociones de comunidad autogestionada y banco de tiempo podrían operar como un salvoconducto que nos proteja contra los abusones.
Poco podremos hacer si la Universidad no inicia una reflexión profunda, honesta y a plazo fijo para definir qué tipo de institución deseamos, qué acciones son incentivadas y a qué prácticas queremos darle valor. No es que deje de ser importante escribir paper, pero tenemos que admitir que hay más cosas que conforman su identidad y sostienen la economía de la reputación. Tenemos que repensar todo esto, pues son abrumadoras las evidencias que cuestionan la ecuación más publicaciones es igual a más conocimientos.
Poco podremos hacer si la Universidad no inicia una reflexión profunda, honesta y a plazo fijo para definir qué tipo de institución deseamos, qué acciones son incentivadas y a qué prácticas queremos darle valor
Además de una nueva alianza con los administradores, también necesitamos devolverle a los profes la posibilidad de recuperar el goce de aprender en un entorno no competitivo y abierto a lo impredecible. La Universidad tiene que recuperar la confianza en sus integrantes y, en lugar de tenerlos todo el tiempo bajo sospecha, incentivar las prácticas innovadoras, los proyectos arriesgados, los encuentros interdisciplinares, la cultura colaborativa y los procedimientos radicales. Y sería extraño que llegados hasta aquí, nos olvidásemos de los estudiantes.
La educación está concebida como transmisión del saber y eso puede y debe ser corregido. Cada profe en su aula sabe cómo conseguirlo y, en lugar de atiborrar a los estudiantes con más contenidos nuevos que pronto olvidarán, cada profe tendría que diseñar objetos que pudieran ser abordados en equipo y cuya finalidad fuera la de lograr que los estudiantes aprendieran a aprender y, no menos importante, que aprendieran entre ellos. Es fácil decirlo, pero cuanto antes empecemos a experimentar otras maneras de imaginar el aula más rápido será el proceso que los convierta en productores de conocimiento.
La Universidad, en definitiva, no es un asunto de profes y de gestores. Ese modelo no funciona. No aguanta más. Nadie parece contento. Transmitir saberes, producir textos, administrar titulaciones, recoger adolescentes y asignar recursos no son tareas suficientes. Siguen siendo cruciales, pero se necesitan otras visiones. Lo más seguro es reconstruirla entre todxs con un doble movimiento de, por un lado, ensanchar los vínculos afectivos con la comunidad que la sostiene y, por el otro, darle la voz, preguntarles qué clase de institución necesitamos y qué están dispuestos a hacer para sostenerla. Y, en fin, por si todavía no ha quedado claro el espíritu de estas líneas: no sobran lxs expertxs, sino que faltan nuevxs actorxs.
ANTONIO LAFUENTE
Investigador Científico, Instituto de Historia, CSIC, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC)