Mario Albornoz; «Que sea gratuita no garantiza que a la universidad puedan acceder todas las clases sociales»

«En un mundo interconectado como el actual el peor escenario para un país de desarrollo intermedio como Argentina es quedar desconectado de los centros de producción de conocimiento científico y tecnológico de avanzada» señala el profesor Albornoz


Entrevistamos a Mario Albornoz, Profesor de Filosofía, Investigador Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el área de políticas de ciencia y tecnología y miembro de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias.

Nos explica a qué dificultades se enfrenta el sistema iberoamericano de educación superior. En particular, describe la situación de la autonomía universitaria en Argentina. Destaca que aunque la universidad sea gratuita no se garantiza su acceso a estudiantes de todas las clases sociales.

Además, señala algunas políticas públicas acertadas para evitar el «brain drain». Hay que ser capaces de retener el talento. Considera que Argentina no puede desconectarse de los centros de producción de conocimiento científico y tecnológico avanzado. Disponer de profesionales altamente capacitados exige que pasen por centros universitarios o empresas tecnológica del exterior.

En un mundo altamente digitalizado las fronteras del aprendizaje las marcan cada vez más la lengua y menos los límites territoriales. ¿Cuáles son los obstáculos para alcanzar un sistema iberoamericano de educación superior?

No creo que la lengua sea un factor decisivo en la construcción de un sistema iberoamericano de educación superior, del mismo modo que no lo fue en Europa con el proceso que dio lugar a la declaración de Bolonia. No todos los países europeos hablaban el mismo idioma, pero todos tenían en común la experiencia de integración política y económica que representó la Unión Europea. En América Latina, en cambio, compartimos las lenguas iberoamericanas pero carecemos casi por completo de la experiencia de integración. Ni siquiera el Mercosur se aproximó a niveles de integración regional comparables al europeo. 

Si en el plano político y económico el panorama es complejo, en el de la educación superior es incluso más acentuado, ya que las universidades en muchos países tienen una tradición de autonomía extrema que no solamente hace difícil alcanzar un sistema iberoamericano de educación superior, sino que en muchos casos dificulta la existencia de sistemas nacionales.

Tales niveles de autonomía se expresan, por ejemplo, en la diversidad de títulos que ofrecen las universidades para carreras similares, lo cual hace muy difícil la comparación. Bolonia impulsó la compatibilidad de currículos y de títulos. En muchos países de América Latina, en cambio, la autonomía universitaria interpretada con desmesura permite que cada universidad tome las decisiones que mejor le parezca, lo que hace muy difícil alcanzar metas sistémicas a nivel de cada país y de la región. 

Los sistemas de evaluación y de acreditación deberían tender a solucionar este problema, pero en este caso nos encontramos con algunas incomprensibles pugnas por el liderazgo de algo que, obviamente, no funciona bien ni puede hacerlo en estas condiciones.

A la Red Iberoamericana para el Aseguramiento de la Calidad en la Educación Superior (RIACES), que cuenta con el apoyo de la OEI, se contrapone con un nombre casi idéntico el Sistema Iberoamericano de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (SIACES) impulsado por la Secretaría General Iberoamericana. Parece una broma, pero es así.

Es difícil imaginar acciones de integración en un escenario tan poco integrado. En este sentido, hay que reconocer que IESALC/UNESCO logró que varios países firmaran un convenio para que las universidades latinoamericanas puedan reconocer las distintas titulaciones obtenidas en cada país. El convenio entró en vigor hace pocos días y, más allá de que sea auspicioso, es muy prematuro saber qué impacto verdaderamente podrá tener.

La ausencia de un previo proceso de integración política y económica es un obstáculo a la construcción de un sistema iberoamericano de educación superior

¿Cuáles son los espacios de colaboración que podríamos construir desde hoy mismo? 

Hay muchos espacios de colaboración posibles al nivel de vínculos entre universidades o con algunos organismos internacionales que impulsan proyectos interesantes que lamentablemente no suelen disponer de recursos a gran escala. Hay iniciativas impulsadas desde la propia Unión Europea que no tienen el problema de la escasez de recursos, pero es difícil prever que, aunque sean exitosas, tengan impacto al nivel de los sistemas, en la medida que están centradas sobre universidades puntuales.

Sin embargo, más allá de su escaso impacto sistémico, las redes de universidades que colaboran en formación de posgrado e investigación, las titulaciones compartidas y los programas de movilidad de estudiantes y docentes son espacios de colaboración muy valiosos. Incluso, en algún sentido son preferibles a los programas a escala macro, centrados a nivel de países, ya que éstos padecen la dificultad que emerge de la volatilidad política de los países de la región y de sus discontinuos esfuerzos de cooperación e integración regional.

Hay muchos espacios de colaboración entre universidades, pero no alcanzan a tener los recursos suficientes para prosperar

Libertad académica y democracia son realidades indisociables. ¿Cuál es la situación de la autonomía universitaria en Argentina?

Más de un siglo atrás, en 1918, se registró en Argentina un movimiento social que se inició en la Universidad de Córdoba, conocido como la Reforma Universitaria, que estaba cargado de valores como los de autonomía, libertad de cátedra y autogobierno con participación de todos los estamentos de la universidad. La Reforma de 1918 se expandió sobre el resto de las universidades argentinas y se extendió por gran parte de América Latina de la mano de un pensamiento americanista con tintes románticos que tenía fuertes raíces en la cultura política de la mayor parte de los países. Una excepción fue Brasil, debido a que el desarrollo del sistema universitario de ese país es posterior.

Los valores de la Reforma Universitaria son reivindicados todavía, hasta el punto de que en 2018, al cumplirse el centenario, hubo muchos pronunciamientos de recuperación y actualización de esa memoria. Lamentablemente, los gobiernos militares a partir de 1966, cuando la policía desalojó la Universidad de Buenos Aires es una aparatosa acción policial conocida como “la noche de los bastones largos” y mucho más brutalmente a partir del gobierno de 1976, que ejerció una represión salvaje, tuvieron políticas muy negativas para las universidades, particularmente, las del sistema público.

Fue así que a partir del final de las dictaduras militares en 1983, las universidades se convirtieron en espacios de reivindicación democrática, pero también de politización. La Ley de Educación Superior de 1995 -hoy vigente- garantiza la autonomía y la libertad de cátedra. Pese a todo, si en el discurso casi nadie argumentaría hoy contra los valores de la reforma, la realidad muestra algunos hechos que los afectan.

En los últimos años, por la presión de algunas provincias e incluso municipios, el parlamento ha creado por ley numerosas universidades públicas que en muchos casos están controladas por los alcaldes y los partidos políticos a los que éstos pertenecen. En estos casos los valores académicos tradicionales comienzan a verse afectados por los intereses y los valores de quienes impulsaron la creación de las universidades locales. 

Las universidades argentinas son espacios de reivindicación democrática, pero también de politización

Acudir a la Universidad sigue siendo una oportunidad para progreso social y desarrollo de las personas ¿Qué queda por hacer en Argentina para que nadie se sienta excluido del acceso a la Universidad? 

La universidad como instrumento de progreso es una vieja aspiración de la sociedad Argentina que durante muchos años tuvo éxito.  “Mi hijo el dotor” (sic), una obra teatral escrita en 1903 por el dramaturgo Florencio Sánchez, representaba en forma emblemática el choque cultural entre quienes pertenecían a la sociedad rural de principios del siglo y los que buscaban ascenso social estudiando en la universidad. La obra es una metáfora de las aspiraciones y los logros de la clase media argentina (en gran medida hijos de inmigrantes).

La Reforma de 1918 convirtió en dogma esos valores y por ello la universidad pública es gratuita. En Argentina resulta socialmente intolerable la idea de que las universidades puedan aplicar aranceles, por más módicos que sean. Pero el hecho de que sea gratuita no garantiza que a la universidad puedan acceder estudiantes de todas las clases sociales.

Los niveles de pobreza son muy altos en Argentina y es difícil que quienes provienen de hogares más pobres puedan incorporarse a la vida universitaria. Con el propósito de modificar esta situación, en los últimos años se han creado numerosas universidades en barrios de menor nivel económico y muchas de ellas han logrado ampliar el acceso a nuevos estudiantes pero en algunos casos con desmedro de la calidad de la educación que se ofrece, lo que en última instancia limita sus oportunidades laborales a partir de la graduación.

El hecho de que sea gratuita en Argentina no garantiza que a la universidad puedan acceder estudiantes de todas las clases sociales

La salida de las élites nacionales para estudiar en el extranjero, fundamentalmente al sistema anglosajón, es una industria global creciente. ¿Qué efectos puede tener para el futuro del país?

En 2001 se produjo en Argentina una crisis económica de efectos muy traumáticos. Una de las consecuencias fue que en los dos años siguientes se produjera una emigración masiva de jóvenes que buscaban completar sus estudios y eventualmente obtener empleo en el extranjero. En esa época era común ver desde la madrugada largas colas de candidatos a emigrar, en los consulados de España, Italia y otros países.

El Secretario de Ciencia y Tecnología del gobierno en ese entonces encargó al Centro Redes un estudio sobre el “brain drain” que se publicó luego con el título “El talento que se pierde”. Aquel fenómeno en esa magnitud terminó, en cierta medida, porque hubo algunas políticas públicas acertadas. El CONICET, por ejemplo, suspendió las becas para estudiar en el extranjero y en cambio comenzó a ofrecer un número inusualmente alto de becas para cursar estudios de doctorado en el país. Con la economía ya estabilizada, esta opción fue eficaz.

Se creó además el programa RAICES, que financió el regreso de muchos posgraduados y sobre todo ofreció mecanismos de revinculación a los que se quedaron en el extranjero brindándoles información, impulsando formación de grupos de científicos argentinos en varios países y facilitando proyectos de investigación conjuntos.

De todas maneras, existe actualmente una amplia oferta de becas de universidades y otras instituciones del exterior que muchas universidades locales se organizan para aprovechar confiando en el retorno de quienes se marchan. Hoy no creo que los estudios en el exterior sean un problema, sino todo lo contrario.

Creo que en un mundo interconectado como el actual el peor escenario para un país de desarrollo intermedio como Argentina es quedar desconectado de los centros de producción de conocimiento científico y tecnológico de avanzada. La mejor manera de dar respuesta a lo que se denomina como “cuarta revolución industrial” o “industria 4.0” es contar con profesionales altamente capacitados y estoy seguro de que su formación exige su paso por centros universitarios o empresas tecnológicas del exterior. 

La mejor manera de dar respuesta a lo que se denomina como “cuarta revolución industrial” es contar con profesionales altamente capacitados que hayan transitado por centros universitarios o empresas tecnológicas del exterior

La pandemia del COVID fue un improvisado ensayo general del posible impacto de internet en la educación superior ¿Puede haber una experiencia universitaria sin el uso intensivo de Internet? y viceversa ¿Sin presencialidad, puede hablarse de universidad? 

En Argentina la educación superior virtual no es una novedad ni está relacionada necesariamente con el COVID. Cuando la pandemia obligó a suspender la presencialidad, muchas universidades tenían ya organizadas carreras virtuales de grado y de posgrado. La Universidad Nacional de Quilmes fue pionera en concebir parte de su oferta como universidad virtual.

Pasada la fase crítica del COVID las universidades tardaron más que otras instituciones en retomar la actividad presencial. Con respecto a la primera pregunta, mi respuesta desde la experiencia argentina es que hoy no hay ninguna actividad profesional que pueda prescindir del uso intensivo de Internet. Desde luego, no la universidad.

En cuanto a la segunda pregunta, la respuesta es que en ciertas circunstancias, en las que la distancia física es un factor determinante, es aceptable la formación virtual. Para caracterizar todavía mejor la peculiaridad argentina, desde hace muchas décadas que en algunas carreras (Derecho, por ejemplo) era posible recibirse sin haber asistido nunca a clase, como alumnos libres, simplemente rindiendo los exámenes después de haber estudiado con el material indicado por los profesores.

La novedad tecnológica que aportó la pandemia fue el equipamiento para clases híbridas. Esta solución ha sido adoptada por varias universidades privadas que pudieron equipar sus aulas con dispositivos adecuados. Los docentes, sin embargo, no siempre están capacitados para resolver el problema de trabajar con dos públicos en simultáneo: uno presente en el aula y el otro mediado por las pantallas.

Pero toda esta disquisición es transicional, ya que tanto la tecnología, como la sociedad y sus instituciones -particularmente las universitarias- están experimentando tales cambios que en poco tiempo más las afirmaciones de hoy serán anacrónicas.       

Arte barroco ©pabloacosta

Cada vez son más los actores que ofrecen educación superior, muchos de ellos con el nombre de universidad. ¿Cómo se garantiza el derecho a una educación de calidad de los estudiantes en Argentina?

Son, en efecto, muchos los actores que ofrecen educación superior en Argentina y cada vez más esto incluye a las empresas que imparten capacitación profesional avanzada. Sin embargo, formalmente la Ley de Educación Superior sólo reconoce como instituciones legítimas las universidades y los institutos universitarios, en ambos casos estatales o privados. De hecho, el sistema de educación superior está conformado por 103 instituciones (universidades e institutos) que reciben algo más de un millón y medio de estudiantes.

Dicho sea de paso, la proporción de jóvenes de 18 a 24 años que se encuentran desarrollando carreras universitarias es la más alta de América Latina. ¿Cómo se garantiza la calidad de esta oferta educativa?

La respuesta a esta pregunta es la creación en 1995 de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), la cual, según la ley de educación superior, tiene por funciones coordinar y llevar adelante la evaluación externa de todas las instituciones universitarias. También debe acreditar las carreras de grado (cuando se trate de profesiones reguladas, vinculadas con la salud, la seguridad y los derechos) y de posgrado, cualquiera sea el ámbito en que se desarrollen, en consulta con el Consejo de Universidades. Para ello, el equipo técnico de la CONEAU está organizado en las siguientes áreas: evaluación institucional, acreditación de carreras, planeamiento y relaciones internacionales. No lo hacen mal. Por el contrario, ha habido un aprendizaje muy interesante en los últimos años en todo lo referido a la evaluación de la calidad.

Ha habido un aprendizaje muy interesante en la Argentina de los últimos años en todo lo referido a la evaluación de la calidad universitaria

¿Cuál es el papel de las universidades de Argentina en el impulso del cumplimiento efectivo de los ODS de la ONU?     

La problemática de los ODS no ha tenido mucha penetración en el sistema universitario argentino, más allá de lo discursivo.

Un proyecto desarrollado por varias instituciones locales, financiado por la Unión Europea, denominado “Universidades Argentinas y los ODS, Posicionando la Agenda 2030” tenía como objetivo el relevamiento de las acciones, programas y proyectos que están desarrollando las universidades argentinas en el marco de la Agenda 2030.

La primera etapa, desarrollada inmediatamente antes de la pandemia, incluyó una encuesta destinada a determinar áreas y referentes en las instituciones académicas, con el propósito de realizar un mapa de las universidades y los ODS. Los resultados no fueron alentadores. Muy por el contrario, el informe final destaca la inexistencia, en la mayoría de las universidades, de un área académica o gestión específica que lleve adelante una política para toda la universidad sobre la Agenda 2030 y los ODS. El informe destaca la escasa difusión de los ODS y la casi nula mención de la Agenda 2030 y de los ODS en la página web de las universidades. En definitiva, concluye señalando que es muy baja la presencia de los ODS en la agenda de las universidades. 

Los ODS de la Agenda 2030 apenas han permeado las agendas de las universidades argentinas

¿Qué lugar ocupa la investigación científica en las universidades argentinas?

Se atribuye valor universal a la idea de que una de las funciones centrales de las universidades es la de investigar como condición necesaria para la docencia y la extensión. Así se entiende que es fundamental que las universidades realicen no solamente investigación científica, sino también desarrollo tecnológico del más alto nivel posible. Se espera también de ellas que exploren e indaguen sobre los problemas de su entorno, que se constituyan en centros de referencia en conocimientos relativos al ambiente en el que están insertas.

Que la investigación sea una de las misiones esenciales de las universidades es un mandato aceptado en forma casi unánime, más allá de la evidencia de que no todas las universidades investigan, o que no todas lo hacen con la misma intensidad.

En el caso de América Latina, las universidades reúnen la mayor parte del potencial científico de la región, lo que les confiere un papel destacado en el impulso al desarrollo tecnológico del país. Argentina no es una excepción, aunque la presencia del CONICET y su amplia superposición con la investigación universitaria genera una situación peculiar que en muchos sentidos es problemática.

De algún modo vinculado con este hecho hay un supuesto adicional y es el de que la investigación mejora la formación de los graduados. Hay una paradoja en ello, ya que no es inusual que muchos de los mejores investigadores se desentiendan de la docencia. El modelo de relación entre el Conicet y las universidades argentinas ha dado con frecuencia la oportunidad para que ello ocurra.

La vitalidad de la investigación universitaria latinoamericana se acentuó en los últimos años y Argentina no fue la excepción. Se trata de un proceso que merece ser señalado, ya que es ostensible el aumento de la calidad de su producción científica. Hoy las universidades de América Latina pueden ofrecer hechos y cifras más que interesantes en lo que se refiere a su consolidación como centros de investigación básica y aplicada, aunque en menor medida de desarrollo tecnológico.

La progresiva transformación de algunas de las universidades latinoamericanas en centros de investigación  de alto nivel puede ser verificada también a través de su producción científica relevada en aquellas bases de datos internacionales que recogen la “corriente principal de la ciencia” como SCOPUS o el Science Citation Index (SCI) elaborado por el Institute for Scientific Information (ISI).

Arte barroco ©pabloacosta

¿Tiene sentido defender las publicaciones científicas en español? 

No tiene sentido dar batallas que se saben perdidas de antemano. Cada vez más, el inglés es la lengua de la ciencia, al menos en lo que se refiere a su difusión internacional. Sin embargo, existen diversos públicos, muchos de ellos en lenguas locales. Por eso, sí tiene sentido estimular la circulación del conocimiento científico para ese público.

Pero no habría que imaginar batallas imposibles. Los indicadores disponibles son elocuentes en el sentido de que la presencia relativamente baja de textos científicos en español y portugués en bases de datos internacionales no es exclusivamente un problema lingüístico, sino el reflejo de la magnitud del esfuerzo y las capacidades en I+D de los países iberoamericanos; esto es, un resultado de su política científica y tecnológica.

En conclusión, para expandir en el futuro la presencia del español y portugués como lenguas científicas es necesario expandir la ciencia. Al mismo tiempo, estos valores no son azarosos, sino que reflejan las opciones de los investigadores latinoamericanos con respecto a los públicos a los que desean comunicar los resultados de sus investigaciones. Si desean comunicar a nivel internacional pueden elegir revistas internacionales.

La propia base de datos SCOPUS proporciona la evidencia más contundente de la escasa propensión de los investigadores iberoamericanos a publicar en su propia lengua. En efecto, el total de publicaciones de autores iberoamericanos (en diversos idiomas) aumentó un 86% entre 2010 y 2021. En cambio, los textos en español y portugués lo hicieron tan solo en un 18%. La consecuencia es obvia: el porcentaje de artículos de iberoamericanos en lenguas iberoamericanas descendió sostenidamente desde un 22% al 14%.

Es posible inferir, a partir de esos datos, que los investigadores iberoamericanos prefieren publicar cada vez más en lenguas diferentes a las propias; probablemente en inglés. Esto puede deberse a que participan en redes con autores de países angloparlantes o de mayor desarrollo relativo. En cambio, si los investigadores desearan comunicarse con públicos locales o regionales, disponen de un gran número de revistas registradas en LATINDEX, Scielo, Redalyc, Biblat, Dialnet y Redib, entre otras. 

Eso nos lleva a otro punto: las publicaciones como medio de comunicación indispensable para la comunidad científica. En general se trata de revistas, aunque en el caso de las ciencias sociales y las humanidades tienen gran importancia los libros.

El universo de las publicaciones científicas en español y portugués es numeroso y poco normalizado. El Directorio LATINDEX registra más de 30.000 revistas, el catálogo más de 6.000 y el Catálogo 2.0 tiene 2.804 revistas.

Hay además en América Latina un gran número de publicaciones científicas que ni siquiera están suficientemente registradas, por tratarse de publicaciones de departamentos o institutos de universidades, poco profesionalizadas y de irregular frecuencia.

Un panorama tan disímil reclama el desarrollo de un sistema iberoamericano de publicaciones científicas que incluya los repositorios y dispositivos de búsqueda y recuperación de la información. Resulta evidente que es necesaria una política pública de apoyo a las publicaciones científicas de los países de América Latina. En vez de ello, en la mayoría de los países las revistas nacionales son devaluadas por los sistemas de acreditación porque se considera que un investigador que publica en revistas de su propio país tiene una circulación limitada o endogámica. 

Para impulsar el uso del español y el portugués como lenguas científicas es necesaria una política pública de apoyo a las publicaciones de los países de América Latina

Una de las mejores maneras de medir el compromiso de los gobiernos con la Universidad es su financiación. ¿Cuál es su valoración? 

Es casi imposible dar una respuesta válida a esta pregunta en épocas de crisis económica como la actual. Con una inflación que se aproxima al cien por ciento anual, todos los valores se desactualizan permanentemente.

Ayer, antes de que a mi ventana llegara la algarabía mundialista, escuché las consignas y los bombos de una manifestación de docentes universitarios que reclamaban por sus salarios deteriorados fuertemente por la inflación. En relación con el PBI, el presupuesto de las universidades nacionales debe llegar al 1% anualmente, pero en la realidad no lo hace. En 2015 llegó al 0.85% y actualmente ronda el 0,7%. Y sin embargo no se dejan de crear nuevas universidades, cada vez más pobres. Actualmente hay en el parlamento el proyecto de crear cinco universidades más, todas ellas demandadas con una lógica de clientelismo político.

Arte barroco @pabloacosta

¿Una universidad es mejor cuanto más se parece a las primeras clasificadas en los rankings internacionales? 

Es un dato de la realidad que los rankings de universidades en los últimos años han adquirido una visibilidad y que su impacto alcanzó no solamente a los actores directamente involucrados en la gestión de la educación superior, sino también a la opinión pública, a través de su repercusión en los medios periodísticos. Al tiempo que ganaban un lugar muy destacado en el debate acerca de la calidad de las universidades, los rankings se multiplicaron y aumentó su variedad.

En su origen, los rankings eran un producto norteamericano propio del sistema de toma de decisiones con respecto a la elección del lugar de estudio. Estaban destinados a un público local que se apoyaba en ellos para tomar decisiones relativas a la elección de las universidades en las que cursar estudios. La aceptación social de los rankings universitarios en la sociedad norteamericana se debió a que daban respuesta a la necesidad de contar con herramientas que facilitaran la elección de la universidad o college más adecuados. Ejemplo de ello es el US News & World Report Best Colleges, que empezó a publicarse en 1985.

Luego se globalizaron, difundiéndose sobre todo en los países de Europa y Asia a partir de la divulgación de los rankings internacionales de Shanghái (2003), el QS World University Ranking (2004) y el Times Higher Education Supplement (2010). Algunos rankings globales están centrados en aspectos más restringidos, como la información disponible en sitios web, como el Spanish National Research Council’s Webometrics, o las publicaciones científicas producidas por las universidades, como el SCImago Institutions Ranking

América Latina no fue una excepción al fenómeno expansivo de los rankings universitarios y su impacto en las comunidades académicas locales fue también muy rápido, pero suscitó reacciones encontradas. En general, la prensa se ha hecho eco de ellos, pero en los medios académicos se critica la metodología con la que son elaborados y su implícita normatividad. Se cuestiona el sistema de valores que conlleva el ordenamiento.

Los rankings internacionales merecen un examen crítico para entender qué es lo que están diciendo, si es que algo dicen

Analizar su significado plantea desafíos de orden teórico y metodológico que comprenden los objetivos de los rankings, las definiciones de calidad que se adoptan, las unidades de análisis, las dimensiones y los indicadores que se eligen, las fuentes que se utilizan, los criterios de ponderación, la forma de organización de los resultados y las modalidades de su difusión pública.

Lejos de adoptarlos como dictámenes incuestionables, los rankings internacionales merecen un examen crítico, para entender qué es lo que están diciendo, si es que algo dicen. La mirada crítica debería focalizarse tanto sobre el plano metodológico como sobre el teórico, ya que su modelo implícito no solamente atañe a los criterios de selección de las variables, sino al peso relativo que se asigna a cada una de ellas. Por otra parte, la propia mirada globalizadora puede inducir la idea de que se trata de una “tendencia mundial” y de este modo apelar una vez más a la noción de “camino único” y a no tomar suficientemente en cuenta la peculiaridad de los contextos locales.

A pesar de lo dicho, debo reconocer que algunas universidades eventualmente mejor posicionadas en algún ranking, como la Universidad de Buenos Aires, han aprendido a valerse de ellos a la hora de publicitar sus cursos, negociar presupuestos o fortalecer su imagen ante la opinión pública.


Entrevista Alfonso González Hermoso de Mendoza

Olivia Borges

Espacios de Educación Superior está dirigido a poner en contacto a las personas e instituciones interesadas en la sociedad del aprendizaje en Iberoamérica y España.