El presente texto forma parte del artículo «Hablemos de las universidades» en el que se nos ofrece un recorrido por los principales desafíos a los que se enfrenta la institución universitaria planteados desde una perspectiva global. El texto nos invita reflexionar sobre la singularidad y relevancia de las universidades, destacando la importancia de su integración en las sociedades que las acogen.
ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA
La ejemplaridad
En la crisis del 2008 los universitarios jugaron un papel clave en la creación de una situación insostenible que llevó a la ruina a millones de personas. El movimiento “me too” tuvo, y desgraciadamente tiene, algunos de sus casos más relevantes en el entorno universitario. Ver en los medios de comunicación referencias a profesorado que miente en su currículum, posiblemente el principal pecado que puede cometer un universitario, ha dejado de ser excepcional. Los sesgos en el trato a personas racializadas siguen siendo objeto de denuncia. La selección de personal o el otorgamiento de prebendas por razones de cercanía con demasiada frecuencia se integra en la normalidad de la vida universitaria. El mirar para otro lado ante los conflictos de intereses para conseguir financiación se considera en ocasiones como inevitable.
Cada vez que una universidad encubre un abuso de poder, un conflicto de intereses, una decisión en beneficio particular, una discriminación, un acto de nepotismo o una falta consciente a la verdad, no sólo se amenaza la reputación de la institución afectada, sino que cuestiona a la Universidad como institución. Prueba de ello es que la académicos de referencia hayan pedido la limitación de la autonomía universitaria ante la incapacidad interna para enfrentarse a estos comportamientos , una situación de excepción que cuestiona todo el entramado institucional que soporta a las universiades.
La fortaleza de las universidades se corresponde con su ejemplaridad. Actuar desde la integridad académica y educar en la honestidad intelectual son el fundamento del pacto social de las universidades. La defensa y promoción de una cultura de la integridad se ha convertido, como hacía evidente la UNESCO en el año 2016, en «un reto contemporáneo para la calidad y credibilidad de la educación superior».
Actuar desde la integridad académica y educar en la honestidad intelectual son el fundamento del pacto social de las universidades
Igualmente debemos considerar como una pérdida en los valores académicos la brecha creciente en algo tan esencial como es la relación entre profesorado y estudiantado. Un profesorado que percibe al estudiantado como una carga, desinteresado en asistir a clase, y si asiste no participa, incapaz de leer y que integra las trampas en su relación académica sin sentir culpa.
Por otro lado, un estudiantado desconfiado o apático hacia la autoridad, para el que la universidad ha pasado a ser la siguiente parada en la cadena de montaje, que no se siente importante, ni atendido, y que no encuentra modelos de vida en su profesorado. El primer paso en cualquier propósito de transformación de las universidades pasa por sanar la relación entre maestros y discípulos.
Cancelación y neutralidad política
Los valores y prácticas de las universidades también se han visto comprometidos desde los movimientos de cancelación. Actitudes hiperbólicas de carácter identitario, surgidas desde los propios departamentos universitarios, que han exacerbado las condiciones de la convivencia e impuesto la censura, o autocensura, en aras de lo identificado como políticamente correcto. Los movimientos de cancelación han propiciado el alejamiento de las universidades de su condición de espacios de diálogo, ajenos a la violencia o la intimidación, propiciadores de una educación emancipadora.
La guerra de Gaza ha vuelto a traer al escenario universitario con especial encono, como en su momento sucedió con la guerra del Vietnam, el debate sobre cuáles son los límites de las universidades en su intervención política en la sociedad. La incriminatoria comparecencia de tres rectoras de la “Ivy League” en el Congreso de EEUU, y su posterior dimisión, dan fe de ello. La toma de posición de las universidades en temas socialmente relevantes tiende a ser vista por los contrarios a las opiniones que se expresan como una violación de la necesaria “neutralidad política”. Determinadas declaraciones de carácter político, se afirma, suponen la negación del espacio para el desacuerdo académico de buena fe.
Los movimientos de cancelación han propiciado el alejamiento de las universidades de su condición de espacios de diálogo, ajenos a la violencia o la intimidación, propiciadores de una educación emancipadora
Las universidades se agostan cuando temas legítimos de debate universitario se han convertido en campos de minas en los que los estudiantes y los profesores dudan en entrar. Urge la formación en el discurso cívico y la condena expresa, sin sanciones formales, del discurso flagrantemente irrespetuoso.
Sin aura ni amenaza
El cambio tranquilo de las universidades hacía la mercantilización se ha producido en un silencio compartido, apenas roto por problemas corporativos, ignorando las grandes tensiones del debate universitario clásico, entre ellas la que hace referencia al valor de la educación universitaria. “El proceso de acumulación implosiva y acumulativa…el contacto personal del estudiante con el aura y la amenaza de lo sobresaliente”, del que hablaba George Steiner.
La primera misión de la educación, y por lo tanto de las universidades mientras sean consideradas instituciones educativas, es formar personas libres. La evolución actual de las universidades parece estar pretiriendo esta misión. Circunstancia que podemos observar tanto en la tendencia a la especialización en materias técnicas y muy concretas, como por el deterioro de la educación humanista, considerada como anacrónica. Una aportación inutil en una realidad que no se desea someter a otra revisión crítica que no sea la que provenga de cómo mejorar la eficiencia económica.
De esta manera la formación universitaria aparece integrada en el proceso de formación de capital humano. La formación del estudiantado como ciudadanos activos en el ejercicio de la democracia queda postergada, cuando no ignorada. La educación se reduce para el estudiantado a una autoinversión dirigida a proporcionarle la mayor rentabilidad posible en actividades futuras, “sin aura ni amenaza”.
La primera misión de la educación, y por lo tanto de las universidades mientras sean consideradas instituciones educativas, es formar personas libres
La deserción de la presencialidad
Después del COVID nada es igual en las universidades. La presencialidad del profesorado se ha visto alterada, es cierto que, de manera desigual según disciplinas, pero en algunos casos de manera radical. Sin duda han desaparecido algunas malas costumbres, pero también lo es que este cambio afecta a prácticas esenciales de la cultura académica sobre las que de manera tácita se ha venido soportando el aprendizaje del profesorado y del estudiantado. La deserción espontanea de la presencialidad merece una reflexión institucional para valorar su impacto, así como para plantear las necesarias reorganizaciones académicas y de gestión.