Seguimos todavía hoy transmitiendo la creencia de que el conocimiento profundo y especializado es suficiente para poder transmitirlo y enseñarlo, pero no es así. Es un requisito imprescindible pero no suficiente. La tarea docente exige una serie de conocimientos y herramientas propias del ámbito de las ciencias de la educación que contribuyan a un mayor y mejor aprendizaje por parte de nuestros estudiantes
JESUS MANSO
La tarea docente
La tarea docente requiere sólidos conocimientos disciplinares. Estos deben ser ampliados y profundizados de manera permanente y, al menos, al mismo ritmo que cambian y evolucionan los diferentes ámbitos científicos. Esto es válido para el ejercicio de la docencia en cualquier etapa educativa, también en la Universidad.
Pero no es suficiente con esto. La tarea docente exige una serie de conocimientos y herramientas propias del ámbito de las ciencias de la educación que contribuyan a un mayor y mejor aprendizaje por parte de nuestros estudiantes. Nos referimos a la formación relacionada, por un lado, con las didácticas (tales como metodologías, técnicas de evaluación, etc.) y, por otra parte, con los aspectos psicopedagógicos (tales como el aprendizaje, la atención, la motivación, etc.). Y esto es válido para el ejercicio de la docencia en cualquier etapa educativa, también en la Universidad.
Además, la tarea docente requiere compromiso personal y cierta donación (al menos, de nuestro conocimiento especializado, que ya es mucho). Actitudes propias de aquel que es consciente que el desarrollo científico pasa por la transmisión cuidada, rigurosa y planificada a las nuevas generaciones. Y esto requiere, sobre todo, tiempo y formación.
No es posible desempeñarse como docente sin el tiempo necesario para diseñar los procesos de enseñanza y aprendizaje, para coordinarse con otros colegas, para reflexionar sobre lo ocurrido en las clases, etc. Tampoco es posible hacerlo sin una formación específica que permita al docente contar con un acompañamiento y perfeccionamiento progresivo y situado en las dificultades propias de sus funciones. Y esto es válido para el ejercicio de la docencia en cualquier etapa educativa, también en la Universidad.
¿Por qué resulta necesario justificar que la formación docente es también necesaria en la Universidad?
¿Por qué resulta necesario justificar que la formación docente es también necesaria en la Universidad? Entre otras razones, porque hemos generado un sistema en el que la dimensión investigadora del profesorado universitario ensombrece, e incluso afea, a la dimensión docente. Y también porque hemos desvinculado el binomio docencia-investigación.
Ya en 1930 en Misión de la Universidad, Ortega y Gasset denunciaba esta situación cuando señalaba que “uno de los males traídos por la confusión de ciencia y universidad ha sido entregar las cátedras, según la manía del tiempo, a los investigadores, los cuales son casi siempre pésimos profesores, que sienten la enseñanza como un robo de horas hecho a su labor de laboratorio o de archivo. […] He convivido con muchos de los hombres de ciencia más altos de la época, pero no he topado con un solo buen maestro” (p. 18).
Seguimos todavía hoy transmitiendo la creencia de que el conocimiento profundo y especializado es suficiente para poder transmitirlo y enseñarlo, pero no es así. Es un requisito imprescindible pero no suficiente.
Proceso de reforma
En el proceso de reforma universitaria en el que estamos instalados actualmente con el Anteproyecto de Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) se contempla, entre las necesidades del sistema de educación superior español, el hecho de que el profesorado novel tenga algún tipo de formación al inicio de su carrera como docente.
Desde una visión internacional e histórica, por este mismo proceso ha pasado el profesorado de Educación básica o primaria desde principios del siglo XIX, los de Educación Secundaria desde los años 60 del pasado siglo y el universitario desde los años 90.
Y en todos estos casos, los cambios siempre han llevado resistencia asociadas. En el caso de la Educación Secundaria en España, ya supuso grandes retos el Curso de Aptitud Pedagógica (CAP) creado a partir de la Ley General de Educación de 1970 y también su modificación a nivel de Máster en 2009 como consecuencia del Proceso de Bolonia.
También es normal y razonable que surjan dudas al respecto de una formación inicial para los docentes universitarios. Es una medida que, sin duda, al menos en su inicio, supondrá un reto añadido para las universidades y, además, generará ciertas reticencias entre su profesorado. Sin embargo, sus beneficios serán mayores que sus requerimientos y contribuirá a una dignificación de la tarea docente en la Universidad. Ya discutiremos sobre el cómo, cuándo, con qué recursos, etc.: asumiendo que también estas preguntas son esenciales, no las utilicemos ahora como elementos para una parálisis colectiva.
Formación permanente
Además, hay una ventaja añadida que se deriva de la implementación de una formación inicial del profesorado universitario. Se va a hacer imprescindible generar un sistema coherente de formación a lo largo de su ejercicio profesional. Todas las universidades cuentan con alguna unidad (más o menos institucionalizada) para atender la formación permanente de su profesorado. Las funciones, estructuras y sentido de estas deberán modificarse en mayor o menor medida.
En este caso, el proceso puede ser más costoso porque no se trata de crear de nuevo, sino que hay que modificar lo ya existente. Y esto, en ocasiones, suele ser más difícil. Las modalidades de formación permanente universitario suelen consistir (con excepciones, por supuesto) en cursos más bien descontextualizados, sin relación entre sí, voluntarios, desconectados, con enfoque individual, etc.
Todos estos aspectos deben revisarse para aproximarnos a un sistema integrado con modalidades de formación colectivas, situadas en problemas que permiten conexión entre ellas, obligatorias y convenientemente reconocidas.
Las facultades de ciencias de la educación
Por último, y a riesgo de ser acusado (quizá con razón) de gremial, resulta fundamental que las facultades de ciencias de la educación sean quienes tengan el papel coordinador en el diseño e implementación de todo el sistema de formación del profesorado universitario. Es en ellas donde se encuentra y genera el conocimiento especializado al respecto.
Sin embargo, también se requiere que desde nuestras facultades estemos abiertos y promocionemos la colaboración con el resto de los centros universitarios donde, sin lugar duda, su profesorado también genera conocimiento educativo docente valioso y abundante. Se hace, por tanto, imprescindible aglutinar, explicitar y poner al servicio de la comunidad universitaria todo ese conocimiento docente, con especial orientación hacia aquellos que comienzan a ejercer la apasionante y honrosa tarea de ser docente en la Universidad.
Para ampliar la reflexión con algunos ejemplos:
- Universidad Autónoma de Madrid: Título de Experto en Mentoría en Docencia Universitaria
- Universidad de Valencia: Formación Inicial del Profesorado Universitario
- Universidad Politécnica de Madrid (IUCE): Actividades de Formación Inicial
JESUS MANSO, Universidad Autónoma de Madrid, Decano de la Facultad de Formación de Profesorado y Educación
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