El presente texto forma parte del artículo «Hablemos de las universidades» en el que se nos ofrece un recorrido por los principales desafíos a los que se enfrenta la institución universitaria planteados desde una perspectiva global. El texto nos invita reflexionar sobre la singularidad y relevancia de las universidades, destacando la importancia de su integración en las sociedades que las acogen.
ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA
Una realidad cambiante
Cuando la UNESCO quiso dar continuidad a los informes de la Comisión Faure, “Aprender a ser: El mundo de la educación hoy y mañana”, de 1972, y de la Comisión Delors, publicado en 1996, “La Educación encierra un tesoro”, alumbró en 2021, “Reimaginar juntos nuestros futuros, un nuevo contrato social para la educación”. Este informe resulta claro en su diagnóstico y propuesta; el liderazgo de las universidades demanda un nuevo pacto con la sociedad. “Este acuerdo debe construirse desde nuevas premisas que permitan que las universidades sean co-creadoras con el resto de la sociedad de sus objetivos y respuestas, orientadas a la consecución del bien común”.
Dar cuerpo a la declaración de la UNESCO demanda talento y valentía. Sólo así se podrá dar forma a este “Nuevo pacto” con indicadores precisos y compartidos, información que permita evaluar y rendir cuentas sobre las propuestas de valor de las universidades. Esto es, sobre en qué medida contribuyen a la creación de la sociedad que queremos.
Un nuevo liderazgo que coincide con las propuestas de la Asociación de Universidades Europeas, que en el mismo año publicó ”Universities without walls. A vision for 2030”. En esta declaración de manera inequívoca se recoge que, “Dado que las sociedades pluralistas están bajo amenaza, las universidades deben apoyar los valores cívicos a través de una participación activa…Nuestra evolución hacia las “sociedades del conocimiento” ha situado a las universidades en el epicentro de la creatividad y el aprendizaje humanos, fundamentales para la supervivencia y el progreso en nuestro planeta. La clave del éxito serán las universidades abiertas, que refuercen la visión de las universidades sin muros, participando profundamente con otras partes de la sociedad al mismo tiempo que mantienen firmes sus valores”.
La autonomía universitaria es la expresión de un espacio de colaboración no especulativa y de naturaleza suprainstitucional dedicado a la gestión del conocimiento y a la educación
Tirar los muros siempre genera incertidumbres, como supuso en el siglo XIX para las ciudades deshacerse de sus murallas, porque abre posibilidades imprevisibles de establecer nuevas relaciones, a la vez que obliga a cambiar sobre lo que nos es propio.
Un orden moral compartido
A la hora de hablar sobre la pérdida de liderazgo es importante recordar que, la autonomía no está al servicio de la institución, sino de la sociedad, por lo que podemos afirmar que no hay una única expresión de lo que es una Universidad. Es más, hay tantas naturalezas posibles como maneras haya de garantizar la libertad académica y el acceso a la educación y al conocimiento en los distintos entornos a los que nos podamos referir.
Las universidades adquieren su sentido en relación con su entorno y, no lo olvidemos, con otras universidades, esto es, entendida como una red. Las universidades se construyen y soportan apoyándose unas en otras. La autonomía universitaria es la expresión de un espacio de colaboración no especulativa y de naturaleza suprainstitucional dedicado a la gestión del conocimiento y a la educación.
Hacer ver que las universidades son una red de espacios de libertad al servicio del bien común es un desafío enorme. Como nos recuerda Simon Marginson de la Universidad de Oxford, y editor en jefe de la revista Higher Education: “Lo que nos falta todavía en la educación superior internacional es un orden moral compartido y un consenso sobre el bien común global, basado en la igualdad y la diversidad cultural y epistémica, que pueda unirnos a través de la profunda división colonial entre Occidente y el resto”.