Existe un sentido universal de la educación compartido en todos sus niveles. No tiene por tanto sentido establecer diferencias entre los distintos niveles educativos. No hay Educación superior o inferior, solo hay Educación, con mayúsculas, Educación a lo largo de toda la vida.
VÍCTOR MOURELLE
Introducción
Durante demasiado tiempo, hemos tratado a las diferentes etapas educativas como compartimentos estancos, con poca o nula conexión entre ellas. Parece tener sentido mostrar que tales diferencias no son tan grandes, y que debemos mirar a la Educación, ahora más que nunca, como un todo.
¿Son tan diferentes los docentes y los objetivos educativos según las diversas etapas formativas de los alumnos?
Uno de los aparentes deberes de la Universidad no es otro que el de formar estudiantes con un alto nivel de pensamiento y autónomos; lo que vendría a ser de alguna manera que llegaran a desarrollar un pensamiento crítico, o mejor aún, constructivo. Hasta ahí, y según ese objetivo, no tendría sentido establecer diferencias entre los diferentes niveles educativos, puesto que esa premisa también parece tener sentido asociada a cualquier alumno/a de infantil, primaria, secundaria y bachillerato. Por lo tanto, habría un sentido universal de la educación, compartido en todos los niveles.
Para ello, el docente debe tener una serie de cualidades inherentes que le ayuden a desarrollar su labor según el objetivo anterior. En los diferentes estudios sobre evaluación docente en universidades estadounidenses y australianas, se destacan por encima de otros dos objetivos fundamentales que debe favorecer un buen docente:
– Que los alumnos sean capaces de analizar ideas y diferentes temas de manera crítica
– Que sean capaces de desarrollar habilidades intelectuales y de pensamiento
Lo curioso es que esas premisas no pertenecen en exclusiva al ámbito de educación superior, sino al ámbito de la Educación en general. Es decir, analizar, comprender, apreciar el significado o interpretar la información son parte inexcusable de cualquier nivel o rango educativo.
De hecho, un Maestro, Profesor, Doctor, debe tener las mismas cualidades en cuanto a su desempeño se refiere, independientemente del nivel y ámbito educativo en el que se encuentre. Se espera de él que sea excelente, es decir, que aplique métodos de enseñanza acordes a la diversidad de su aula, que utilice apropiadamente las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que inspire a los estudiantes; se espera que investigue y se forme (reforme) continuamente, que eluda de la manera que sea posible la burocracia administrativa y las diferentes leyes educativas que, con demasiada frecuencia y ningún avance real, sufren en su labor diaria.
Por tanto, ¿habría diferencias significativas entre las cualidades esenciales que debe tener un docente según el nivel educativo?
Según la bibliografía especializada estas serían las características que deberían pertenecer a un docente:
• Dominio amplio y especializado de la disciplina que enseña. Lo que viene a ser tener un dominio pedagógico específico del contenido de su materia y de la metodología correspondiente.
• Claridad en el fin real educativo, es decir, tener claro que lo está enseñando repercutirá positivamente en la vida de los estudiantes y en la utilidad social de lo aprendido.
• Conocimiento de sus alumnos y de los procesos individuales de aprendizaje, y por tanto dominar las diferentes teorías psicopedagógicas que explican dicho proceso de aprendizaje y la motivación oportuna.
• Ser consciente de las diversas características físicas, sociales y psicológicas de sus alumnos; es decir, requiere conocer quién es el aprendiz y cómo ocurre el proceso de aprendizaje. A partir de este conocimiento, podrá promover en sus estudiantes la comprensión más que la recepción pasiva de saberes, ayudarlos a autorregular su aprendizaje, motivarlos explicitando los beneficios que obtendrán si adquieren lo enseñado, corregir sus realizaciones, enseñarles a trabajar cooperativamente, a ser críticos, a automotivarse y a empatizar. Requiere la capacidad —por parte del docente— de identificar las diferentes clases de ideas previas y preconcepciones que por lo regular tienen los estudiantes, y entonces encaminar su enseñanza a transformarlas.
• Un rasgo personal del buen docente, y no menos importante, es un adecuado conocimiento de sí mismo, entendiendo por esto la capacidad de tener plena conciencia acerca de cuáles son sus valores personales, el reconocimiento de sus fortalezas y debilidades como docente y persona.
Parece evidente, pues, que no son cualidades referidas en exclusiva a un ámbito educativo concreto o determinado. Leídas sin contexto alguno, parece obvio que son inseparables de la profesión docente, se desarrolle donde se desarrolle ésta: en un aula de infantil, una escuela de danza, en un paraninfo de la Universidad de Bloomington o en el Curtis Institute, y sin distinción de materia o rango educativo.
Lo curioso es que, a priori, estas cualidades parecen cumplirse, en mayor medida, en otros espacios de categoría aparentemente inferior que el meramente universitario, en cuanto a la edad de los alumnos se refiere. Ya en el nivel infantil, así como en primaria y secundaria, sobre todo, los docentes tienen muy en cuenta la personalización del aprendizaje, la educación por proyectos, las metodologías activas (gamificación, cooperativo, etc.…) y cómo el porfolio individual del alumno, a través de los diferentes cursos, refleja su aprendizaje significativo.
¿Y si no todos somos iguales? La personalización del aprendizaje
La individualización de la enseñanza se materializa a través de desafíos personales, donde todos los alumnos deben pasar por la misma formación (e información) y reciben la misma titulación, independientemente de la etapa educativa en cuestión. Sin embargo, lo ideal sería que cada estudiante se enfrentara a su propio yo, a su propia realidad, que fuera capaz de identificar sus límites, y que su desafío máximo fuera su propio aprendizaje de sí mismo. Y tener su porfolio, donde se reflejara su avance, logrando tener un perfil, una línea que resumiera y expusiera todo lo realizado a través de diferentes materiales repositorio: audios, videos, presentaciones, texto, dibujos, fotos, etc.
Leído lo anterior, es extrapolable tanto a un alumno de infantil de 3 años en un centro escolar como a un estudiante de posgrado. Seguramente se trata de ver, antes que simplemente mirar al alumno.
¿Medidos todo por igual?
Si hablamos de evaluación, aquí las diferencias son aún mayores, puesto que parece revelador que, en las etapas tempranas del aprendizaje, sea común la diversidad de miradas a través de rúbricas, escaleras de metacognición, diarios de aprendizaje, entre otras, frente al eterno examen como única prueba de diagnosis que con demasiada frecuencia se suele encontrar en la educación universitaria. Si la premisa es dime como evalúas y te diré como enseñas, queda por tanto mucho camino por recorrer.
La diferencia es diversidad, y viceversa
La diversidad en el aula es compartida en todos los niveles educativos, si bien acontece de manera diferente. En los niveles iniciales, es clara la diversa manera de evolucionar de los alumnos, según los diferentes contextos socioeducativos que les rodean. Cuando se llega a la universidad, esto no deja de suceder desde otro ámbito, puesto que es común que convivan tanto alumnos llegados de Bachillerato (nacional e internacional) y de formación profesional con aquellos que ya tienen formación y buscan reinventarse o ampliar conocimiento.
Si a esto añadimos que actualmente es cada vez más posible imbricar el modo presencial con el modo a distancia (on-line), parece cuando menos que somos capaces de responder a las necesidades de todos y cada uno de ellos, contemplando, además, la diversidad social que esto conlleva.
Arquitectura y Pedagogía, el espacio como tercer Maestro
Aquí las diferencias son notables, puesto que los campus universitarios suponen un diseño más global, donde las diferentes actividades y servicios quedan más integradas comúnmente que en los centros escolares. Es cierto, sin embargo, que esa posible brecha se va reduciendo con proyectos educativos escolares cada vez más innovadores y atrevidos, partiendo siempre de la pedagogía -nunca debería ser al servicio del marketing- donde el límite de la estructura del aula se rebasa entendiendo el espacio educativo como un todo.
Seguramente no hay más remedio, porque en la era digital además los estudiantes tienen la oportunidad de aprender en cualquier momento y desde cualquier lugar, en un entorno en el que la flexibilidad y la personalización pasan a ser un factor común y determinante. Aprendo de todo y desde un todo.
Conclusión
En Educación se avanzará cuando no se vean las diferentes etapas educativas como compartimentos estancos, sino como espacios comunes de aprendizaje. Una línea del tiempo que no tiene fin.
Si algo ha quedado demostrado en los últimos años es que la Universidad ya no es solo un destino, “el” destino. Se trata de trazar un camino de aprendizaje. A estas alturas, la formación permanente se ha convertido en un aspecto imprescindible para mantener una trayectoria profesional de éxito, y una línea de vida personal que llene los espacios vacíos de manera que nos configuremos como personas ávidas de saber ser antes que meramente dotarnos de contenidos sin más.
No hay por tanto Educación superior ni inferior; si acaso, simplemente Educación con mayúsculas.
REFERENCIAS
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VÍCTOR MOURELLE. Director Ejecutivo Alameda International School, Arcangel International School y Colegio Ábaco.
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