Defendiendo el bilingüismo y, en su caso, la necesidad de sostenerlo como lengua vehicular, se quiere hacer caer en la cuenta de que, rebus sic stantibus, sin mirar la vista hacia atrás, sería una pena que quienes tengan ocasión ahora de ser bilingües en español, pierdan esa oportunidad
MIGUEL ÁNGEL GARRIDO
Es bien conocida la distancia que separa el bilingüismo (o dominio simultáneo de dos lenguas en un mismo territorio) de la diglosia (o manejo de dos lenguas, una prestigiosa y otra subalterna). Podemos afirmar además que una lengua que no se usa en el sistema educativo, que no se usa como “vehicular”, termina por ser una lengua de segunda, termina por ser en el territorio correspondiente la pariente pobre de una diglosia y no simplemente una de las dos que conforman un bilingüismo.
Es evidente, por ejemplo, que la práctica del castellano como única lengua de enseñanza en Cataluña durante el franquismo produjo unos resultados tremendamente negativos para el catalán. Los que aprendían historia, geografía, matemáticas… ¡todo! en castellano, y solo en castellano, terminaron muchas veces como semianalfabetos del catalán, incluso en casos de personas cuya primera lengua era de forma inequívoca la catalana.
El caso es que, en las últimas décadas, millones de personas han vuelto sus ojos hacia el estudio del español, que se convierte así en un bien económico para ciertos países que tienen la posibilidad de tratarlo como propio. La demanda de enseñanza del español ha aumentado de tal manera que se ha podido decir que en los países donde el inglés es lengua oficial, el español es la segunda lengua más demandada y en aquellos cuya primera lengua no es el inglés ni el español, este es la tercera lengua preferida, inmediatamente detrás del inglés.
Algunos datos: como se sabe, la lengua española es hablada principalmente en España e Hispanoamérica pero también entre las comunidades de hispanohablantes de otros países entre los que destacan los Estados Unidos con más de 40 millones de hablantes de español. En algunos países del viejo Imperio donde el español ya no es lengua de habla mayoritaria ni oficial, sigue manteniendo una gran importancia en el sentido cultural, histórico y muchas veces lingüístico, como ocurre en Filipinas y algunas islas del Caribe. En Guinea Ecuatorial, donde es lengua oficial, es hablado como lengua materna por una pequeña parte de la población.
Además, es uno de los seis idiomas de la Organización de las Naciones Unidas. Es también idioma oficial de varias de las principales organizaciones internacionales: La Unión Europea, la Unión Africana, la Organización de Estados Americanos, la Organización de Estados iberoamericanos, el Tratado del Libre Comercio de América del Norte, la Unión de Naciones Iberoamericanas, la Comunidad del Caribe, los Estados de África, del Caribe y del Pacífico, el Tratado Antártico. En el ámbito deportivo podemos citar la FIBA, la FIFA y la Federación Internacional de Federaciones de Atletismo.
Es pertinente recordar ahora las conclusiones del Congreso internacional sobre el español que se celebró en Trujillo (España) en los días del 16 al 19 de mayo de 2011 en el que profesores de español de universidades de 20 países estudiaron su importancia y, en consecuencia, la conveniencia de su uso como lengua vehicular en las diversas circunstancias en que convive con otra lengua. Sin que esto signifique menoscabo del otro idioma que convive con el español.
1.El español como lengua común de más de 500 millones de hablantes es una de las mayores riquezas, tanto en el orden cultural como en el económico y social, de la que disponen las personas de comunidades hispanohablantes.
2.El uso simultáneo con dominio pleno de otras lenguas no debe ir nunca en detrimento del también pleno dominio del español. Para conseguir ese pleno dominio se requiere su empleo como lengua de enseñanza y no solamente como materia enseñada.
3.Deben ser consideradas también como lenguas de enseñanza aquellas que compartan el carácter de cooficiales. Nunca se deberá considerar como menoscabo para el español la utilización en igualdad de condiciones de una lengua materna.
4.La adquisición, junto al español, de una segunda o de más lenguas, así como su utilización como lenguas de enseñanza, deberá programarse en la educación de acuerdo con las exigencias psicológicas y las capacidades de los alumnos, evitando que el deseo de enriquecimiento lingüístico conduzca a prácticas contraproducentes para la capacidad comunicativa que se procura.
5.Es de fomentar el interés además por los dialectos, hablas, lenguas indígenas en peligro de extinción y demás supuestos lingüísticos, pero nunca se debe olvidar que las lenguas sirven a la comunicación y, por consiguiente, su extensión y viabilidad no deben ser propiedades indiferentes para la atención que se les otorgue.
Hay que evitar que estas reflexiones alienten desconsideración alguna hacia la llamada “lengua materna” del bilingüe con la que cada hablante mantiene una relación muy especial. Probablemente cada uno tenemos la conciencia de que aprenderla ha sido el primer y principal esfuerzo de nuestra vida y que, aprendida, llega a constituir una parte importante de nuestra personalidad. La lengua materna se constituye así como una parcela intocable de “lo propio” y da lugar a una actitud sentimental que puede hace mirar con aprensión la competencia del entorno.
Nada tiene de extraño que un fenómeno de tal calado emocional repercuta en numerosas iniciativas de los políticos a la busca del voto y que un dato, en sí mismo técnico y lingüístico, ofusque a veces el juicio de personas preclaras. Los supuestos que clasifican los hechos lingüísticos como lenguas o idiomas, dialectos, hablas, etc. generan, más allá de su inevitable indefinición de límites, un sinfín de apasionadas polémicas. Los poderes públicos deben cubrir las necesidades que respecto de la lengua manifiesten las personas, aceptando que son estas (las personas) y no los territorios los que tienen lenguas que hay que respetar.
No se trata de avasallar con el español en ninguna parte. Defendiendo el bilingüismo y, en su caso, la necesidad de sostenerlo como lengua vehicular, se quiere hacer caer en la cuenta de que, rebus sic stantibus, sin mirar la vista hacia atrás, sería una pena que quienes tengan ocasión ahora de ser bilingües en español, pierdan esa oportunidad.
MIGUEL ÁNGEL GARRIDO. Filólogo. Catedrático de Universidad y Profesor de Investigación del Instituto de la Lengua Española (CSIC).