París. Francia. AGHM

Nos une, eso sí, la sensación de amago generalizado y, específicamente hablando de bibliotecas y universidades, de compartir un horizonte problemático, por no decir sombrío, que amenaza al valor del saber y, por tanto, a ambas instituciones. La universidad, como un espacio destinado a la transmisión del saber a través de la  enseñanza y de su enriquecimiento a través de la investigación. está en crisis, al igual que lo están las bibliotecas públicas como lugares de su extensión universal.

DANIEL GOLDIN


A Eva Berger

Primero

Escribo este texto el 2 de octubre de 2022. Lo quiero iniciar así porque me parece imperioso no sólo datar mi respuesta a una pregunta se ha formulado muchas veces a lo largo de más de siglo. Asumiendo que cada vez resuena de diferente modo. También  porque creo pertinente desmontar la misma pregunta que detona mi reflexión: ¿Qué relaciones pueden establecer las universidades y las  bibliotecas públicas hoy?

Ante discursos que hablan de una era uniforme y un mundo unido, empiezo por recordar que nuestro presente es múltiple. Encierra muchos presentes en conflicto. Nos une, eso sí, la sensación de amago generalizado y, específicamente hablando de bibliotecas y universidades, de compartir un horizonte problemático, por no decir sombrío, que amenaza al valor del saber y, por tanto, a ambas instituciones.

Ambas compartieron la promesa de que el saber nos hace, al menos, más dueños de nuestro destino, pero la extensión del saber parece haber ido en otro sentido y multiplicado la imprevisibilidad.

La universidad, como un espacio destinado a la transmisión del saber a través de la  enseñanza y de su enriquecimiento a través de la investigación. está en crisis, al igual que lo están las bibliotecas públicas como lugares de su extensión universal.

Las bibliotecas públicas no tienen un horizonte fácil.  Para qué invertir en ellas si se puede responder a casi cualquier pregunta desde la comodidad de un celular.

Trastocadas por la pandemia del Covid-19, intentan fortalecerse en un entorno adverso. La banalización del conocimiento y el deseo de la verdad como telón de fondo hace más dramático el cuestionamiento desde una racionalidad económica que traduce todo a una rentabilidad de corto plazo. ¿Por que invertir en ellas, particularmente desde países de la segunda o tercera división, cómo lo son México y España? ¿Para alcanzar el desarrollo, tan pregonado y poco problematizado? 

Sobra decir que fuera de los discursos financieros también hay razones objetivas para hacerse esas preguntas. Las universidades certifican año con año miles de profesionales  que no podrán ser incorporados al mercado laboral, o lo harán de manera muy precaria. Lo vemos quienes convivimos con los jóvenes que han pasado casi toda su vida estudiando.

Los pocos que logran ingresar a los centros de investigación ocupan no pocas horas de sus días en justificar su existencia con informes baladíes que entre muchas cosas alimentan a casas editoriales que publican toneladas de libros y artículos que pocos o nadie lee… 

Desecho por trivial la visión paternalista que asigna a las universidades la tarea de iluminar a las masas incultas. Como en otros campos, la salud de una relación posible entre universidades y bibliotecas públicas se debe cimentar en el placer o beneficio mutuo

Desde esa perspectiva, las bibliotecas públicas no tienen un horizonte más fácil.  Para qué invertir en ellas si se puede responder a casi cualquier pregunta desde la comodidad de un celular. Abundan los que responden y falta tiempo para esclarecer las interrogantes propias.

Si lo hacemos tal vez podremos dejar de ceñir el saber a lo transmisible en libros. Es uno de los aprendizajes significativos que dejó la pandemia. La experiencia de la presencia como una fuente inacabable de interrogaciones, problemas… y respuestas y soluciones, precarias ambas.

Ese es el desafío que intento plantear en estas páginas en las que ensayo unas reflexiones desde mi experiencia de bibliotecario publico. Sé que son precarias. Sé que no se pueden generalizar. Sé que no podrían ser de otro modo.

AGHM

Segundo

Nuestro mundo son muchos mundos, aunque se presenten como uno solo. Donde pongamos un poco de atención, la mano, la mirada o el oído, ese velo se rasgará y dejará ver una diversidad de experiencias y relatos. La atención, ese bien cada día más escaso, permitirá la emergencia de preguntas. Todas ellas tienen en común la búsqueda de sentido. Ese tesoro olvidado en un mundo ahíto.

 ¿Qué relaciones pueden establecer las universidades y las  bibliotecas públicas hoy?

Desecho por trivial la visión paternalista que asigna a las universidades la tarea de iluminar a las masas incultas. Como en otros campos, la salud de una relación posible entre universidades y bibliotecas públicas se debe cimentar en el placer o beneficio mutuo.

Hace unos años, cuando dirigía la biblioteca Vasconcelos, platiqué con un brillante matemático cubano. Había cursado al mismo tiempo su doctorado en matemáticas y en filosofía en Rusia, había dictado conferencias en Europa y América.

Participó en congresos y publicó decenas de artículos arbitrados, pero me confesó que estaba muy nervioso por platicar ante señoras que escasamente habían realizado estudios secundarios. No sé si era verdad, pero me dijo que nunca se había sentido más inquieto. Simplemente no sabía cómo prepararse. Y lo hizo. Comenzó a hablar a las 16,30 y culminó a eso de las 20,00, media hora después del  cierre de la biblioteca. 

La presencia es una fuente inacabable de interrogaciones, problemas… y también respuestas y soluciones

Estoy seguro que en esa charla privaron los malentendidos. Como sucede en la mayoría de los encuentros, cada participante habría relatado lo acontecido de manera diferente. Pero sin duda hubo una intensidad jubilosa compartida, como sólo acontece en los encuentros verdaderos.  Sea cual sea su naturaleza, su esencia es que son mutuamente memorables.

Ese es el territorio donde debemos cimentar la convergencia de dos instituciones en las que el placer propio y ajeno se entremezclan y ambos con el trabajo, pues eso sucede cuando uno estudia, investiga y piensa. Por cierto, no hay mejor condimento para que esto ocurra que el ocio y el aburrimiento. En este tiempo del eterno entretenimiento, ambos han sido desterrados de nuestro universo vivencial.  

Tercero

Replanteemos pues la pregunta original, ¿qué relaciones mutuamente beneficiosas pueden establecer las universidades y las  bibliotecas públicas hoy?

Ensayo a partir de esos y otros recuerdos un catálogo rápido de sugerencias que realizan o pueden realizar ambas instituciones en beneficio de cada una y de sus entornos, pues ambas se deben a ellos. En el caso de las universidades, existen porque otros destinan tiempo y recursos para que unos cuantos puedan pensar, estudiar, enseñar o investigar.

En lo que respecta a las bibliotecas públicas, para que cualquiera pueda hacerlo. Implícitamente al menos, ni una ni otra pueden soslayar el bien común. Creo. Si no lo hacen, cada una de ellas en algún momento lo lamentará. 

Tanto las bibliotecas públicas como las universidades se deben a sus entornos

¿Quieren ejemplos? Hay casos de bibliotecas que reciben la ayuda de estudiantes o maestros para apoyar los estudios de sus usuarios, sean o no escolarizados. Son espacios provistos de libros, acceso a internet, diferenciados de los hogares. Las universidades pueden estimular en su comunidad ese servicio social, con valor curricular o no. Como lo atestigüé, los que regalan su tiempo y esfuerzos son los primeros agradecidos. Pero eso tiene también un valor intelectual para los estudiantes.

Pongo como ejemplo un programa de becas de excelencia para jóvenes estudiantes. Los estudiantes becados debían salir de su ámbito e ingresar a otro, de modo que para muchos estudiantes ayudar a chicos con problemas era la oportunidad de conocer otro mundo, quizá la única. Luego la vida los iría encerrando en su coto letrado, a pontificar desde su grado.  Lo mismo puede decirse de los maestros y alumnos universitarios que ingresan a una biblioteca pública y dialogan con sus usuarios. Esa diversidad es un territorio nutricio para cualquier actividad intelectual. No sólo en ciencias sociales. 

De manera muy estúpida, hoy los bibliotecarios suelen pensar que su trabajo se debe ceñir a la promoción de la lectura y que ésta se constriñe a vincular a los usuarios con obras literarias. Qué bien que todos tengamos la oportunidad de acceder al arte y la literatura. Pero el deseo de saber no se reduce a ello. Ni en niños ni en adultos. «Soy un hombre, nada humano me es ajeno», escribió Pablo Terencio. En bibliotecas y universidades públicas podemos traducir ese lema como nada me puede resultar trivial, y debo compartir mis dudas, mi curiosidad con otros.

«Soy un hombre, nada humano me es ajeno», escribió Pablo Terencio. En bibliotecas y universidades públicas podemos traducir ese lema como nada me puede resultar trivial, y debo compartir mis dudas, mi curiosidad con otros

Como editor que soy sé de la importancia de pararse en un estand a vender un libro.  En el momento de encarar a un posible lector se perciben  problemas, debilidades o fortalezas de una obra. Lo mismo acontece con no pocos universitarios cuando se acercan al público basto. ¿No debería cualquiera poder transmitir algo de su pasión? ¿O es que ya no es la pasión por el conocimiento el sostén de las academias? A los que piensan que no, tal vez habría que decirles que la vida universitaria ya no augura un futuro más promisorio que una tienda de botanas. 

Sí, para pensar el beneficio mutuo y extendido de las relaciones entre universidades y bibliotecas públicas, ante todo es preciso asumir una perspectiva diferente de la que nos imponen quienes quieren confundir conocimiento con información y beneficio con rentabilidad económica. No somos uno, sino muchos mundos, pero estamos comprometidos. Esa es una de las enseñanzas de la pandemia y de la guerra de Ucrania.

Y para eso hace falta replantear los términos lectura y escritura, que son las actividades que se supone sostienen a bibliotecas y universidades. 

En una era en la que todos nos vemos impelidos todo el tiempo a leer y escribir, hacen falta espacios para reaprender a hacerlo. O, dicho de otra manera, para dar valor a ambas actividades. En la era de la conectividad universal es preciso revisar con quién, cuándo y para qué nos conectamos

En una era en la que todos nos vemos impelidos todo el tiempo a leer y escribir, hacen falta espacios para reaprender a hacerlo. O, dicho de otra manera, para dar valor a ambas actividades. En la era de la conectividad universal es preciso revisar con quién, cuándo y para qué nos conectamos. De ahí la importancia del ocio y el aburrimiento a los que aludí antes. Pero también es momento de poner a dialogar la experiencia propia con las ajenas. De distanciarse de lo propio. De desconectarse de la bulla. De leer textos y hacerlos dialogar con los contextos.

De ahí emergen recursos disponibles para el beneficio colectivo. Por mencionar cosas triviales, pienso en las bodegas llenas en las editoriales universitarias y los acervos pobres en las bibliotecas públicas. O a la inversa, en los recintos bibliotecarios plenos de preguntas desconcertantes y en los recintos universitarios ahogados de afirmaciones manidas.

Pero no me quiero extender en las respuestas. Sé que en cada lugar hay múltiples oportunidades de hacer vínculo de estas dos instituciones consagradas a resguardar tiempo para alimentar la curiosidad y el deseo de saber, lo que urge es desempolvar las preguntas.

Lo enfatizo hoy, en los primeros días de octubre de 2022, cuando en Irán, Ucrania y México mujeres y jóvenes arriesgan sus vidas por garantizar la libertad de pensar, hablar y ser diversos. Ellos me hacen recordar que el entrecruce de universidades y bibliotecas públicas se relaciona esencialmente con garantizar el valor universal de las preguntas y deseos de saber y aprender, procurar el libre acceso de cualquiera a comprometer parte de su tiempo a intentar responder y aprender, siempre precariamente. No importa si el dinero de ambas instituciones proviene del erario público o no. Si no lo hacen así, siempre serán privadas.

DANIEL GOLDIN es editor, bibliotecario y escritor.

Último libro disponible en  la red:

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