«Todo está sucediendo como si alguien, con buena dosis de irresponsabilidad, hubiese diseñado una liga futbolística en la que nuestros investigadores y profesores y profesores (de todos los géneros y todas las edades) tuvieran que competir con la dedicación y la fiereza de una Champions League, pero con el sueldo de un equipo de infantiles, y en las instalaciones de un colegio de un barrio marginal. ¿Qué se puede esperar en estas condiciones? ¿Que la imaginación, la vocación, la motivación personal y la honestidad de los investigadores y los profesores universitarios los solucione todo…?«, nos hace ver el Catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Pérez Tornero es catedrático del Departamento de Periodismo y Ciencias de la Comunicación de la UAB. Dirige la Cátedra UNESCO y el Gabinete de Comunicación y Educación de la UAB. Entre 2021 y 2022, fue presidente de Radio Televisión Española (RTVE). Sus líneas de investigación han evolucionado desde la semiótica y crítica del discurso, la economía política y la comunicación y la educación hasta la inteligencia artificial, el espacio público audiovisual y la alfabetización mediática. Ha publicado más de 100 artículos científicos en varios idiomas y es autor de más treinta libros como, por ejemplo, La gran mediatización, Media literacy and new Humanism, Tribus urbanas, La televisión educativa, Comunicación y educación en la sociedad de la información, La seducción de la opulencia, etc.
Desde hace más de 30 años trabaja con la UNESCO en el ámbito del servicio público audiovisual y la alfabetización mediática. Ha realizado misiones en países como Tailandia, Venezuela, Arabia Saudí, Francia, Turquía, Qatar, Marruecos, México, Perú, República Dominicana o India, entre otros. También ha formado parte del grupo de expertos de la Unión Europea sobre alfabetización mediática y ha dirigido iniciativas europeas e investigaciones destinadas a orientar la legislación europea sobre la materia. Recientemente ha trabajado en temas relacionados con la inteligencia artificial y la desinformación en países como Portugal, Italia, Finlandia, Suecia, Bélgica, Francia y Reino Unido. Ha sido también miembro directivo de la UER, presidente de COPEAM (Roma), miembro directivo de la Asociación de Televisiones Culturales y Educativas Iberoamericanas (Méjico) y vicepresidente de la Asociación Internacional de Televisiones Educativas y Descubrimiento (París).
Señalaba el escritor Manuel Vicent que “Ir a la Universidad en los años ochenta significaba un cambio de estatus”, ¿Que significa hoy ir a la Universidad?
En España, sigue siendo un cambio de estatus, pero mucho menos que en los ochenta. Entonces había pocas universidades, en pocas provincias, y el gasto (de tiempo y dinero) a dedicar a la carrera hacían los estudios universitarios muy selectivos. Hoy en día, es más fácil acceder, en todos los sentidos, a la universidad, porque el índice de estudiantes es muy alto, más de un 42% de los jóvenes entre 25 y 34 tiene estudios universitarios en nuestro país (y en algunas regiones supera el 50%). Por tanto, no se trata de estatus social, sino profesional el que se consigue yendo a la universidad. El problema es que se está detectando una sobre-cualificación, mejor dicho que la oferta de graduados universitarios es muy alta, y de aquí se está derivando que no todos los universitarios consiguen empleos correspondientes a su formación.
Nada más entrar en la página web de una universidad privada de reciente creación encontramos la frase “La universidad donde sólo se habla de business”. ¿Es compatible está propuesta con la noción de Universidad?
Bueno, distingamos. Una cosa es formar en “negocios” y otra es el negocio de la formación. Yo entiendo que, en ningún caso, ni siquiera para formar en negocios, la educación universitaria debería ser solo un negocio. La viabilidad económica, por supuesto, es un valor necesario (incluso la rentabilidad y un cierto beneficio). Pero el concepto de universidad que hemos heredado desde la Edad Media a hoy, pasando por la incorporación de las ciencias, no se puede resolver en puro negocio. Tiene que incluir un sentido académico y científico, con la libertad de pensamiento y de cátedra, un sentido humanista (cosmopolita), y un cierto compromiso con la sociedad. Sin todo ello, no hay universidad que merezca este nombre.
La libertad de expresión no tiene más límites que los derechos del prójimo: su dignidad e integridad. Una universidad tiene que ser un foro público abierto, crítico y respetuoso. Un foro en el que se pone énfasis en nuevas ideas u nuevos puntos de vista
Enseñar a los estudiantes a expresarse de manera clara y persuasiva debería ser uno de los resultados centrales de una educación universitaria. Ante tensiones como las que viven las universidades norteamericanas por la guerra de Gaza surge la pregunta; ¿cuáles son los límites de la libertad de expresión en la vida universitaria?
La libertad de expresión no tiene más límites que los derechos del prójimo: su dignidad e integridad. Una universidad tiene que ser un foro público abierto, crítico y respetuoso. Un foro en el que se pone énfasis en nuevas ideas u nuevos puntos de vista. Prohibir esas ideas o esos nuevos puntos de vista es contraproducente desde cualquier punto de vista. Creo que Stuart Mill y otros liberales del momento lo explicaron muy bien. No hay que reprimir ni silenciar los errores: hay que criticarlos y discutirlos, pero nunca silenciarlos. Porque detrás de cada prohibición puede incubarse algún tipo de tiranía. El tema de Gaza es un buen ejemplo. ¿Debido a qué se pueden prohibir o censurar -y hay muchas formas de censura- que los estudiantes y los profesores e investigadores se pronuncien sobre un problema como el de Gaza? Me parece aberrante. Al contario, hay que potenciar la conversación, el debate argumentado, incluso una cierta controversia… Todo ello ayudará a encontrar soluciones.
El procés enfrentó a la universidad española a un debate clásico universitario como es el de la neutralidad institucional. ¿Deben las universidades como tales tomar partido?
Mi opinión es que el tiempo del Procés fue un tiempo desafortunado. Basta mirar a cómo está Gran Bretaña tras su marcha de la UE. No ha mejorado en nada, y ha empeorado en muchos aspectos. Una eventual independencia de Cataluña hubiera tenido resultados semejantes, siempre desde mi punto de vista. Pero, en cualquier caso, lo oportuno hubiera sido que se hubiera discutido en el ámbito de la universidad, sin coacciones y sin problemas sobre las conveniencia o inconveniencia de la independencia de Cataluña, y sobre la inconveniencia o inconveniencia del procedimiento para implantarla que impulsaron la Generalitat y muchas instituciones, entre ellas algunas universidades, impidieron un debate argumentado y propulsaron un discurso propagandístico que llegó a anular la necesaria neutralidad institucional.
Dicho de otro modo, no entendió que es la neutralidad institucional la que propicia la libertad de cátedra. Y que cuando se pierde esa neutralidad se intoxica la libertad de cátedra y la de expresión. Y no niego que en determinadas ocasiones los claustros universitarios no deban comprometerse con ciertos valores o causas. Lo que no es admisible es que, en una causa tan controvertida como la independencia y tan divisora de la sociedad catalana, algunos claustros tratasen de coaccionar la libertad de expresión y de cátedra. Por eso, entre otras cosas, entiendo que el Procés fue un tiempo desafortunado.
El ex-presidente y candidato Donald Trump presentó hace unos meses la creación, si ganara las elecciones, de una universidad pública, gratuita y de acceso abierto para todos los norteamericanos, “The American Academy”. Estaría financiada con nuevos impuestos que se impondrían a las universidades de la “Ivy league”. Esta universidad pretende resolver una situación en la que según Trump; «Gastamos más dinero en educación superior que cualquier otro país y, sin embargo, están convirtiendo a nuestros estudiantes en comunistas, terroristas”. ¿Por qué están las universidades situadas en el foco de la guerra cultural del liberalismo?
Poniendo las cosas en su sitio, EEUU en lo que más gasta -y más que ningún país- es en armamento, casi 900 mil millones de dólares. Que gaste o gastar en educación el doble de lo que gasta en armamento sería una muy buena noticia. Pero la realidad está lejos de esta situación. Por otro lado, no me parece razonable que se tenga que crear una sola universidad pública en un país que tiene algunas de las mejores universidades del planeta. Lo razonable sería fortalecer las universidades públicas, sin ahogar a las privadas, pero haciéndolas más accesibles para todas las economías. Y, por supuesto, obtener mejore rendimientos de todas las inversiones educativas.
Y lo que las universidades fabriquen comunistas o terroristas hay que considerarlo un exabrupto verbal, sin base empírica. Entre los estudiantes universitarios de todo el mundo habrá de todo, como en otros ámbitos de la vida. Pero sostener que las universidades de EEUU están dedicadas, indirectamente, al comunismo o al terrorismo, es como sostener que el COVID se iba a solucionar con un poco de lejía.
Para contrarrestar esta prepotencia de los grupos de interés, solo hay dos soluciones, que están relacionadas: una mejor esfera pública, más participativa y abierta, y más igualitaria; y un mejor periodismoo
¿Estas propuestas de deslegitimación de la universidad tienen reflejo en España?
Yo no las he oído, por ahora. Pero algo que nos asegura la globalización y las redes es que las ideas (afortunadas o desafortunadas) circulan a la velocidad de la luz.
Los lobbys económicos presionan a los legisladores con argumentos científicos construidos con recursos ingentes para favorecer sus intereses, como sabemos al menos desde que Ralph Proctor nos mostrara en su libro “El holocausto dorado” la fuerza de la industria tabaquera para crear artificialmente incertidumbre. Un fenómeno semejante al que estamos viviendo hoy en día con el uso de los combustibles fósiles. ¿Qué papel debe asumir la Universidad en situaciones como éstas?
Este libro es muy ilustrativo, como lo es el de Patrick Radden, El imperio del dolor, referido al poder de los lobbies en la industria farmacéutica y en la medicina. Ambos demuestran que esos núcleos de poder y de interés utilizan argumentos, campañas e, incluso, estudios seudocientíficos o sesgados para imponer sus conveniencias, y provocando mucho daño social.
Para contrarrestar esta prepotencia de los grupos de interés, solo hay dos soluciones, que están relacionadas: una mejor esfera pública, más participativa y abierta, y más igualitaria; y un mejor periodismo. Sin olvidar, en ningún momento que lo que necesitamos son políticos y funcionarios honestos, capaces y que no se dejen ni amedrentar ni sobornar por esos grupos de interés.
El Manifiesto de Liubliana por la lectura, recientemente publicado y avalado por multitud de firmas de acreditados intelectuales, recalca la importancia de la lectura como instrumento indispensable para la formación. ¿Se ha dejado de leer en la Universidad?
Los principales argumentos de ese manifiesto son muy sólidos, y el diagnóstico que hace me parece, en términos generales, muy adecuado. Leer un texto (cualquier tipo de texto, no solo alfabético) requiere un esfuerzo de comprensión intelectual, global, sin el cual no es posible el razonamiento sólido, ni, por supuesto, avanzar en ninguna metodología científica. Cuando estamos renunciando en la universidad y en las escuelas a lectura estamos renunciando al esfuerzo intelectual que nos exigían ya, desde hace tiempo, un Bergson o un Dewey y que han constituido siempre los fundamentos del pensamiento filosófico y lógico de nuestra cultura y nuestra ciencia. Pero, además, nos impide alcanzar lo singular, lo que se basa en la globalidad y en el carácter sistemático de la realidad que tenemos delante.
Leer mal es una tragedia para la humanidad entera. Una regresión de la especie. En la universidad, se lee poco. Muy sincopadamente. Sin abarcar estructuras amplias y sin asumir estructuras complejas. En términos generales, se impone un solucionismo simple, una lectura superficial e impresionista y un desdén del esfuerzo que supone la atención, la concentración, la complejidad y el esfuerzo cognitivo. Hablo en general, y hay notabilísimas excepciones, por supuesto.
Recientemente usted ha sido nombrado responsable del Programa de cooperación en materia de alfabetización mediática y diálogo intercultural de la UNESCO ¿A qué inquietudes pretende responder este programa?
Si una sociedad habla sin racionalidad, sin respeto hacia el otro, sin comprensión de la realidad, tanto sus lenguajes como sus medios de comunicación pierden sentido y valor. Entonces se presenta el abismo. Lo que debería conducir a la cooperación, lleva a una competitividad atroz, y lo que debería conducir al entendimiento, se torna incomprensión, odio y hasta guerra. De aquí la importancia de luchar contra la desinformación y la manipulación informacional, contra el lenguaje del odio, y contra la fragmentación social provocada por el mal uso del lenguaje y los medios.
La misión del programa que coordino en la UNESCO es luchar contra todos estos males y proponer valores positivos: entendimiento global, diálogo intercultural, alfabetización mediática, etc. Y hacerlo investigando, enseñando y desarrollando políticas y acciones que favorezcan una inflexión en la situación actual.
Decía Ortega en “La misión de la Universidad” que ”Una atmósfera cargada de entusiasmos y esfuerzos científicos es el supuesto radical para la existencia de la Universidad”. ¿Le falta hoy a la universidad española ilusión y proyecto colectivo?
A la Universidad española le falta ese entusiasmo colectivo. ¡Por supuesto! Los jóvenes universitarios están dedicando su tiempo a publicar obsesivamente para ser citados, a acreditar sus currículos y gestionar plataformas digitales administrativas que lejos de facilitarle sus tareas, les quita mucho tiempo. Y esto con sueldos míseros y futuros inciertos. Todo está sucediendo como si alguien, con buena dosis de irresponsabilidad, hubiese diseñado una liga futbolística en la que nuestros investigadores y profesores y profesores (de todos los géneros y todas las edades) tuvieran que competir con la dedicación y la fiereza de una Champions League, pero con el sueldo de un equipo de infantiles, y en las instalaciones de un colegio de un barrio marginal. ¿Qué se puede esperar en estas condiciones? ¿Que la imaginación, la vocación, la motivación personal y la honestidad de los investigadores y los profesores universitarios los solucione todo…?
Si una sociedad habla sin racionalidad, sin respeto hacia el otro, sin comprensión de la realidad, tanto sus lenguajes como sus medios de comunicación pierden sentido y valor
Desde luego, todos estos valores y esa enorme voluntad la están poniendo la mayoría de los profesores e nuestra universidad, pero no es suficiente. Lo que se ha hecho en las últimas décadas -inversiones en instalaciones, nuevas universidades, etc.- no es tampoco suficiente. Ahora hay que invertir en talento y en personas y con generosidad e inteligencia. Y no lo he visto en ninguna de las últimas leyes universitarias, que, aunque una cierta buena voluntad, no han sabido apostar por la excelencia, ni por motivar a los universitarios, ni por darle os medios que requieren para progresar.
Por eso no hay entusiasmo ni proyecto colectivo, pese a la buena voluntad de mucha gente. En definitiva, no veo inversión pública suficiente, ni voluntad política decidida a cambiar las cosas pronto.
¿Cómo ve el futuro de nuestra universidad entonces?
Me gustaría que nuestras universidades estuvieran mejores dotadas en cuanto a recursos para pagar a su profesorado y para motiva a los jóvenes. Con un sistema de incentivos justos y generoso al esfuerzo y a la creatividad. Con una administración más liviana y que no recayera sobre el profesorado. Con una capacidad de convocatoria de los mejores, profesores y estudiantes. Alida al cambio social en nuestro país y en el mundo. Dedicada a la investigación, el desarrollo y la transferencia, con energía, y con determinación. Además, con la idea de ser líderes -uno de los líderes-del mundo universitario global.
Para ello necesitamos un esfuerzo de todas las administraciones, empresas, instituciones, y de las familias. Algo así como un plan (a cinco años) para reconstruir nuestra universidad. Lo veo como una tarea prioritaria en un mundo cada vez más necesitado de aprender para desarrollar una economía y una cultura prospera.