No hay definición universal de la innovación. La innovación es una palabra que siempre depende del contexto o de la situación social en el que se utiliza. A las innovaciones les caracteriza el que son procesos interactivos que generarán algo nuevo, transformador y valioso en sistemas y entornos determinados. Por lo que, la noción de entorno ha de estar en la definición de innovación, al igual que las de proceso e interacción
CÉSAR ULLASTRES
Los actuales modelos de política de innovación se basan en su mayoría en el concepto de Sistema Nacional de Innovación, introducido en 1994 por Christopher Freeman (1). La mayor virtud de este enfoque ha sido mostrar las interacciones sistémicas entre agentes (sistema científico, organismos de transferencia, centros tecnológicos, empresas y gobiernos) y el papel de los organismos públicos en su coordinación. Complementariamente, un año después, un alumno aventajado de Freeman, Keyth Pavitt definió una taxonomía de la innovación en función de los diferentes momentos que ocurren en el proceso de la idea al mercado y de ahí nace la “innovación con apellidos”, convirtiendo, desde entonces, a la innovación en un concepto contenedor que, cada vez más, se está convirtiendo en un término manido y carente de contenido. Actualmente, y para mayor abundamiento, se piensa que al modelo tradicional de “oferta de conocimientos” del Sistema Nacional de Innovación deben añadirse los modelos referidos a incentivos y capacidades empresariales, modelos de “demanda” de innovaciones y de gestión de la innovación.
Los sistemas, tanto los naturales como los artificiales, están formados por elementos interconectados entre sí para realizar funciones propias de tales sistemas mediante procesos de diversas clases: transferencia, flujo, crecimiento, evolución. Es precisamente en la interconexión y en los procesos en donde hay que poner el foco para que verdaderamente sea un sistema. Y estos deberían ser el objetivo de cualquier política que quisiera incentivarlos.
En la empresa entendemos la innovación como la introducción con éxito en el mercado de nuevos productos, procesos, fórmulas organizativas o modelos de marketing sabemos que surge de oportunidades muy variadas y sigue canales muy diferentes. Las actividades de I+D, donde tradicionalmente se concentran las políticas públicas, generan conocimientos imprescindibles para el desarrollo humano a medio plazo, pero no dan lugar a innovaciones empresariales de forma automática.
Considerada la innovación como un valor económico, la innovación empresarial está subordinada a otros valores económicos: la productividad y la competitividad. Una cosa es generalizar el concepto de innovación para convertirlo en el bálsamo de Fierabrás, que todo lo cura, y otra muy distinta el olvidarse de que la innovación es uno de los principales motores del capitalismo contemporáneo. En este contexto, la política de innovación es un subconjunto de la política industrial (2) y todavía queda mucho por saber para mejorar la competitividad de las empresas, tanto en la vertiente académica como práctica.
Para las empresas innovar es ante todo una actitud, una disposición favorable a emprender, al cambio, sea en los sistemas de producción, en organización interna, en los procedimientos de comercialización o en el lanzamiento de nuevos productos al mercado. Las que se embarcan en el proceso de innovar se caracterizan por su capacidad para asumir riesgos, así como para superar los fracasos. La cultura empresarial de las que hacen innovación se caracteriza por un liderazgo ocupado en concitar el compromiso de todos los empleados alrededor de dicho proceso.
La innovación en la empresa no aparece, ni es fruto de encomendarse a nadie. Por el contrario, es el fruto de un proceso sistemático que requiere disciplina, rigor, humildad, y que pasa por planificar y medir lo que se hace para luego ajustarlo en función de los resultados y aprender de lo realizado. Ese es, precisamente, el lado oscuro del que nadie habla.
Las empresas generalmente pagan un alto precio por saber lo que saben. Cada vez que se habla de innovación hay referencias al conocimiento y es difícil encontrar un modelo de gestión del conocimiento que no se pierda en las vaguedades metafísicas fruto del control del saber que, desde hace poco, solo se atribuye a los saberes académicos. La innovación en la empresa, a menudo, depende de la capacidad para adaptar la tecnología y el know how que ya existe en la propia empresa.
La ciencia valora la transparencia y el conocimiento compartido; el negocio requiere confidencialidad, la ciencia exige validez; el negocio utilidad, la ciencia persigue contribuir al saber en términos de prestigio y posición dentro de la comunidad académica, el negocio lo hace atendiendo a la rendimiento económico. Es en ese entramado, en el que conviven dos perspectivas igualmente racionales pero contradictorias, donde, a veces, se produce la innovación. Las innovaciones pueden ser promovidas, a veces, por individuos pero lo más frecuente es que surjan en los sistemas de innovación que están compuestos por una pluralidad de agentes que aprenden unos de otros.
Para los científicos el conocimiento es un fin en sí mismo, para las empresas que invierten en innovación, no es más que uno de los medios para mejorar sus resultados económicos. Una cuestión es hacer ciencia, por aquellos que tienen la capacidad de descubrir nuevos principios científicos y tecnológicos, y otra cuestión diferente es la habilidad para explotar sistemáticamente el stock de conocimiento existente, algo que correlaciona directamente a las empresas que mejor lo hacen con su posición competitiva. La ciencia tiene sus criterios y la economía los suyos.
Cada actividad debe interpretarse como una parte autónoma de un proyecto más amplio. Un problema teórico se resuelve cuando se conoce la solución. En cambio, un problema práctico no se resuelve cuando se conoce la solución, sino cuando se pone en práctica, que suele ser lo más difícil porque la realidad tiene un componente de resistencia e imprevisibilidad desconcertantes. Ortega y Gasset decía que “Al español castizo toda innovación le parece francamente una ofensa personal” (3) y aquí apuntó aquí una idea clave: las innovaciones, de salida, suscitan rechazo. Las empresas antes de abordar la inversión que requiere hacer innovación tienen que tener muy claro: cuál es el coste de abordarla; qué productos de los que está actualmente fabricando va a canibalizar y qué formación necesitarán los empleados y los clientes para asumirla.
El dinamismo de la creación empresarial es mucho más complejo que la mera búsqueda del beneficio. Se mueve en una urdimbre social, en la que intervienen externalidades sociales, las creencias básicas de una sociedad, las instituciones, que es donde va sedimentándose una cultura objetivada, que está ahí para todos y en cuya construcción participan todos los ciudadanos, y el clima de cooperación y confianza
Hace 20 años, en un despacho, en España, se alumbró la fórmula I+D+i, un mantra que se ha repetido hasta la saciedad como si fuera un conjuro eficaz. Todos llegamos a pensar que era la clave del éxito. Utilizando una expresión popular esto fue coger el rábano por las hojas. Surgió de un conciliábulo que sólo pretendía dejar a investigadores y empresarios contentos. Al pie de la letra, la fórmula hacía pensar que los tres elementos surgen de la nada, que son autosuficientes y surgen por generación espontánea. La realidad ha sido muy distinta. Para que el conjunto funcionara había que añadirle el factor que podría haberlo puesto en marcha. La A de aprendizaje. Lo que ha quedado claro es que necesitamos aprender a investigar, aprender a gestionar el desarrollo y aprender a innovar. Aprender es la única forma de adaptarse a este entorno cambiante.
(1)Freeman, Christopher (1995), “The National System of. Innovation in Historical Perspective”, Cambridge. Journal of Economics, 19, pp. 5-24
(2) Maurici Lucena i Betriu (2013), “En busca de la pócima mágica”, Antoni Bosch, editor
(3) José Ortega y Gasset. Obras completas IV, pp.464. Ed Taurus (2017)
CÉSAR ULLASTRES Experto en innovación y autor del libro «El lado oscuro de la innovación«