La insinuación de una generación perdida por el COVID es inasumible. El informe ”A Student Futures Manifesto” nos enfrenta a esta amenaza y nos muestra las posibilidades de las transformaciones ahora iniciadas.
RAQUEL ALONSO
«Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad, de repente se nos arroja al mundo; cien mil olas nos envuelven, todo nos seduce, muchas cosas nos atraen, otras muchas cosas nos enojan, y de hora en hora titubea un ligero sentimiento de inquietud; sentimos, y lo que sentimos lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo» De este modo, la prosa de Goethe parece reflejar el sentir de los estudiantes que formaron parte del estudio lanzado por la Fundación UPP, en el mes de mayo del 2021.
La Fundación UPP, organización benéfica que tiene como objetivo abordar los problemas más importantes a los que enfrenta el sector de la educación superior en el Reino Unido, ha creado la Comisión de Futuros Estudiantes con el propósito de analizar las medidas que pueden tomar las universidades para el acompañamiento de su estudiantado en la nueva época pos-covid. En el marco de este proyecto se realizó el minucioso informe ”A Student Futures Manifesto”.
El estudio revela un distanciamiento real de los estudiantes respecto a la universidad y a su “auctoritas” debido a una pérdida generalizada de confianza relacionada con las distintas funciones que ésta está llamada a desempeñar. Lo más preocupante de esta pérdida de confianza es que no solo abarca elementos objetivos “externos” como la existencia de “lagunas” en la programación académica, sino que incide en una dimensión interna de autoconstrucción identitaria estrechamente ligada al “estar “en la sociedad y el “ser” en el mundo.
Apresados por “el síndrome del impostor”, los estudiantes dudan de sus conocimientos, de sus capacidades y de su validez al saberse retratados académicamente por calificaciones percibidas como “falsas”, que no reflejan sus verdaderos conocimientos. Esta pérdida de credibilidad en las calificaciones académicas oficiales les hace dudar de su legitimidad para formar parte del sistema universitario, en el caso de los recién egresados, pero también para integrar el mercado laboral, en el caso de los que deben finalizar este año sus estudios.
Los nuevos estudiantes no “se encuentran” en el campus. Pero tampoco se encuentran los que anteriormente participaban en actividades deportivas y recreativas, o en las iniciativas de voluntariado y de asociacionismo propias de la vida estudiantil, en las que no se sienten capaces de involucrarse. Dudan de sus capacidades sociales para conocer y tejer redes de pares. Sienten que los contactos retomados son “impostados”. Esta falta, no de interés, sino de confianza les conduce a plantearse: ¿Qué capacidad tienen para enfrentarse a los problemas?, ¿Qué papel van a poder jugar en la sociedad?
En su obra “La condición humana”, Hannah Arendt otorga a los centros de educación, en tanto que espacios íntimos entre la familia y el mundo público del ejercicio de la ciudadanía, un papel fundamental en la transición entre ambos. En la misma dirección Gregorio Marañón nos recordaba que la Universidad “no serviría de nada si no dejara huella profunda de ética intelectual y social en los que pasan por sus claustros”. Ambos nos hablan de la universidad como lugar de socialización de los estudiantes y de generación de compromiso con la sociedad. Al leer el informe parece que esta es la función de la Universidad que se ha visto más afectada por el COVID. La universidad educadora de ciudadanos formados en conocimientos, pero también en valores éticos y culturales; de ciudadanos aprendices.
Merece la pena conocer las iniciativas, que aparecen rigurosamente detalladas en el informe, de las universidades del Reino Unido para dar respuesta a los desafíos que el COVID ha supuesto para su estudiantado. Dentro de las propuestas recogidas destacan las relacionadas con la salud mental de los jóvenes. Un tema abordado por las autoridades académicas y gubernamentales antes de la pandemia, pero que ésta ha colocado en un lugar preferente en la agenda universitaria dándole la importancia, tanto cuantitativa como cualitativa, que su estigmatización social le había negado hasta entonces.
Los estudiantes han vuelto a las aulas de sus respectivas universidades tocados por una realidad que nos ha superado a todos, como sociedad y como individuos. Pero que en su caso se proyecta sobre la construcción del individuo y el ciudadano que supone la experiencia universitaria.
Como recoge la UPP Foundation en otro interesantísimo informe titulado “Turbocharging the future”, la enseñanza y el aprendizaje han cambiado dramáticamente durante el COVID, pero ¿podemos mantener la aceleración?. Nunca antes había sido tan necesario re-pensar una universidad que recupere su “auctoritas” moral para ofrecer a los jóvenes un lugar de seguridad en el que restablecer la confianza en sí mismos y en el papel que están llamados a desempeñar en la sociedad. La universidad post-pandemia tiene la responsabilidad de crear las condiciones para evitar que exista una “generación perdida”.
“Una vez más se terminaba una época, una vez más empezaba una época nueva.” Stefan Zweig. El mundo de ayer.
Raquel Alonso. Especialista en Internacionalización y Relaciones Internacionales.
En Twitter: @RaquelAlonsoAl