Zozobra

La libertad y el aprendizaje tienen poco que ver con entrenarnos para ser los más rápidos en adaptarse a las disrupciones de un mundo impuesto.


ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA


¿Te sientes desorientado por las elecciones, la pandemia y todo lo demás? Se llama ‘zozobra’ y los filósofos mexicanos tienen un consejo”. Así nos interpelaba The Conversation el proyecto de mayor impacto en las últimas décadas, dirigido a poner en contacto la academia con la sociedad, en un artículo firmado por Francisco Gallegos, Profesor Asistente de Filosofía en la Universidad Wake Forest y Carlos Alberto Sánchez, Professor of Philosophy San José State University

La premisa de la que parten los autores es clara:  la situación de incertidumbre generalizada que domina a la sociedad norteamericana envuelve a sus ciudadanos en la zozobra. Su descubrimiento radica en invitarnos a mirar a la sociedad norteamericana, y con ella al mundo occidental, a través de la experiencia de la sociedad mexicana. De la misma manera que pone en valor la tradición de la filosofía en español, con el reconocimiento de la obra de los mexicanos Emilio Uranga (1921-1988) y de  Jorge Portilla (1918-1963).

Sin duda un gran acierto. Zozobra rezuma hispanidad. Pocas palabras unen con tanta profundidad su sonido a su significado. La pronunciación de la palabra zozobra nos hace sentir el desasosiego que lleva dentro. Por otra parte, pocas expresiones recogen mejor la indisoluble relación de la persona con su comunidad que la idea de zozobrar. La zozobra la sufren las personas porque es una expresión de la comunidad. 

Los liderazgos soportados en una espontaneidad insoportablemente ignorante y amoral, nos conducen irremediablemente al estado de zozobra.

Los autores nos invitan a pensar como la sindemia, la guerra o las catástrofes medioambientales, en definitiva, la destrucción de la “comprensión compartida”, que diría el protagonista del artículo Emilio Uranga, así como, los liderazgos soportados en una espontaneidad insoportablemente ignorante y amoral, nos conducen irremediablemente al estado de zozobra. Zozobra que se retroalimenta en una “espiral de silencio”, en palabras  de la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, por la asunción generalizada de la inevitabilidad de la destrucción de la convivialidad.

No es casualidad que en un momento en que el desconcierto ha dejado de ser un atributo de los pobres y de los incompetentes, en definitiva, de los que se lo han merecido y en el que el deterioro de las condiciones de vida afecta a capas cada vez más amplias de la población, las preguntas tengamos que buscarlas en los que dan voz a los que han perdido la historia.  

Parece oportuno recordar la comparación del columnista del New York Times,  Nicholas Kristof, según la cual, en la actualidad mueren más personas por desesperación en EEUU en quince días que las que murieron en la guerra de Afganistán e Irak en dieciocho años de guerra. Una epidemia de zozobra que afecta a la dignidad de las personas. Una tragedia en la que los hombres sin estudios superiores, los que no han podido aprender al ritmo que demanda la sociedad, tienen el triple de posibilidad de morir por desesperación que los universitarios. 

La zozobra, y con ella el individualismo arrogante o la complacencia hacia los populismos y autoritarismos, surgen, en palabras de Jorge Portilla, de la incapacidad de crear “Horizontes de comprensión ”. Como señalan los autores del artículo en su libro “La desintegración de la comunidad”, en EE.UU. la gente tiene cada vez más la sensación de que sus vecinos y compatriotas habitan un mundo diferente. “A medida que los círculos sociales se vuelven más pequeños y más restringidos, la zozobra se profundiza.”

La libertad surge de la capacidad de elegir las preguntas que gobiernan el mundo, desde el despertar de la condición de aprendiz de los ciudadanos

    Parar la corrosión de la zozobra sólo es posible desde la reivindicación de sociedades más libres. Libertad que surge de la capacidad de elegir las preguntas que gobiernan el mundo, desde el despertar de la condición de aprendiz de los ciudadanos. Por más que se empeñen los señores de las pantallas y las realidades alternativas, la libertad tiene poco que ver con entrenarnos para ser los más rápidos en adaptarse a las disrupciones de un mundo impuesto en interés de cada vez menos personas. Cuanto más se gasta la palabra libertad para ocultar la injusticia, más se convierte en un privilegio para una sociedad desesperada; en un mundo zozobrado.

    La ruptura de los equilibrios naturales, la guerra, el ansia desmedida de lucro o la manipulación de los liderazgos políticos, nos conducen a vivir en la zozobra. Frente a esta opción, como los filósofos mexicanos, creemos en la inevitabilidad de la dignidad humana. 


    ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA es Presidente de la Asociación espacios de educación superior, ha ocupado distintos cargos de responsabilidad en la administración nacional, regional y universitaria.

    En Twitter: @algohermen

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