La inclusión educativa no puede reducirse a una imprescindible innovación pedagógica, sino que responde a una más completa concepción antropológica de nuestra condición humana y establece una nueva dinámica en nuestras relaciones sociales, impregnándolas de los valores de la aceptación, comprensión, apoyo, solidaridad y disfrute de nuestra diversa condición humana, incluyendo las respectivas limitaciones, necesidades y capacidades que delimitan nuestra existencia
RAFAEL CARBONELL PERIS Y MANUEL LÓPEZ TORRIJO
La inclusión educativa
Como concepto poliédrico, la inclusión educativa «no puede entenderse simplemente desde una perspectiva técnica-pedagógica relacionada con el modo de educar a los alumnos especiales, […] sino que exige una perspectiva más amplia, más social o política» (Arribas, 2021: 117), porque lo que ocurre «puertas adentro de la escuela» no puede desligarse de lo que ocurre en su ecosistema (Echeita, 2021:118), como alertan Ainscow, Dyson, Goldrick y West (2013), autores de la expresión «ecología de la equidad».
Bajo esta perspectiva, «la educación es un escenario donde la comunidad local adquiere un papel protagonista. De este modo […], la escuela de hoy ya no es una institución encapsulada en sus verjas» (Azorín, 2018:213). Por ello, resulta fundamental que la comunidad educativa comparta valores y principios inclusivos, porque «En una escuela con valores inclusivos la colaboración se da a todas horas y entre todos» (Booth, 2017a:1).
En este sentido, la educación no debe renunciar al compromiso social, como reconoció el Informe Warnock (1987:73), inspirador del nuevo modelo por el que apostó Europa a partir de los años 80:
«Los cambios organizativos y los recursos adicionales no serán suficientes por sí mismos para alcanzar nuestros fines. Tienen que ir acompañados de cambios en las actitudes […]. Tampoco basta con que estos cambios de actitud se limiten a las personas dedicadas a la educación especial, son necesarios en la opinión pública en general».
Evolución de la educación inclusiva
Veinte años después, la Declaración de Salamanca (UNESCO, 1994), inspirada por el principio de integración, asumió el compromiso «Educación para Todos», reconociendo la necesidad y urgencia de impartir enseñanzas al alumnado con NEE dentro del sistema común de educación. También la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad (ONU, 2006: art. 24,1), insta a los estados parte a «asegurar un sistema de educación inclusivo a todos los niveles, así como la enseñanza a lo largo de la vida». Más recientemente la UNESCO (2015), a través de la Declaración de Incheon, reafirma la necesidad de avanzar «hacia una educación inclusiva, equitativa y de calidad, y un aprendizaje a lo largo de la vida para todos» para los próximos 15 años.
Compartimos con Arnáiz (1996: 27) que, más allá de la transcendencia de hablar de derechos humanos a la no segregación, la educación inclusiva:
es una actitud, un sistema de valores y creencias, no una acción ni un conjunto de acciones. Una vez adoptada o por una escuela o por un distrito escolar, debería condicionar las decisiones y acciones de aquellos que la han adoptado, puesto que incluir significa ser parte de algo, formar parte de un todo, mientras que excluir, su antónimo, significa mantener fuera, apartar, expulsar.
Eliminar barreras y fomentar la diversidad
Del mismo modo, Barton (1998) nos recuerda que la inclusión no puede reducirse a una mera ubicación, a una promulgación de una ley, o a una programación teórica. Se trata de todo un proceso que implica y afecta a toda la comunidad educativa y que, en palabras del Index for Inclusión (Booth y Ainscow, 2011), se concibe como el conjunto de procesos orientados a eliminar o minimizar las barreras que limitan el aprendizaje y la participación de todo el alumnado, y que se encuentran en todos los elementos y estructuras del sistema.
Asumimos un concepto amplio de Educación Inclusiva:
La educación inclusiva puede ser concebida como un proceso que permite abordar y responder a la diversidad de las necesidades de todos los educandos a través de una mayor participación en el aprendizaje, las actividades culturales y comunitarias y reducir la exclusión dentro y fuera del sistema educativo. Lo anterior implica cambios y modificaciones de contenidos, enfoques, estructuras y estrategias basadas en una visión común […]. El propósito de la educación inclusiva es permitir que los maestros y estudiantes se sientan cómodos ante la diversidad y la perciban no como un problema, sino como un desafío y una oportunidad para enriquecer las formas de enseñar y aprender (UNESCO, 2005, p.14).
A la vez, compartimos con Echeita (2021) los elementos de una definición funcional de inclusión: proceso; búsqueda de presencia, participación y éxito de todos; identificación y eliminación de barreras; y énfasis en grupos de riesgo.
Una reflexión desde la diversidad funcional y la condición humana
A estas precisiones conceptuales, el colectivo de personas con diversidad funcional sigue aportándonos reflexiones de calado.
Nos hicieron ver la existencia de otras muchas necesidades más allá de la propia discapacidad; nos han hecho conscientes de que la discapacidad (como cualquier otra necesidad) no constituye la naturaleza identitaria de la persona; y denunciaron que generalmente son las barreras del entorno económicas y sociales las que nos impiden ser ciudadanos iguales.
Hoy nos recuerdan que la discapacidad, como la enfermedad, no son circunstancias que afectan a un cierto porcentaje de la sociedad en determinados momentos de nuestra vida, sino que ambas son «algo consustancial a la vida, a la naturaleza de nuestro existir» (Castillo, 2013: 19).
A partir de esta evidencia, la inclusión educativa es el derecho que todos/as ostentamos a nuestro respectivo desarrollo, el más completo posible, comprendiendo en él las limitaciones, necesidades y capacidades, que todos/as tenemos a lo largo de nuestra existencia.
La diversidad humana y social
Como consecuencia, nuestra mirada educadora deja de verlos/as como un colectivo diferenciado y establece una dinámica de relación entre nuestras respectivas diversidades, definida por nuevos valores y actitudes: comprensión; aceptación de las diferencias; atención justa a nuestras limitaciones y necesidades; e ilusión por potenciar todas nuestras capacidades.
Por tanto, la inclusión educativa no puede reducirse a una imprescindible innovación pedagógica, sino que responde a una más completa concepción antropológica de nuestra condición humana y establece una nueva dinámica en nuestras relaciones sociales, impregnándolas de los valores de la aceptación, comprensión, apoyo, solidaridad y disfrute de nuestra diversa condición humana, incluyendo las respectivas limitaciones, necesidades y capacidades que delimitan nuestra existencia.
Más aún, la inclusión es una filosofía de vida que debe alcanzar todos los ámbitos de los seres humanos (salud, justicia, trabajo, economía, cultura, ocio, …) y comprender incluso los del planeta (ecología, sostenibilidad, …).
Este texto forma parte del artículo «La LOMLOE ¿una ley inclusiva? Análisis y propuestas», publicado en el libro «¿Que hay de nuevo en la LOMLOE?» Editorial Tirant 2024
RAFAEL CARBONELL PERIS
Universitat de València
MANUEL LÓPEZ TORRIJO
Universitat de València