El último libro de Francisco Michavila, “Pasión por la educación”, trasmite de manera natural la delicadeza propia de la persona de su autor. Finura a la hora de enfrentarse a los controvertidos momentos histórico por los que trascurre su relato, ternura para referirse a los actores de la narración, incluso en las omisiones deliberadas se evidencia este cuidado, y una agudeza esperanzada para mostrarnos los desafíos perpetuos de la Universidad. Todo sucede como expresa el verso de Miguel Hernández repetido en el texto, “Dios dirá que siempre está callado”.
ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA
“Pasión por la educación”, pese a su título, es una obra más cercana a “la novela personal” que al ensayo. Bien puede entenderse entre la ”autoficción”, de la incorpora el relato en primera persona, el rigor al referenciar los hechos y situar los momentos y, sobre todo, la pretensión de veracidad de su narración, y la novela de campus, un género no demasiado transitado por los académicos españoles, del que aporta el protagonismo del entorno académico, la mirada siempre presente del estudiantado e incluso la visita a la memoria de un veterano profesor, eso sí, dejando en mera insinuación los elementos propios de la “novela de negra” tan frecuentes en “las novelas académicas”.
A lo largo de los cincuenta años de viaje por la educación que recoge el libro hay una constante; la necesidad de seguir adelante. No hay tiempo para la derrota. En su relato se impone la urgencia de la reconstrucción. La firmeza es el arma que hace posible su misión; la esperanza en la educación, la obligación de legar un mundo mejor a las generaciones futuras. Una misión que reconoce arraiga en la tradición de la Institución libre de enseñanza, cuyos valores y procedimientos reclama como vigentes y necesarios.
Fiel a los ecos de la ILE señala el autor “Los profesores debemos ser con nuestro comportamiento diario un ejemplo para los alumnos. Nuestra ejemplaridad, si la hay, puede orientarle”. Reclama la Universidad como espacio para el aprendizaje desde vida, para aprender por contagio. La educación como algo cercano, siempre posible por encima de problemas organizativos y financieros, incluso más allá de diferencias ideológicas. “Entre docentes y discentes hay un hueco que llenar, no lo digo únicamente por motivos de simpatía, sino que lo demanda el buen ejercicio de nuestra profesión”. Una Universidad que no educa no puede ser considerada como tal.
El libro bien podría haberse titulado “Plan del 83”, el primer gran proyecto de transformación impulsado por Michavila en la Escuela de Minas de la UPM y en donde se recogen las variables fundamentales que guiarán su carrera académica y de gestión. No es casualidad que el “Plan del 83” fuera aprobado pocos meses antes de la entrada en vigor de la ley de reforma universitaria (“más una ruptura que una reforma” señala el autor) con la que entra en clara resonancia en cuanto a la misión que corresponde a la Universidad.
Cuarenta años después, con una Universidad desorienta y sujeta a recetas reglamentistas, resulta emocionante volver a la exposición de motivos de la LRU del 83, como nos invita Michavila; “la institución universitaria podrá ser un instrumento eficaz de transformación social, al servicio de la libertad, la igualdad y progreso social para hacer posible una realización más plena de la dignidad humana”.
La democratización en el acceso a la Universidad, uno de los motores del mayor periodo de desarrollo económico de la humanidad, impulsada en los países de nuestro entorno político actual en los años 50 y 60 del siglo pasado, llego a nuestro país en gran medida con la LRU, convirtiendo a la Universidad democrática en un actor esencial en el progreso social y económico registrado en España. Nada sería igual si de 1975 a 1995 el número de estudiantes universitarios no hubiera pasado de 465.526 a 1.445.322.
Para dar el siguiente paso en el sistema universitario, para ir “de la cantidad a calidad” como recogía Michavila en un reconocido artículo en el periódico El País, desgraciadamente nunca se unieron los recursos necesarios y la voluntad política. Atrás quedaran el informe “Universidad 2000” coordinado por Josep María Bricall, o tantas otras iniciativas como la “Estrategia 2015”, tan bien intencionadas, como limitadas en su impacto. Mientras, la autonomía universitaria, “un tesoro que pertenece a toda la sociedad”, se ha ido viendo cada vez más comprometida por la desconfianza y la falta de criterio de las administraciones. Lógicas que llevan a un sistema universitario hiperregulado y a un control político indirecto a través de las limitaciones presupuestarias.
La centralidad del estudiante en el proceso de aprendizaje es el núcleo de la propuesta educativa de Michavila. Este donde esté, ocupe el puesto que ocupe, la necesidad de atender la renovación pedagógica de la Universidad es una constante. Sin embargo, cambiar la relación con el estudiantado, convertirlo en creador de conocimiento, parece como si fuera la última lección del programa, los temas para la que casi nunca queda tiempo que dedicar.
El autor para expresar su sentimiento frente al utilitarismo estéril que domina la docencia recurre al mito de Sísifo, figura que bien podríamos terminar por incorporar con Santo Tomas de Aquino como patrón de los estudiantes y las universidades. Un utilitarismo que “conduce a los alumnos a considerar el aprobar los exámenes en la razón principal de su tarea y concede a aprender un valor accidental, secundario. O sea, el mundo al revés”
A pesar de las dificultades y derrotas en el libro no hay melancolía, domina el propósito. Además, en el horizonte siempre esta Europa. Dar sentido a la Universidad es un proyecto que solo puede construirse en el Marco del Espacio europeo de educación superior. “El beneficio que ha supuesto a las universidades españolas su integración en el proyecto europeo ha sido muy superior a las deficiencias halladas y o los errores cometidos”.
Como recoge el autor citando el verso de Gabriel Celaya, “no avanzar es retroceder”. “La pequeña política” a la que hacía referencia Michavila. “Construir el futuro de la Universidad requiere grandeza y apasionamiento”. «La política universitaria parece haberse tomado unas largas vacaciones».
«PASION POR LA EDUCACION» FRANCISCO MICHAVILA PITARCH EDITORIAL TECNOS 2023
ALFONSO GONZALEZ HERMOSO DE MENDOZA, Presidente de Espacios de educación superior.