La comunión de Internet con el desprejuicio del aprendizaje informal permitió que la Red se convirtiera en la promesa de una realidad alternativa donde cualquiera, sin importar su condición (clase, edad, sexo, raza, etc.), podía encontrar los medios con los que aprender fuera de los canales e instituciones habituales, en cualquier lugar y en cualquier momento. Una utopía realmente liberadora
TÍSCAR LARA
El impacto de Internet
Internet ha sido, sin duda, el motor más importante de innovación en relación al conocimiento en lo que llevamos de siglo. Ha ampliado horizontes, incorporado actores y ensanchado sus propios límites afectando a todos los ámbitos del saber, desde el acceso al aprendizaje pasando por la producción, la divulgación y la capacidad de aplicación para generar un nuevo conocimiento derivado.
Y así llevamos más de dos décadas conviviendo, participando y asistiendo a su fuerza arrollada, pero quizás sin ser conscientes de ello precisamente por la permeabilidad de su impacto y por cómo se ha incorporado a la sociedad en el ámbito de la cotidianidad.
Que el aprendizaje informal es más significativo, situado, afectivo y motivado que el aprendizaje formal ya lo sabíamos desde el plano teórico, pero nunca hasta el desarrollo de Internet se evidenció su carácter transformador poniendo su potencial en el centro del debate. Hasta entonces, lo informal era sinónimo de poco serio, de desorganizado, de frívolo, de caos, de superficial y de bastardo.
Que el aprendizaje informal es más significativo, situado, afectivo y motivado que el aprendizaje formal ya lo sabíamos desde el plano teórico, pero nunca hasta el desarrollo de Internet se evidenció su carácter transformador poniendo su potencial en el centro del debate
Intentar comparar lo que se aprendía en la calle, en el hogar o en el oficio con lo que se aprendía en el colegio o en la universidad no era una opción respetada. Su lugar siempre se relegó a los márgenes de la institución escolar y, por tanto, no era una categoría que mereciera aspirar a cierta homologación.
El aprendizaje informal sencillamente sucedía y sucede, como lo ha hecho desde el desarrollo de la especie humana, sin pedir permiso y sin necesitar licencia para funcionar. Internet y, más precisamente, la cultura digital que se construyó con sus prácticas sociales, puso de manifiesto el valor de otros modos de aprender nuevos saberes y disciplinas sin la rigidez impuesta de currículos, profesores, certificados o escuelas del sistema tradicional.
Introdujo sus propios valores ligados al aprendizaje como son el prototipado, la mediación, el tutorial, el p2p, la transparencia, la diversidad, el DIY (do it yourself), la remezcla o lo colectivo, por citar solo algunos de los más importantes.
Una utopía realmente liberadora
La comunión de Internet con el desprejuicio del aprendizaje informal permitió que la Red se convirtiera en la promesa de una realidad alternativa donde cualquiera, sin importar su condición (clase, edad, sexo, raza, etc.), podía encontrar los medios con los que aprender fuera de los canales e instituciones habituales, en cualquier lugar y en cualquier momento. Una utopía realmente liberadora.
Sin embargo, no nos engañemos. Esta explosión del aprendizaje informal bendecido por lo digital continúa discurriendo por cauces paralelos al sistema educativo formal. La organización escolar sigue operando bajo las mismas premisas que construyen su justificación social, ya sea en etapas tempranas o en educación superior.
En este punto, cabría preguntarse si es porque no hemos sido capaces de analizar e incorporar sus elementos de éxito (situar al aprendiz y sus motivaciones en el centro, flexibilizar tiempos y espacios, primar el proceso sobre el resultado, etc.) o porque esto no es ni tan siquiera deseable, por cuanto esa domesticación podría suponer la muerte del magnetismo de lo informal y, con ello, la desconexión de los aprendices.
Las posibilidades que abre la Inteligencia Artificial para el aprendizaje informal humano, en el que se inspira y del que se nutre, son inmensas y convendría no ignorar esta nueva era, que no es tanto una ola como sí un tsunami, para comprender, acompañar y orientar el fenómeno
Dos décadas de exploración
Después de más de dos décadas de exploración desde lo educativo de tecnologías de lecto-escritura (blogs, wikis…), de la popularización de los dispositivos personales (smartphones hiperconectados), del encuentro en espacios virtuales (redes de comunidades de aprendizaje), de la producción de contenidos digitales (repositorios institucionales, MOOCs, etc.), hoy sabemos que la mayor parte de los jóvenes busca, aprende y se informa en las redes sociales.
¿Qué posibilidades de permeabilización y refuerzo mutuo podemos esperar de ambos mundos, de lo formal y lo informal? En principio no parece que haya señales para un cambio inminente si esperamos cierto liderazgo de lo institucional, más aún después de sufrir un suceso tan dramático como la covid-19, cuyo impacto abrió la esperanza a una transformación radical y cuyo desenlace fue enterrar el trauma tan pronto como fue posible para volver al mismo punto.
Sin embargo, el propio empuje de la tecnología nos enfrenta hoy a nuevos desafíos que volverán a poner a prueba los pilares tradicionales y sus instrumentos de legitimación. Hablamos de la Inteligencia Artificial, que no debiéramos menospreciar como una última moda tecnológica más, sino que merece atención y reflexión por cuanto afecta y afectará al sistema global del conocimiento: cómo se organiza, cómo se genera, cómo se accede, cómo se aprende, cómo se produce, cómo se divulga y cómo se aplica. Pero no solo sobre los “cómos”, también sobre los “qué”, “quién”, “cuándo”, “dónde”, y más importante aún, “por qué” y “para qué”.
En cierta medida, la Inteligencia Artificial es puro aprendizaje informal en sí misma, apoyada sobre técnicas de “deep learning” o aprendizaje profundo que imita las formas de generación de conocimiento de las redes neuronales humanas. De los márgenes al centro del escenario del desarrollo tecnológico
La era de la Inteligencia Artificial
Estamos aún en una etapa temprana, pero los desarrollos acelerados del último año nos obligan a tomarnos muy en serio qué papel tendrá la Inteligencia Artificial en nuestras formas de enseñar y aprender, con ella y de ella, dentro o fuera de lo escolar.
Arrancamos 2023 con aplicaciones que generan imágenes y vídeos a partir de cualquier instrucción en texto en cuestión de segundos; con sistemas que convierten la verosimilitud en el oráculo de Delfos; con cálculos que predicen la estructura de las proteínas; con profundos debates sobre sus sesgos y responsabilidad ética; y esto es solo el comienzo.
Desde un punto de vista computacional, el salto que supone es su gran capacidad para absorber información no estructurada, detectar patrones y generar nuevas respuestas no pautadas o programadas previamente. En cierta medida, la Inteligencia Artificial es puro aprendizaje informal en sí misma, apoyada sobre técnicas de “deep learning” o aprendizaje profundo que imita las formas de generación de conocimiento de las redes neuronales humanas. De los márgenes al centro del escenario del desarrollo tecnológico.
Las posibilidades que abre la Inteligencia Artificial para el aprendizaje informal humano, en el que se inspira y del que se nutre, son inmensas y convendría no ignorar esta nueva era, que no es tanto una ola como sí un tsunami, para comprender, acompañar y orientar el fenómeno. Si no, nos pillará, de nuevo, discutiendo si son galgos o podencos, atrapados en la miopía de un mundo de negros y blancos, de apocalípticos e integrados, de nativos e inmigrantes, de anestesiados y cínicos, en lugar de orientar nuestro esfuerzo, capacidad y propósito de forma colectiva a estudiar el cambio de paradigma que se empieza a vislumbrar.


TÍSCAR LARA directora de Transformación Digital del Instituto Cervantes
Twitter @tiscar
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