Universidad de la Tierra de Oaxaca

El aprendizaje es la actividad gozosa de personas libres, y así lo pude experimentar yo en las relaciones que creé y en los proyectos que inicié en la Universidad de la Tierra de Oaxaca. En memoria de Gustavo Esteva.

PABLO CAMPOY


Este pasado mes de marzo recibí la noticia de la muerte de Gustavo Esteva, intelectual desprofesionalizado (según se presentaba él mismo) y alguien con quien he podido redescubrir el significado del verbo ‘aprender’. Gustavo ha sido capaz de influenciar muchas vidas, de hacernos reconsiderar nuestros pilares más establecidos, ha conseguido hacernos mirar el mundo con otras lentes y de animarnos a recuperar nuestra libertad de aprender con todas las responsabilidades y consecuencias que esto implica. En este artículo recordaré los tres meses que pude pasar junto a él en la Universidad de la Tierra de Oaxaca, una iniciativa de aprendizaje en libertad inmersa en el tejido de los movimientos sociales mexicanos.

Unitierra fue creada por Gustavo junto a varios amigos con el objetivo de crear un espacio y una red de aprendizaje que supiese responder y adaptarse a las necesidades sociales y medioambientales de nuestro tiempo. Desde el momento de su creación Unitierra Oaxaca lleva dos décadas en su camino en la búsqueda por el aprendizaje autónomo y libre, inspirando a colectivos y comunidades de diferentes geografías a crear formas de aprender que respondan a sus propias necesidades y no a grandes planes impuestos desde fuera. Yo he sido uno de los tantos que ha podido compartir esta experiencia y aprender de ella. En lo que sigue hablaré del proyecto y la visión de Unitierra a través de mi propia experiencia, con la esperanza de compartir y seguir esparciendo las semillas de un aprendizaje significativo y en libertad. Intentaré transmitir esto a través de dos palabras clave que dan sentido al aprendizaje en Oaxaca: hospitalidad y amistad. 

Hospitalidad

Lo primero que llama la atención a cualquiera que pasa a formar parte de la Universidad de la Tierra en Oaxaca es la acogida. Te reciben con los brazos abiertos diciéndote que ahí no encontrarás ni planes de estudio, ni diplomas, ni currículos, ni asignaturas, ni exámenes, ni tan siquiera profesores. En ese momento experimenté una mezcla entre ilusión y pánico: por fin había encontrado un lugar donde no se encorsetaba el aprendizaje, pero ¿qué se supone que debería hacer ahora?, ¿qué se esperaba de mí? Después de un tiempo empecé a entender que esas preguntas que me hacía eran las necesarias para iniciar un camino de aprendizaje en libertad definido por mi mismo, y para que eso fuese posible en Unitierra se practicaba la hospitalidad; es decir, acoger a cada aprendiz en su diversidad de intereses, de contexto y de objetivos. Para Unitierra la hospitalidad implica tener la flexibilidad para adaptarse a cada aprendiz y que no sean los aprendices los que se adapten a un plan de estudios o a la estructura de una institución.  

Iniciar un camino de aprendizaje en libertad definido por mi mismo

Tras una semana y media me reuní con V, quien sería mi persona de referencia durante mi estancia en Unitierra, para definir un plan de aprendizaje que se adaptase a mis intereses, que por aquel entonces giraban en torno a la agroecología, las metodologías de aprendizaje y a la gestión comunitaria de recursos y proyectos.  De esa reunión salí con una lista de contactos de la red de Unitierra que participaban en proyectos agroecológicos o que tenían intereses similares a los míos. A partir de ahí pude ir construyendo mi rutina, empecé a ayudar en una huerta ecológica a las afueras de la ciudad para aprender su método de cultivo biointensivo, semanalmente asistía a las asambleas del Espacio de Defensa del Maíz Nativo, donde se trataban distintos temas de relevancia en la agricultura local, formamos un grupo de aprendices interesados en la agroecología para realizar talleres donde seguir aprendiendo y formamos un grupo de estudio sobre metodologías de aprendizaje. La hospitalidad de cada uno de los proyectos, asambleas y espacios que me acogieron fueron los que me permitieron disfrutar de un aprendizaje en la práctica y vivencial ajustado a mis intereses y a los proyectos y movimientos locales. 

Probablemente el espacio dónde más se palpaba la hospitalidad característica del aprendizaje en Unitierra era en los conversatorios todos los miércoles por la tarde. Ahí nos reuníamos los distintos aprendices del proyecto junto miembros de distintos movimientos sociales de Oaxaca, desde voceros del sindicato de profesores hasta integrantes de los movimientos indígenas y campesinos. La conversación se adaptaba al clima social del momento y a las inquietudes de cada uno de los participantes que rodeaban la mesa. Era un lugar de apertura clave para compartir experiencias, expectativas y estrategias desde distintos lugares. Recuerdo la atmósfera hospitalaria que inundaba el local cuando una integrante del movimiento por la liberación del Kurdistán se unió a uno de los conversatorios. Ese día el espacio de Unitierra se llenó de gente de distintos movimientos sociales expectantes por escuchar las palabras de la compañera Kurda y las experiencias de las que venían. Ahí se abrieron varios mundos para encontrarse sobre esa mesa, siendo permeables a las experiencias de los otros, aprendiendo en la diversidad.

Otra de las pequeñas-grandes palabras que dan sentido al aprendizaje en Unitierra es la amistad

Como ya he anticipado otra de las pequeñas-grandes palabras que dan sentido al aprendizaje en Unitierra es la amistad. Con frecuencia Gustavo nos recordaba las palabras de su maestro Ivan Illich, nos decía que el aprendizaje es la actividad gozosa de personas libres, y así lo pude experimentar yo en las relaciones que creé y en los proyectos que inicié durante estos tres meses. Todos los talleres, conversatorios y grupos de estudio que organizamos surgían a partir de los intereses compartidos que afloraban mientras forjábamos relaciones entre nosotros. Durante esos meses nunca aprendía solo. Mi interés por la agroecología lo compartía con S, íbamos juntos a los proyectos, diseñábamos los talleres en función de lo que necesitábamos saber para seguir avanzando en nuestros proyectos y trabajábamos en el huerto juntos. Con V tenía largas conversaciones sobre proyectos alternativos de aprendizaje, nos recomendábamos lecturas que luego comentábamos y fantaseábamos con los proyectos que llevaríamos a cabo en un futuro.  Disfrutábamos de todos esos momentos, de las actividades que realizábamos juntos y de nuestra compañía y por el camino aprendíamos. En este proceso la Universidad de la tierra nos apoyaba con recursos, contactos y con el espacio para poder seguir enriqueciendo nuestro proceso de aprendizaje.  

Cuando volví a Madrid traté de continuar con ese nuevo sentido que había adquirido la palabra amistad. Junto con un grupo de viejos amigos pusimos en común nuestros intereses y esperanzas y en un trozo de terreno cedido comenzamos a experimentar y a aprender creando un proyecto al que bautizamos como «retoma”. Desde entonces llevamos tres años dejando que la amistad y el disfrute guíen nuestro aprendizaje. Nos hemos podido organizar para aprender sobre técnicas agrícolas, recuperación de ecosistemas, gestión comunitaria de proyectos y mucho otros temas, definiendo nosotros mismos los términos de nuestro aprendizaje. Cada uno tenemos aspiraciones y visiones distintas sobre el proyecto que compartimos, pero para mí es la amistad la que ha permitido que sigamos aprendiendo.  

Me gustaría concluir enfatizando que ninguno de los que hemos pasado por Unitierra y hemos vuelto a nuestros lugares de origen hemos replicado su proyecto como si fuese un modelo. Cada lugar tiene sus circunstancias y necesidades y es desde ahí desde donde proliferan las alternativas a los sistemas educativos que crean alumnos pasivos e individualizados. Unitierra es solo una del sinfín de experiencias que se han decidido a recuperar la capacidad de aprender por nosotros mismos que todos tenemos. 

PABLO CAMPOY es antropólogo.

https://www.instagram.com/retomalahuerta/

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