Por traer algunos ejemplos, no puedo olvidar cuando, en oposición a la política de carteles de cierto administrador, nos dio por empapelar la universidad con carteles satíricos que decían cosas como ‘cartele aude’ o ‘esto no es un cartel’ o cuando algunos compañeros se apropiaron sigilosamente de una sala en desuso y absoluto silencio para dar lugar, dar lugar, a la “sociedad aristotélica” de la universidad
MANUEL GARCÍA DOMÍNGUEZ
La Universidad un lugar
Estos últimos cuatro años para mí la universidad ha sido un lugar…un lugar… un lugar, nada más, un lugar. ¿Por qué es tan importante acaso que sea un lugar? ¿No es acaso un lugar también el tren en el que venimos muchos todas las mañanas? Ciertamente cada mañana, por entonces cuando el trabajo no impedía mi llegada, llegaba en transporte público, un espacio muy ruidoso, pero casi nunca por palabras.
Dirá Augé (2000), ‘el lugar se cumple por la palabra, el intercambio de algunas palabras de pasada, en la connivencia y la intimidad cómplice de los hablantes’ (p.83). Sólo de esta forma se crea el lugar como espacio de identidad, relacional, histórico… Saco los ojos por aquella puerta y veo cómo esta sobremodernidad, marcada por el exceso, es a su vez sobreproductora de no lugares. Un mundo donde ‘se nace en la clínica y se muere en el hospital, donde se multiplican en modalidades inhumanas, los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales, […] donde los distribuidores automáticos se renuevan con los gestos de comercio de oficio mudo…’ (Augé, 2000, p.83.)
Un mundo así prometido a la individualidad solitaria, a lo provisional y a lo efímero, al pasaje… Luego llegaba a clase y… ¿sabéis? ‘El espacio sería al lugar lo que se vuelve la palabra cuando es hablada, cuando está atrapada en la ambigüedad de su ejecución’ (Augé, 2000, p.85, p.173).
La clase no es un espacio cualquiera, geométrico, para mí la clase ha sido un lugar fuertemente atravesado por un relato sobre el hacer, el decir y el ver. Estos últimos meses, cuando iba a clase, me decían: ‘¡dichosos sean mis ojos! ¡a quién vemos por aquí! ¿qué haces aquí?’ y respondía ‘pues venir a veros’, aunque casi nunca fuese así.
Probar la inocencia
¿Qué palabras hay en el metro? El metro me dice: ‘próxima parada, Chamartín’… y yo espero; ‘prohibido sentarse en el suelo’… y espero de pie o ‘informamos que se encuentra cerrada por obras la línea cuatro entre Nuevos Ministerios y Chamartín’, y yo, espero, de pie, aquí en el metro y no en aquel andén. De tal forma, solo interactúo con textos y no con personas; textos que, a lo sumo, me dicen cómo debo circular. En el metro se crea la identidad compartida de los pasajeros, una identidad provisional que se forma desde el mismo momento en el que pasamos una misma tarjeta y nos indica cuántos días nos quedan antes de volver a la insalvable necesidad de renovarlo. Mostrar esa tarjeta a una máquina que nos responde con un pitido es toda la muestra de identidad, las palabras casi ya no cuentan, solo importa la inocencia…
‘En cierto modo, el usuario del no lugar está obligado a probar su inocencia […] En el diálogo silencioso que mantiene con el paisaje-texto que se dirige a él como a los demás, el único rostro que se dibuja, la única voz que toma cuerpo, son los propios: rostro y voz de una soledad tanto más desconcertante en la medida en que evoca a millones de otros’ (Augé, 2000, p.106).
En el transporte público tampoco hay una historia, reina el momento presente: ‘el tren ha sufrido una avería’. Como pasajero tenemos una doble experiencia: ‘el presente perpetuo y el encuentro de sí’ (Augé, 2000, p.108). A pesar de que las arquitecturas lo promueven, no pienso que los espacios sean no-lugares puros y, desde luego, parecen en última instancia responder a una ausencia de comunidad que los habite y los hable.
Palabras propias
Si hablamos de palabras, con Bajtin (Santaren, 2018), diremos que hay palabras neutras -como las del diccionario- ajenas -como las que dice la voz mecanizada del Renfe-, pero también hay palabras propias, es decir, aquellas que uno incorpora. Con los espacios parece pasar algo similar y los lugares no son sino estos espacios en los que se imprime un relato que permite la apropiación del mismo. La clave para que fuese un lugar ha sido un tipo de vivencia anclado en apropiarse de él, en hacerlo nuestro. Desde luego, supone ejercer una fuerte resistencia a las tendencias perpetuadoras de los no lugares, que crean, en el caso de la universidad, estudiantes individualizados, fragmentados, silenciosos… Ahora bien, ¿Cómo hemos logrado lugarizar el espacio universitario?
Entre todos los actos cotidianos que se contarían por millones, los pequeños gestos y los grandes que nos (des)anonimizaban me quiero quedar con tres, aunque sea para hacerse una pequeña idea.
Lo primero de todo: la apropiación espacial. Quizás a algunos padres no les guste escuchar esto, pero desde el primer año ya un grupito de clase se había apropiado de una mesa de la cafetería donde pasaban algunas tardes hablando de todo y es que, si algo somos los filósofos, es charlatanes.
Es profundamente importante habitar estos espacios de ocio y crear un punto de inclusión al que no pocas veces me he unido siempre con la bandera de ‘tengo cinco minutitos que luego tengo que…’. El ocio es el centro de lo que Descombes llamaría el país retórico. ¿Dónde está nuestra casa? En un territorio retórico entendiendo la retórica en su sentido clásico como ocios retóricos: el alegato, la acusación, el elogio, la censura, la recomendación, la admonición… (Augé, 2000, p.111).
El personaje está en su casa cuando está a gusto con la retórica de la gente con la que comparte su vida. El signo de que se está en casa es que uno logra hacerse entender sin demasiados problemas y, al mismo tiempo, logra seguir las razones de aquellos con quienes habla sin necesidad de largas explicaciones. ‘El país retórico de un personaje finaliza allí donde sus interlocutores ya no comprenden las razones que él da de sus hechos y gestos ni las quejas que formula ni la admiración que manifiesta’ (Augé, 2000, p.111), dando lugar a una zona fronteriza con algo muy parecido a los no lugares. Vuelvo a dar la chapa, aterricemos.
Por traer algunos ejemplos, no puedo olvidar cuando, en oposición a la política de carteles de cierto administrador, nos dio por empapelar la universidad con carteles satíricos que decían cosas como ‘cartele aude’ o ‘esto no es un cartel’ o cuando algunos compañeros se apropiaron sigilosamente de una sala en desuso y absoluto silencio para dar lugar, dar lugar, a la “sociedad aristotélica” de la universidad.
Apropiación temporal
No todo será espacio, podemos hablar también de apropiación temporal, luchando por buscar formas colectivas de pensar más allá de los ritmos frenéticos de la gran ciudad. Quedarse por las tardes para hablar ya es gesto de ello, además, apropiándose de un tiempo no académico y hablando de lo personal, es decir, saliendo de la identidad como estudiantes y compañeros de clase a la que nos empujan, a veces, los horarios universitarios.
Este anonimato más allá de lo académico genera esa sensación, para muchas personas, de que esta arquitectura donde hoy nos encontramos es un no lugar: el estudiante en la universidad sería algo así como el pasajero en el metro. El primer día de clase, recuerdo irnos después a tomar algo a la cafetería y dije, en una de estas cosas que uno no piensa o piensa demasiado: de aquí es difícil que me lleve amigos, me llevaré sobre todo compañeros de clase.
Hoy, cuatro años después, puedo decir que me llevo tantos amigos que no caben en las dos manos con los que seguro seguiré compartiendo tiempos después de la universidad, nos hemos apropiado de un futuro que parecía que no era nuestro. Aprovecho este punto en el que hablo de la apropiación del tiempo, para decir que el tiempo del que más nos hemos apropiado ha sido el de los profesores.
Quienes están aquí y quienes no han podido venir han hecho un esfuerzo para cedernos tiempos y espacios donde hablar, organizar cosas, difuminando el concepto de tutoría hasta llegar al maestrazgo. Recuerdo una reunión que tuvimos Teresa y yo con Santamaría y Pinto en el local de nuestra asociación donde le preguntábamos qué iba a ser de nosotros en un futuro y que ha dado lugar a un grupo interpromocional que ha llevado a cabo un trabajo impresionante en la organización de congresos y charlas al tiempo que creaba tejidos.
La apropiación de la apropiación
Ahora bien, si me quedo con algo de lo que hoy en día es propio nuestro y espero que de este lugar, es la apropiación de la apropiación. Nos hemos apropiado de la voz hegemónica y unidireccional de la que se habían apropiado históricamente otros grupos a través de la creación de espacios de discusión con encuentros de lo más variado: ‘Los límites de la palabra’, ‘Luces y Sombras de la Gran ciudad’, ‘Explorando intersecciones: la filosofía y la ciencia en diálogo’, ‘Jornadas con Paul Preciado’, ‘Esse est rap’, ‘La experiencia del pensamiento’, ‘Los seminarios de redes sociales’… así como las revistas que hicieron otras compañeros como Alba y Pablo con La Diotima o el proyecto editorial que están llevando Pablo y mucha más gente con Numinis.
Sin embargo, hablo de la apropiación de la apropiación también en un segundo sentido, nos hemos apropiado de la apropiación intelectual de la academia rechazando aquello de la propiedad intelectual y colaborando en la creación de una nube de apuntes, trabajos, exámenes… así como redes de apoyo de estudio.
Nos hemos apropiado de un futuro que nos habían quitado inculcando en las próximas promociones estas ideas que han surgido en una clase tan absolutamente impresionante como la nuestra, una clase profundamente inusual… Si algo define a nuestra clase es ser inusual. ¿Acaso hay un gesto más grande de apropiación de la apropiación que apropiarnos de nuestra propia graduación cuando el decanato se quería apropiar de ella?
Lo que siento hoy es felicidad por estos cuatro años, tristeza por no haberlos vivido tan intensamente como me gustaría y orgulloso de que hayamos creado este reducto de lugareños en una ciudad de anónimos. Para mí estar aquí hoy reunidos, es reivindicar al monumento como lugar donde se comparte y se conmemora sobre un complejo de clases, que no de clase, donde nadie vive “juntos” ni están en el centro de nada.
Hoy, y con esto acabo, es momento para apropiarse del pasado, recordar todo lo lejos que se ha llegado desde que decidimos abanderarnos con la frase ‘nadie saca filosofía hasta que todos la saquemos’ y nos negamos a salir por esa puerta si no salíamos juntos. Muchas gracias.
Este texto se corresponde con la intervención en la graduación de los estudiantes de Filosofía de la UAM de la promoción 2020-2024 por parte de Manuel García Domínguez
Bibliografía
Santaren, J. (2018). Los no lugares. Apuntes sobre la ciudad. En https://apuntessobrelaciudad.wordpress.com/2018/01/29/no-lugares/
Augé, M. (2000). Los no lugares. Espacios del anonimato. Gedisa Editorial.