Cambio social y universidad, 1950-1969

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Estas páginas están recogidas del libro «El SUT, imágenes de una España diferente» de Álvaro González de AguilarMaría CátedraEmilio Criado HerreroCarmen Pena LópezMiguel Ángel Ruiz Carnicer, y Antonio Ruiz Va, un relato visual de la experiencia de más de trece mil jóvenes universitarios que pasaron los meses de verano en campos de trabajo repartidos por toda España durante las décadas de los cincuenta y sesenta. “Saber de, tratar con, y ayudar a otros, sus otros»

EMILIO CRIADO HERRERO


A comienzos de los años 50 la población universitaria, unos 60.000 estudiantes en toda España, estaba básicamente concentrada en Madrid y Barcelona. Sólo algunos centros como Santiago, Sevilla, Valencia, Zaragoza y Salamanca superaban los 5.000 alumnos; Oviedo y Granada no llegaban a los 3.000.

En el curso de la década de los años 60, la población universitaria experimentó un crecimiento muy significativo, para situarse en los 170.000 estudiantes en el curso 1959/60 y duplicarse de nuevo en la década siguiente, situandose en 350.000 en el curso 1969/70, pese a ello el número de hijos de trabajadores no superaba el 6%, como denunciaba el potente movimiento estudiantil de esos años.

En una España profundamente clasista, con enormes diferencias culturales y sociales, el mundo del trabajo le sonaba a la gran mayoría de los estudiantes como algo totalmente ajeno a sus vivencias más cotidianas y cercanas; el estudiante medio no tenía contacto con esa otra realidad más que a través de las personas del denominado “servicio”, niñeras, criadas, de los trabajadores que acudían a las reparaciones domésticas o de los encuentros casuales con las tareas de construcción u obras públicas.

Las barreras sociales limitaban y condicionaban esos contactos; la educación previa limitaba también la presencia de estos jóvenes en los juegos callejeros, en una época en la que el juego en la calle constituía el escenario cotidiano de la vida de las barriadas populares. Los estereotipos que impregnaban la educación de esa juventud dejaban ver un mundo lleno de prejuicios sobre el bajo nivel educativo, el descreimiento religioso, los gustos y aficiones, el vocabulario y el comportamiento social de las clases populares.

A ello habría que añadir el recelo respecto a los trabajadores y su alineamiento con los “rojos” o republicanos, paradigma de toda la brutalidad que se asignaba al bando de los perdedores en un clima de reivindicación de la victoria de los nacionalistas en la guerra civil, y de los valores de un catolicismo basado en la Cruzada, como ejes y valores de la vida española.

Las familias de los universitarios procedían fundamentalmente del bando de los vencedores y los valores de honradez y rectitud moral se asociaban explícitamente a esa clase media, por más que la doble moral o la hipocresía, el enchufismo o la corrupción encubriesen las graves fallas en se ocultaban tras la fachada de las autodenominadas gente de orden. 

Pero si la distancia era grande en términos culturales y sociales, la distancia entre el trabajo manual y el intelectual en el que se desenvolvían las familias de los universitarios era mucho mayor; el trabajo físico, el mancharse las manos, el sudor y el esfuerzo mecánico se asimilaban a los otros, a los perdedores, a los relegados, a los ciudadanos de segunda, en un visión mezclada de desprecio y de ignorancia respecto al mundo del trabajo manual, que parecía enlazar con la actitud histórica de menosprecio del trabajo mecánico  de nobles e hidalgos, en lo que parecía  de nuevo el paradigma de la cultura dominante.

Saltar esa barrera, conocer a los otros será una tarea y una actitud que irá germinando entre algunos sectores de los estudiantes bajo la influencia de movimientos cristianos o, incluso, de aquellos que, procedentes del Frente de Juventudes, con un origen más popular, habían escuchado las consignas sociales sobre la unidad de las clases y los hogares españoles, en los hogares o en los campamentos de verano.

Para aquellos estudiantes residente en ciudades con nutridas barriadas obreras, como Madrid, Barcelona, Bilbao o Sevilla, el distanciamiento de esa otra realidad era aún mayor; en los  barrios obreros era evidente la mala calidad de la vivienda, la inexistencia de servicios públicos que generaban verdaderos guetos más allá de los creados en torno a las ingentes aglomeraciones de chabolas que rodeaban a la mayoría de las ciudades españolas.

El interés y la curiosidad por conocer a los otros españoles vendrían determinados, finalmente, por la situación de fondo de la sociedad española, muy condicionada por la miseria, el desarraigo de las poblaciones emigradas, las desigualdades, las faltas de expectativas, el vacío moral y la represión económica y política.

Las corrientes culturales, aún bajo una dura censura, fueron abriendo el camino progresivamente y propiciaron la reflexión y el debate sobre la cuestión social, recogida y expresada por la versión española del Neorrealismo italiano, la poesía, la novela y el teatro. El auge del realismo social en todas sus vertientes fue el mejor exponente de esta realidad.

A través de esas influencias culturales, sólo muy solapadamente políticas, algunos sectores estudiantiles fueron dando forma a esa necesidad de impregnarse de esos otros valores que, intuyen, existen en la despreciada clase trabajadora, tarea en la que las actividades del SUT serán claves.

«El SUT, imágenes de una España diferente»


EMILIO CRIADO HERRERO Investigador Científico en el CSIC (1970-2013) en el Area de Ciencia de Materiales Fundador de CCOO en el CSIC, ha sido vocal por el sindicato en el Consejo Nacional Asesor de Ciencia y Tecnología y en el Consejo Social de la UAM

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