SlowU es el nombre para una propuesta de transformación profunda de la universidad. Usamos la expresión slow para sumarnos a los muchos movimientos que quieren convertir la lentitud en el motor y la esperanza hacia un mundo mejor.
ANTONIO LAFUENTE Y DAVID GÓMEZ
SlowU es el nombre para una propuesta de transformación profunda de la universidad. Usamos la expresión slow para sumarnos a los muchos movimientos que quieren convertir la lentitud en el motor y la esperanza hacia un mundo mejor. Motor, porque paradójicamente necesitamos enlentecer muchos procesos en curso para saber cuál es el mundo que queremos legar a nuestros hijos. Ralentizar es una forma de volver a politizar la vida ordinaria tomándonos en serio los muchos signos de crisis que vemos por todas partes.
La lentitud será motor del siglo XXI y también la esperanza que necesitamos. Estamos cansados de todas las expectativas que retrasan hasta mañana lo por venir; es que el futuro es algo muy cansino. Esperanzarse, en cambio, es mostrarse capaz de anticipar lo por venir y comenzar, desde ya, a transformar nuestras condiciones actuales de vida. Crear expectativas es vender humo. Darnos esperanza es construir en el ahora el porvenir. La esperanza entonces es performativa. La esperanza vive del presente, mientras que la expectativa nunca habita la realidad.
Nuestra propuesta es seria, porque además de razonable es practicable. No es fruto de la improvisación, tampoco reclama inversiones improbables o cambios inviables. slowU es la mejor manera de que las universidades sean inteligentes y, en vez de ir al reflujo de los cambios que están imponiendo las grandes corporaciones, crear una forma de organización del conocimiento que dé valor al entorno local, al trabajo colaborativo, anteponga la vida buena, sea capaz de aprender sin necesidad de aislarse y convierta a sus miembros en una comunidad más libre, justa y sostenible.
Las universidades, como otras muchas instituciones claves de la modernidad, están en una situación crítica
Filosofía de la reforma
Los cuatro pilares sobre los que se construye la reforma son: el desarrollo del espíritu crítico, el despliegue de las habilidades poéticas, el énfasis en los problemas crónicos y la cultura de lo impropio.
Las universidades, como otras muchas instituciones claves de la modernidad, están en una situación crítica. Son muchas las causas estudiadas y hay una que queremos subrayar: el vertiginoso proceso de conversión de todo el conocimiento en información. Una idea que viene impuesta por las leyes del mercado, así como su implacable exigencia de transformar cualquier actividad humana en un activo susceptible de ser comprado y vendido.
No es extraño que proliferen los espacios de educación a distancia, donde la figura del profesor tiende a ser reducida a su mínima expresión. Para muchos observadores no es exagerado plantearse si de verdad son necesarias las universidades (presenciales) una vez que todos tengamos una tablet. La pregunta se hace tanto más pertinente si aceptamos que cuando todo el conocimiento sea información bastará con dar acceso universal, gratuito y online para garantizar el pleno desarrollo cultural humano.
Esta deriva asume implícitamente varias hipótesis discutibles, como aceptar que el aprendizaje es un proceso individual, cerebral, informacional y, como diría Freire, bancario; es decir, basta con que los individuos tengan voluntad de acumular contenidos para asegurarles su pleno desarrollo como ciudadano.
Lo crítico y lo poético
Obviamente no estamos de acuerdo con esta tesis y aspiramos a refundar la universidad, pero construida sobre nuevos valores, formatos y prácticas. Lo más urgente es rescatar el espíritu crítico o, en otras palabras, la capacidad para construir buenas preguntas; es decir, para aceptar la responsabilidad por los efectos de nuestras producciones y, aprendiendo de los errores tanto propios como ajenos, buscar soluciones que sean más inclusivas, sostenibles y situadas.
Con frecuencia queremos unos estudiantes que no cuestionen el orden establecido, que se relacionen con los conflictos que vivimos como si se tratara de problemas que esperan ser solucionados. El asunto es que frecuentemente estas soluciones son para problemas que en realidad no tenemos o para preguntas insuficientemente contrastadas.
La retórica de la innovación nunca habla de las graves asimetrías que, a veces, provocan las nuevas tecnologías, como tampoco de esa mayoría de emprendedores que nunca lograron tener éxito. Así las cosas, ser innovador es la nueva forma de ser obediente y quizás pobre. Visto como un gesto servil a la cultura dominante, innovador es el nombre que damos a las nuevas formas de precarización del trabajo.
ser innovador es la nueva forma de ser obediente y quizás pobre. Visto como un gesto servil a la cultura dominante, innovador es el nombre que damos a las nuevas formas de precarización del trabajo
El mundo global está altamente polarizado hacia algunos centros del saber y del poder. Los hechos demuestran que son muy pocos los Silicon Valley que caben en el planeta y que la mayor parte de los países sobrevivirán en un mundo con escasez de empleo si no logran inventar un modelo de desarrollo alternativo.
Pero fomentar el espíritu crítico no es suficiente. También se necesita desplegar todas nuestras habilidades creativas. No solo hablamos de capacidades técnicas o retóricas, sino también las que genéricamente llamamos poéticas. Queremos unos jóvenes que arriesguen hipótesis, conexiones, relaciones o ensoñaciones que la razón no autoriza, pero que la inteligencia emocional reclama. Buscamos gente capaz de figurar mundos probables y susceptibles de ser contrastados de forma colectiva.
Deseamos que las humanidades-ficción (esas humanidades que a modo de experimento nacen de una suspensión parcial o temporal del pensamiento lógico) no sean relegadas al mundo del entertainment, sino que sean parte de una formación adquirida. Las humanidades a veces se han querido parecer demasiado a otros saberes estrictamente formalizados, como, por ejemplo, la óptica o la botánica, en la creencia de que comprenderían mejor sus objetos de estudio si estaban codificados con rigor. Lo sabemos, pero este no es lugar para someter a discusión ciertas formas de entender la sociología, la lingüística o la psicología. No queremos cuestionar la deriva cuantitativa, sino reclamar la tradición de los estudios cualitativos; es decir, esa capacidad hoy amenazada y quizás relegada al ámbito de lo privado para entender la importancia de los detalles, los matices, las diferencias, lo local, lo excepcional, lo inaudito, lo inefable y lo invisible. Queremos reivindicar las gestualidades, coreografías y relatos que ensamblan la vida colectiva, que nuestros sistemas de control o monitoreo social, técnico o disciplinar jamás detectan.


Lo agudo y lo impropio
Los otros dos pilares principales en los que se apoya nuestra propuesta son el énfasis en los problemas crónicos y la apuesta por lo impropio. Nuestro mundo ha demostrado ser muy eficiente en el tratamiento de los problemas agudos. En general, podría decirse que cuanto más críticos son los síntomas, más apropiados son también los procedimientos de diagnóstico y tratamiento. Sin embargo, se queda paralizado cuando los conflictos que enfrentamos son de naturaleza crónica o, en otras palabras, cuando su desarrollo es lento o muy lento. Ahí nos comportamos como si no tuvieran importancia, por lo que actuamos como si el tiempo lo fuera a arreglar todo.
Pero no es verdad. Lo sabemos, sin embargo, hacemos poco para corregirlo. La degradación de la biodiversidad, el desplome del clima, el incremento de la desigualdad, el drama de las grandes migraciones, la expansión de la diabetes y un largo etcétera que nos vamos ahorrar dan cuenta de lo que decimos.
Es cierto que los problemas crónicos son más complejos. Con frecuencia no son disminuidos a un número reducido de variables y, en consecuencia, son de naturaleza indisciplinar: no se dejan domesticar con facilidad. Reclaman el concurso simultáneo de muchas miradas, distintos protocolos, varias tradiciones, diferentes niveles de implicación y, con seguridad, la participación de más actores, entre los cuales es imprescindible citar a los afectados.
Queremos unos jóvenes que arriesguen hipótesis, conexiones, relaciones o ensoñaciones que la razón no autoriza, pero que la inteligencia emocional reclama
Nuestra propuesta quiere crear un espacio de encuentro para lo transdisciplinar, lo interdisciplinar y lo indisciplinar. Le hemos llamado “laboratorio de prototipado” que será descrito unas líneas más abajo. Pero aquí ya podemos anunciar que cada prototipo, al menos idealmente, podría ser desarrollado por personas que vengan de mundos muy distintos y procedentes de las diferentes facultades, escuelas o departamentos universitarios.
Son muchos los problemas que merecen este tipo de aproximación. Citamos unos cuantos con la intención de que quede algo más claro. Algunos de estos ejemplos son: los trastornos graves de conducta, el avance de la obesidad, el despliegue de las energías renovables, la lucha contra la violencia, la movilidad en nuestras ciudades o el deterioro de la calidad del aire. No cabe duda de que en todos estos asuntos cabe imaginar el concurso resonante y fecundo de médicos, ingenieros, humanistas y emprendedores; para hacerlo no hay recetas.
Este artículo forma parte del libro, slowU: una propuesta de transformación para la universidad de Antonio Lafuente David Gómez para Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, en colaboración Juan Freire


ANTONIO LAFUENTE GARCÍA, es investigador científico del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC) en el área de estudios de la ciencia.
Twitter @alafuente


DAVID GÓMEZ, coordinador del área de documentación en #LABNL de @Conartenl editor en @ssirespanol
Twitter @EmileMauss
5 Comentarios
Los comentarios están cerrados.