Lectocracia. Una utopía cívica

AGHM

«Lectocracia. Una utopía cívica» es el último libro de Joaquín Rodríguez, «Primitivos de una nueva era» (2019), «La furia de la lectura: Por qué seguir leyendo en el siglo XXI» (2021) saldrá a la venta el próximo 14 de maro. Una invitación a creer en la capacidad emancipadora de la lectura y los libros, a recuperar la esperanza en la educación para enseñarnos un presente sin engaños, ni renuncias, desde experiencia de la historia.

JOAQUÍN RODRÍGUEZ


La idea de que leer y escribir pueden ayudarnos a comprender lo que sucede, a transformar por consiguiente nuestra percepción de las cosas y a contribuir a que seamos capaces de concebir y forjar realidades alternativas, tiene un indiscutible componente utópico, una energía inductora del cambio que se revela contra lo aparentemente irremovible, contra lo supuestamente inalterable.

Las utopías nunca son una mera ingenuidad, boba e invidente, que se conforma con levantar castillos sin cimientos en el aire, sino que son más bien la broca que horada un orificio en el muro que nos
impide ver el horizonte. Sin la pujanza esperanzadora de las utopías, sin el deslizamiento de la mirada que promueven más allá de los límites de lo establecido, apenas seríamos quienes somos, seres hechos de mitos, sueños y lenguaje.

Quienes han apelado a la función civilizadora de la lectura han subrayado, simultáneamente, como veremos a lo largo de las siguientes páginas, que el componente utópico de sus interpelaciones es irrenunciable, que no hay un futuro distinto al que la inercia demarque si no es abrazando lo aparentemente imposible, lo supuestamente irrazonable.

Las utopías son más bien la broca que horada un orificio en el muro que nos
impide ver el horizonte

En los sueños de los pedagogos más utopistas, también, la lectura y la escritura son como ese músculo que se ejercita diariamente hasta ser capaz de levantar un peso hasta ese momento impracticable,
como un superpoder que se adquiere progresivamente capacitando a cualquiera para entender el pasado, interpretar el presente y delinear el futuro.

En los talleres de los artesanos y del proletariado industrial a lo largo del siglo xix y buena parte del xx, la lectura en alta voz se convirtió en una suerte de faro desde el que iluminar un futuro limpio de las adherencias y opacidades del presente fabril, una luz con la que alumbrar posibilidades de transformación social insospechadas, una promesa de constitución de un cuerpo de opinión capaz de contestar a la ortodoxia inamovible de las clases dirigentes.

En las revoluciones más populares y bulliciosas se elaboraron eslóganes que identificaron alfabetización con revolución y liberación, porque el analfabetismo y la ignorancia son como rayos paralizantes que niegan la voz y el voto a quienes deberían participar en la construcción de la sociedad, a quienes deberían ser los protagonistas legítimos de su transformación.

En las plazas de muchas ciudades de todo el mundo, ya en nuestro siglo xxi, miles de jóvenes demandaron una forma de representación política que implicara activamente a los ciudadanos y no olvidaron basar esta reclamación en los textos de los archivos y las bibliotecas que construyeron como sustento intelectual. Los jóvenes, aquellos de los que se dice que han arrumbado la lectura por prácticas culturales alternativas, cayeron en la cuenta de que existen capas de conocimiento acumulado que, como el fertilizante, permiten que germinen ideas y proyectos más ricos y robustos.

Todo eso es verdad y la utopía de la lectura como una práctica liberadora nos sigue acompañando,
aunque haya quien asevere que ha incumplido la promesa que contenía, que ha faltado a ese pacto intergeneracional que consistía en la transmisión de un mensaje que se trasladaba de generación en generación con el propósito de humanizarnos, progresivamente, paso a paso, abandonando ese estado de mutuo hostigamiento y violencia recíproca que nos caracteriza.

En estos seis siglos de difusión masiva de lo impreso ¿hemos sido incapaces de hacer de la lectura el fundamento de nuestra humanidad común? ¿Se debe eso a una incapacidad inherente a lo escrito, a una
ineptitud intrínseca a la lectura o, más bien, a que es una práctica tan esencialmente ambivalente que puede ser utilizada para una cosa y su contraria, para lo mejor y para lo peor, para cimentar el pensamiento crítico y para promover la comunión ciega? ¿Quién ha incumplido entonces su promesa en el programa de humanización desplegado a lo largo de los siglos: la práctica de la lectura o lo que hemos hecho de ella?

En estos seis siglos de difusión masiva de lo impreso ¿hemos sido incapaces de hacer de la lectura el fundamento de nuestra humanidad común?

¿Queda algo que podamos salvar de ese aparente fracaso, de ese incumplimiento programático? ¿Podría seguir siendo valiosa la lectura para la promoción del compromiso cívico o es meramente un instrumento anticuado y añoso puramente ornamental? ¿Tiene cabida la lectura, a secas, en un mundo en el que han explotado las tipologías de lecturas que requerimos para intentar comprender y gestionar la complejidad de la realidad y de nuestro destino como especie?

¿Qué lugar ocupan la alfabetización y la lectoescritura en un mundo en el que ya somos capaces de leer y modificar nuestro código genético, en un mundo en el que los lenguajes y las lógicas de programación nos permiten gestionar los flujos de información, comunicarnos e interactuar de maneras completamente distintas con nuestro entorno, en un mundo en el que la lectura e interpretación de los patrones masivos de datos nos permiten comprender e intervenir sobre nuestra realidad mediante aproximaciones completamente diferentes, en un mundo en que la lectura de las cartografías, el mapeo de los patrones de información y la representación de la complejidad visual nos muestra correlaciones y modelos inimaginables, o en un mundo en el que tendremos que reaprender a leer la miríada de voces y formas de expresión que pueblan la naturaleza?

¿No deberíamos ya reconocer abierta y claramente que la lectura no ocupa ni ocupará el lugar central que se le atribuyó a lo largo de buena parte de la historia de la humanidad?


Este texto forma parte del libro, «Lectogracia. Una utopía cívica», de Joaquín Rodríguez, en Gedisa Editorial 2023

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